domingo, 8 de noviembre de 2020

Zoológicos


 Los zoológicos son esos lugares mágicos a los que vamos a ver animales hermosos, imponentes y lindos, mientras estos disfrutan de una vida de comodidades y satisfacción ya que no tienen que cazar, buscar o recolectar su alimento porque todo lo tienen a la mano, reciben toda la atención de los humanos alrededor, y su bienestar y su salud están garantizados. Son lugares sagrados y hermosos a donde todos debemos ir y llevar a nuestros hijos. ¿Verdad que sí?

Pues no. La verdad es que no.

No me considero animalista según lo que el movimiento con tal nombre significa actualmente (creo que han secuestrado el término). No soy vegano ni ambientalista militante. Y a pesar de que no pongo a los animales por encima ni por debajo de los humanos, tampoco me considero antiespecista. No me identifico con ninguno de estos grupos. De hecho, suelo burlarme de sus radicalismos y ridiculizar sus absurdas exageraciones y neurosis casi patológicas en algunos casos, exponiéndolas a la luz del más elemental sentido común. En fin, podemos ir dejando claro que llorar porque alguien compra una pechuga de pollo en un supermercado simplemente no es lo mío.

Dejando esto claro, analicemos la cuestión de los zoológicos tratando de mantener una perspectiva objetiva y racional, incluso más allá de una perspectiva religiosa cualquiera que esta sea.

El zoológico de mi ciudad está muy cerca de mi casa. Tengo un sobrino pequeño así que cuando empezó a caminar lo llevamos varias veces al zoológico. Es un paseo tradicionalmente familiar. El zoológico es un referente principal para los niños.

Hace años que no visitaba ese lugar y después de que llegó mi sobrino fuimos varias veces. Desde siempre he tenido una posición crítica frente a los zoológicos. Tal vez por eso no volví a ese en tanto tiempo. Pero al ir varias veces en el último par de años mi perspectiva cambió. Nunca me gustaron los zoológicos, pero los toleraba. Mi pensamiento era que esos animales ya no tenían otro lugar en el mundo para estar ya que en cualquier otro lugar el medio los destruiría, así que me resigné a que ese era su lugar, desafortunadamente.

Ahora, cuando tengo una formación más sólida en muchas cosas, veo el zoológico de otra manera. No tanto por nuevos conceptos e ideas que haya adquirido, sino por la forma de observar distinta.

Durante esas visitas observé a los animales. Dejé de simplemente mirarlos y admirarlos. Admirar sus cualidades físicas como las plumas de colores, los pelajes, las grandes garras y demás atributos. En un momento no me di cuenta de lo que estaba haciendo y me fijé en el animal más allá de su pelaje. La forma en la que mira. Cómo se comporta. Cómo nos ve desde ahí. Como se mueve dentro de la jaula. He visto animales normales tanto en televisión como en persona, y podemos decir que lo que vemos en los zoológicos ya no son animales sino sombras de animales. Carne y pelaje. Sus instintos están anestesiados y hasta su química se ha alterado.

Todos los seres se adaptan a lo que la vida les pone en frente, más aún cuando no tienen otra opción. Pero adaptarse no significa vivir. Esas últimas visitas al zoológico me dejaron una sensación muy desagradable. Muy chocante e indignante. Y hasta culpa sentí aun cuando no creo que tal sentimiento sea coherente, competente ni oportuno en la crítica social.

Los simios, sin importar cuantos años están ahí, siempre intentan salir. Cuando alguien se queda demasiado tiempo frente a su jaula, siempre aparece alguno que salta hacia la reja, se prende de ella y la agita con sus brazos. A veces haciendo escándalo, a veces en total silencio. A veces con mucha fuerza, a veces simplemente se cuelgan ahí. Pero siempre hay como un intento como de ver una oportunidad cuando una persona nueva se para ahí por más de treinta segundos.

Los grandes felinos casi no se mueven, a pesar que naturalmente no son activos durante el día. Pero también los he visto con su máxima energía y su conducta siempre es la misma. Empiezan a caminar. Caminan de un extremo a otro de la celda frenéticamente. Cuando están así miran hacia el piso sin importar qué tanta gente esté frente a ellos y que tanto ruido haya en el ambiente.  Están quemando energía. Como no miran a nadie, a veces pareciera que se imaginan a sí mismos acechando a una presa, o simplemente caminando en línea recta girando rápidamente cuando la jaula se acaba. Pueden durar horas así. Es algo raro de ver.

Aparte de los simios, muy pocos animales nos miran a los ojos y nos sostienen la mirada. Puede que ya esté medio loco, pero cuando lo hacen, hablan. No es igual la mirada de un tigrillo que te encuentras de repente junto a una carretera rumbo a la cierra nevada, que la mirada de un tigrillo del zoológico. Así ambos estén dormitando en la tarde. No sé bien en qué consiste tal diferencia, pero me pareció como contemplar la distancia que hay entre la calma y el cansancio. Ambos estados son taciturnos y hay quietud, pero en uno hay tranquilidad y en el otro parece haber una resignación a medias.

Finalmente me di cuenta de en dónde había estado. Los zoológicos no son parques. La palabra “parque” es un eufemismo bastante grosero para aplicarlo a un zoológico. Aquí son todavía mejores. Le llaman “jardín zoológico”. Igual que a esos barrios de invasión en los que las personas viven en condiciones horribles pero a los que les ponen nombres idílicos como “Pinar del río”. Qué bonito suena. Cualquier que haya ido a ese barrio, sabe que Pinar del río es un portal al infierno.

Los zoológicos no son parques y tampoco son jardines. Los zoológicos son prisiones. Ni más, ni menos. Son cárceles de alta seguridad en los que se pagan penas de por vida. No es símil, no es metáfora, no es alegoría. Piense en la definición y en el funcionamiento de la palabra prisión. Compárelo con el funcionamiento de un zoológico. Ahora piense en el concepto de cadena perpetua, y compare la vida de un criminal condenado a cadena perpetua con el día a día de un residente de un zoológico. Repito, no es metáfora. La diferencia es nula. De hecho, el reo de la prisión suele salir de su celda, caminar en otros lugares e interactuar con otros reos. Al menos eso tienen.   

Cuando caí en cuenta de eso, mi percepción pasó de la incomodidad con los zoológicos, a la indignación con los zoológicos.

Hace muchos años, el elefante del zoológico, que se llama tantor, un día golpeó el muro de su espacio hasta que la pared se venció y cayó destruida al piso. Los del zoológico dijeron que lo hizo porque estaba en celo. Tantor se asomó a la calle pero no se fue. No había nadie afuera cuando ocurrió. Ningún peatón o conductor salió herido. Solo había cemento por todas partes. Una cría, o un animal recién llegado, sin duda se habría escapado. Quién sabe qué pensó tantor que había al otro lado del gran muro, o qué pensó cuando el muro cayó. Supongo que se asustó. Sin embargo, a pesar de que no se salió, no es ilógico suponer que quería irse.

Por muy bien mantenido que esté un animal en ese cautiverio, personalmente creo que no existe un animal en un zoológico que no quisiera irse de allí. Ningún instinto natural ha evolucionado hasta hoy para desarrollarse en un zoológico. Ninguno. El encierro es un estado antinatural.

Algunas personas que fuero criadas por padres muy duros, por decirlo de alguna manera, o bajo pautas de crianza un poco rudimentarias por así decirlo, llegan a adultos y dicen que no les fue tan mal. Que fue una buena crianza, y que criar a sus hijos de la misma manera está bien. Para ellos, si no hubo necesidad de hospitales, cárceles ni cementerios, el trabajo estuvo bien hecho sin importar el final. Esto no es verdad. El hecho de que nadie haya muerto no significa que haya sido un buen trabajo, o que repetirlo sea una buena idea. Un animal se puede ver muy bien allí. Y sin embargo, mantenerlo ahí con el único objetivo de ser exhibido para que personas que no sabe qué es lo que están presenciando los vean por unos segundos y sigan de largo, no es algo bueno solo porque el animal come y duerme todos los días.

Por cierto, lo de las crianzas peculiares tampoco crea adultos sin secuelas. Siempre las hay y son bastante serias.

Hay que adoptar una posición de rechazo ante los zoológicos, igual a como se hizo contra el uso de animales en los circos, cosa que sí funcionó. No hay razón para pensar que en un futuro no pueda funcionar con los zoológicos.

Que los circos pudieron seguir funcionando sin animales y los zoológicos no pueden… sí, es verdad. Y ese es el punto. Los zoológicos no deberían modificarse. Los zoológicos deben desaparecer. Igual que los animales en los circos, los animales usados en la industria turística como los elefantes de paseo en Tailandia o los delfines y orcas en los acuarios, las corridas de toros y las peleas de gallos en nuestros pueblos, etc.

Los zoológicos deben dejar de existir. Sin importar cuánto dinero y medios se inviertan en esos animales, el zoológico es una fuente de sufrimiento. He insisto en que la razón de ser de estas entidades es estúpida. Exhibirlos para que unas personas que no saben lo que están viendo los miren por unos segundos, y luego sigan a la siguiente celda, es una razón profundamente estúpida para retener a un ser vivo en una celda por toda su vida.

Es realmente extraño que la gente vea a los animales en el zoológico y piense que están bien. Como si no tuvieran capacidad de sensaciones ni una comprensión mínima del sentir de la libertad.

Pregúntese, si en vez de ver a un simio colgado de una reja, usted viera a un perro ahí encerrado, ¿Lo vería de igual manera? Un perro que usted sabe que se quedará ahí para siempre, en el mismo lugar, hasta que se muera, ¿Le parecería que está en un buen lugar? 

Todas las sociedades tienen animales sagrados. Nuestros animales sagrados son los perros, los gatos y los caballos. Los animales sagrados no se comen, no se cazan, y cuando se maltratan o se matan la sociedad reacciona. Matarlos es, desde el punto de vista de nuestra sociedad, un sacrilegio y es casi tan malo como matar a una persona. Matar a un perro, a un gato o a un caballo en nuestra sociedad es un acto muy ofensivo que genera un gran malestar social. Es como matar a una vaca en la India. Imagínese que en lugar de tener a todos esos animales exóticos y bonitos retenidos en el zoológico, alguien llegara y encerrara en esas celdas a nuestros perros y nuestros gatos. ¿Los vería igual a como se ve a un tigrillo de monte? ¿Usted solo vería hermosos pelajes y lindas orejitas? No. A nuestros animales sagrados no les vemos solamente el pelaje, las patas, las orejas y la cola. A nuestros animales sagrados los vemos más allá de sus cualidades físicas y su aspecto. Podemos ver más allá de sus ojos. A ellos sí les percibimos el sentir y el dolor. Estamos atentos a su ansiedad y a su estrés. Al bienestar de su sus mentes y sus emociones, y nos interesa que sean felices. Es extraño que para el resto de los animales esto no ocurra, y nos importe un rábano tales observaciones.

Una exhibición permanente de perros y gatos encerrados en hábitats de concreto sellados con vidrio de los que no salen literalmente en ningún momento, sería un verdadero escándalo. ¿Acaso los simios, los leones y los elefantes no tienen nada por dentro? ¿Son diferentes a nuestros animales sagrados? Podemos pensar y opinar que no. Pero en realidad sentimos que así es. Sentimos que detrás de ese cuero esos ojos no hay nada y que todo está bien. Por eso no sentimos nada al pasar por un zoológico, pero a algunos nos da cierto escozor en el corazón cuando vemos cachorros en jaulas a las puertas de las tiendas de mascotas (otro negocio repugnante). Y todos nos indignamos y protestamos frente a imágenes de una persona maltratando o matando a un perro, a un gato o a un caballo. Eso sí no es tolerable. Sale en los noticieros, explotan las redes sociales, y actúan las autoridades. ¿No es eso una doble moral?

La diferencia es simple. Para nosotros, todos los animales son sagrados. Incluso los que nos comemos. Por eso mostramos un respeto y estamos pendientes a la manera en la cual se crían y cómo se realiza su sacrificio para nuestro consumo.

Antes de rasgarte las vestiduras por aceptar el consumo de carne lee el artículo sobre “veganismo y vegetarianismo en el budismo”, y luego si rásgate las vestiduras, porque si le vas al veganismo, inevitablemente lo harás, solo que ahora conociendo nuestro punto de vista. 

El zoológico siempre implica algún grado de hipocresía. Trabaja mintiendo a cerca del bienestar de sus animales y fingiendo que el encierro permanente es algo bueno para ellos. Cuando empezó la pandemia, el zoológico de la ciudad empezó a hacer su propaganda de auxilio. A los dos meses de la cuarentena, el zoológico salió por los noticieros diciendo que no tenían dinero para seguir funcionando y que no habría como alimentar a los animales dentro de dos semanas. Cuatro meses pasaron sin que una sola entrada se vendiera y los animales siguen ahí. Mentiras como ésta se seguirán divulgando en los medios para seguir explotando el cautiverio de esos animales.

Ahora que el aislamiento obligatorio ha pasado, el zoológico ha salido en los medios diciendo que los trabajadores de la salud entrarán gratis. Usarán a los héroes contra la pandemia como gancho comercial para seguir explotando el cautiverio de esos animales, que extrañamente no se murieron de hambre. Obviamente recibieron auxilios del gobierno o de entidades internacionales, o incluso puede que se hayan endeudado. Pero eso no justifica ni el cautiverio ni la hipocresía ni el marketing solapado con los médicos y enfermeras de la ciudad.  

Podría extenderme aquí hasta llegar a lo más diabético y lacrimoso, pero la mayoría tendremos un acuerdo común sobre lo injusto que es tratar a los animales de esa manera por razones tan estúpidas, a falta de otra palabra más adecuada. El punto central de este apunte no es qué pensar sobre los zoológicos, sino qué hacer. Vamos a ello.

Básicamente debemos hacer dos cosas. Primero no financiar los zoológicos. No ir al zoológico y no apoyar causas que soporten los zoológicos. Y segundo, desincentivar el apoyo al zoológico. Desalentar a la gente a que lleve a sus hijos al zoológico. Entender que si les enseñamos a nuestros hijos que los zoológicos son algo normal o algo bueno, más animales van a ser traídos a estas cárceles, y los zoológicos no se van a acabar. 

Si el zoológico deja de recibir dinero y se encuentra incapaz de seguir manteniendo esos animales, los animales no van a morir de hambre. Eso es una mentira sucia y un vulgar chantaje emocional para que la ciudadanía salga corriendo a “salvar” a las criaturas. Inevitablemente esos animales tendrán que ser sacados de la ciudad y llevados a otro lugar en el que se mantengan de forma distinta.

Hay otro concepto distinto al zoológico. Es el parque de conservación. Son zonas naturales apartadas en las que los animales son llevados y mantenidos para ser recuperados y habilitados o rehabilitados para su liberación en su medio natural. Y si no pueden ser liberados porque su adaptación es simplemente imposible, de todas maneras se encontrarán en un espacio abierto y natural. No encerrados en una celda de concreto decorada con pinturas ridículas del valle del Serengueti.

En el formato del parque de conservación, a pesar de que hay un límite cercado dentro del cual están los animales, estos sí están en contacto con la naturaleza. Tienen mucha más libertad de movimiento, y el objetivo no es la simple exhibición, sino la recuperación de los animales para su libertad.

La industria del cautiverio de animales jamás va a apoyar la construcción de un parque de conservación por la cuestión del dinero. Se necesita mucho terreno verde en lugar de pequeñas celdas de concreto. A diferencia de los cuidadores que mantienen el zoológico y uno o dos veterinarios en rotación, un parque de conservación necesita personas más especializadas que trabajen con los animales ya que la habilitación y rehabilitación es más cara y el objetivo no es conservarlos sino trabajar para sacarlos de allí y regresarlos a la naturaleza. La idea del zoológico es mantener los animales ahí para que produzcan. No tiene mucha gracia mantenerlos para liberarlos. Además, requeriría un gasto extra para los visitantes porque el lugar debe estar lejos de los centros urbanos. El zoológico lleva los animales a la ciudad, a las personas. El parque de conservación obliga a las personas a ir a los animales. Para el empresario, el hecho de que el cliente tenga que desplazarse fuera de la ciudad eso es un factor negativo para sus finanzas.

De todas maneras, cualquiera que sea el destino de estos animales, al cerrar el zoológico se les enviaría a un lugar mejor que una celda de concreto y vidrio en la que están. Hubo una vez un narcotraficante que convirtió una finca en un lugar así, tipo parque de conservación. Cuando lo mataron, confiscaron todos los animales y los enviaron a zoológicos en todo el país. Pero los hipopótamos se escaparon hacia la naturaleza. Todavía hay hipopótamos libres provocando uno que otro daño y haciendo hipopotamitos felices por ahí como si nada. Si un narco pudo hacer un lugar más o menos respetable ¿Por qué no podría hacerlo el Estado?

Es incómodo, no voy a mentir, la gente no te mira bonito, pero es necesario tratar de explicar las razones por las cuales la gente no debe llevar a sus hijos a los zoológicos y enseñarles a los niños por qué no deben ir a los zoológicos y a tener un criterio propio ante el tema.

Este es un blog incómodo. Si te gusta, debes ser una persona incómoda. No tanto como la histriónica indigesta de Greta Thumber, pero si lo suficiente como para aguarle el plan a la familia cuando están pensando en ir a ver animales felices en el “jardín zoológico”. Tal vez no podamos acabar con los zoológicos ahora. Pero podemos difundir la realidad de lo que están hechos. Y podemos sembrar la semilla para que los que vienen se priven de financiarlos y los dejen morir de inanición.

Los zoológicos y los acuarios no son más que otro tipo de circos. Son la forma más convencional de maltrato animal de por vida. Una sociedad respetable e íntegra no lleva a sus hijos a ver prisioneros por diversión.

Éstas son tres simples acciones que puedes adoptar como hábito para ayudar a estos animales.

No vayas al zoológico. Desalienta a otros de ir al zoológico. Difunde información sobre los zoológicos.  

jueves, 8 de octubre de 2020

Ética y budismo. Hay que matar a los héroes.

En este artículo hablaremos sobre la ética en general y su estado actual. Y sobre la ética budista en la teoría y en la práctica.

La ética se define como el conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. Ética profesional, cívica, deportiva, etc (RAE). La moral, por su parte, es un adjetivo designado a lo perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obra en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva (RAE).

Actualmente podemos decir que la ética y la moral están en decadencia. Vale decir que esta expresión siempre es escuchada de parte de la generación mayor hacia la generación más joven que viene detrás. En mis tiempos las cosas eran mejores, suelen decir los mayores.

Algunas filosofías además del budismo, interpretan los cambios de la vida social en función de ciclos. Grandes pensadores dicen que la calidad ética y moral de un pueblo o pueblos decae y se levanta constantemente según pasan las eras a nivel de generaciones. Y aunque es un dicho muy popular el de “todo tiempo pasado fue mejor”, personalmente algunos podemos pensar que no es tan descabellada la idea de que efectivamente, estamos pasando por una fase de relativa decadencia y caducidad moral que ha llevado a la humanidad entera por un camino con un futuro un poco oscuro, aunque no tan terrible o apocalíptico como algunos esperan. Y también hay que anotar que a pesar de que la ética en general no sea la mejor, sí hay manifestaciones de una ética verdadera hacia lo positivo y lo valioso. Las luces pequeñas brillan más en la oscuridad.

Vamos a analizar la ética actual desde un punto de vista más práctico que conceptual. De hecho, la vamos a interpretar comparando una idea lejana que tenemos de la ética con la calidad de la misma que manejamos. Y para eso vamos a servirnos de un factor de la cultura popular que ha explotado en nuestra generación mucho más de lo que explotó para nuestros antecesores. Los Superhéroes.

Los superhéroes están de moda como nunca. Son el arquetipo de un modelo de admiración y son también generadores de emoción. Al mismo tiempo, el superhéroe también es un ejemplo de ética, moral y valor. Desde la antigüedad han existido los héroes. Lo que hace a alguien un héroe es tener un alto sentido de lo correcto y una voluntad clara de luchar contra lo incorrecto. Los íconos que tanto nos gustan ahora son héroes. Lo que hace super a los de ahora es que tienen poderes mágicos o sobrehumanos. Pero en lo que respecta a su psicología, su sentido de la moral y sus motivaciones para ser heroicos, son lo mismo que los héroes del pasado. Excepto los antihéroes como The Punisher que no se mueven por un sentido de justicia sino por venganza. Y ese es otro tema.

El punto es que desde siempre, al héroe se le ha considerado como una persona excepcional que hace lo que nadie más hace. También se les llama valientes por lo mismo. Porque se mueven cuando todos los demás se paralizan o huyen.

La crítica obvia y gruñona ya la estarán viendo venir. Somos una sociedad de cobardes que idolatra personajes valientes.

De ficción…

Y sí, en parte ese es el punto que trataremos, pero no es todo. Los héroes de ahora ya no son como los de antes por lo que ya dijimos. La ya célebre frase que el tío Ben le dijo a Peter Parker antes de morir se ha repetido hasta la saciedad en una infinidad de contextos. Con un gran poder viene una gran responsabilidad, le dijo su tío moribundo al futuro hombre araña luego de que lo hiriera un delincuente que él mismo se negó a detener cuando podía hacerlo. Solo porque no era asunto suyo.

Esta frase que ya podemos decir que es de cajón, actualmente se usa bastante para criticar a los políticos y también a cualquier persona que ocupe un puesto de autoridad, ya que son los más relacionados con la corrupción y tienen poder. Obviamente se usa con ánimo sarcástico, pero el punto es la relación entre ambos factores. El poder y la responsabilidad. La obviedad es que todo lo que compone la vida, no solo el poder ya sea grande o pequeño sino todo en general, conlleva de algún modo algún grado de responsabilidad. Lo que hace que la frase sea un poco obvia por no decir tonta. Pero son comics así que vale…

En la antigüedad como ahora, a los héroes se les adjudica un factor diferencial que sólo ellos tienen. Anteriormente era el valor. La capacidad de enfrentar el miedo y el riesgo de una forma que ningún otro se atrevería a hacer, pero al mismo tiempo siendo igual a los demás. Un ser humano común. De ahí precisamente venía su heroísmo. La única diferencia era su valor. Actualmente ser solo valiente no justifica el gasto en efectos especiales, así que en lugar de solo valor tenemos además los superpoderes. Capacidades sobrehumanas que solo el héroe tiene y nadie más. Y también valor, sentido de justicia y todo aquello que los hace partirse la testa luchando contra super delincuentes sin recibir un salario ni prestaciones sociales.

Esto tiene su paralelo en la realidad. Son cualidades que la sociedad admira. A veces aparecen en las noticas historias de personas que arriesgaron su vida por un total desconocido o hicieron algo por alguien más que nadie más hizo. Y le llaman héroe brindándole un reconocimiento y poniéndolo de ejemplo civil. Lo que los gringos llaman “hacer la diferencia”. Frasecita curiosa entre tantas que tienen, pero que da una luz bastante clara sobre la escala de valores de los estadounidenses, que es de algún modo la cultura que marca la pauta en muchas cosas para el resto de nosotros a través de su cultura de consumo. Como lo es precisamente la fiebre de superhéroes de ahora.

La cultura de consumo exalta mucho esa figura heroica de la persona que hace “la diferencia” y recibe admiración y reconocimiento por hacer esa diferencia.

Desde el punto de vista budista, pienso que eso está mal.

Cuando digo que eso está mal no me refiero a los actos considerados heroicos en sí, sino a la reacción que tiene la comunidad y la propia persona ante dichos actos. La reacción de exaltación y felicitación.

Una vez estaba en un banco haciendo unas cosas de rutina. Necesitaba hablar con un asesor y estaba esperando mi turno mientras una persona estaba sentada frente al asesor durante su turno. Cuando el hombre terminó de ser atendido, se levantó y se retiró hacia la puerta. Me di cuenta de que había dejado su billetera en la silla. Inmediatamente la tomé y corrí hacia él para alcanzarlo antes de que cruzara la puerta. Cuando le entregué la billetera su reacción me pareció algo extraña. Respondió con un grado de agradecimiento que me pareció muy superior a la acción realizada. Cómo si hubiera salvado a su perro de morir atropellado, o lo hubiera salvado de ir a prisión. Su agradecimiento fue muy enérgico.

Pensé que tal vez llevaba algo en su billetera que sería de suma importancia para un próximo negocio o una gran cantidad de dinero, pero de todas maneras no lo entendí. Es un banco, está lleno de cámaras, está lleno de gente. ¿Acaso el siguiente cliente o el asesor del banco no hubieran hecho lo mismo? Comprendí que la reacción exagerada del hombre se debió a que, en su conocimiento del mundo que seguramente es el más acertado, él hubiera esperado que la persona que se hubiera encontrado su billetera se hubiera quedado con ella, aun sabiendo de quién era. Esperaría un robo por oportunidad.

Pensé que incluso él mismo se hubiera quedado con la billetera de otro si la oportunidad hubiera sido suya. En mi pueblo hay un dicho que dice “el vivo vive del bobo”. Hace referencia al oportunismo rastrero y bajo. El instinto de engañar a la mayor cantidad de gente posible y de identificar a los más susceptibles de ser engañados para perjudicarlos en favor propio. Es una ley de la sociedad. A este instinto se le conoce como “malicia indígena”.

Desconozco las razones históricas o culturales por las cuales este instinto rapaz y oportunista lleva ese nombre, pero lo cierto es que es muy popular entre la gente en común, no solo los delincuentes. Es algo así como una justificación del mal. La vida es dura, así que sálvese quien pueda y quien baje la guardia, ni modo. Deberá pagar las consecuencias. La ley de la selva urbana.

La mayoría de la gente cree en ello y aunque hay mucha gente buena, todos en algún momento debemos lidiar con esta ley selvática. Para usarla o para evitar que la usen con uno.

El romper esta ley se considera ir en contra de la corriente. Ser alguien realmente ético. Ser una excepción. Para el hombre del banco yo fui una excepción a la regla. No hice uso de la malicia indígena, la cual me hubiera dicho que disimulara el descuido del hombre y me quedara con su billetera. Para mí fue como usar la cocina para lo que es y el baño para lo que es y no al revés. El más sencillo y elemental sentido común. 

Esto no es noticia. El mundo fue y será una porquería como cantaba Carlos Gardel en Cambalachle, haciendo una muy buena descripción de la gente del siglo XX que de hecho aplica perfecto para todas las épocas.

El mundo parece creer que adolece de falta de héroes en la vida real, y por eso idolatra hasta lo absurdo a los héroes de la ficción. Ninguna otra generación en la historia de la humanidad se ha disfrazado tanto como ésta. No es algo para enorgullecerse.

La justificación del héroe es el villano. El malo de la historia. Lo que le da sentido a la existencia del héroe es el mal. Creo que ninguna película ha dejado esto más claro que EL protegido (2000), con Bruce Willis y Samuel L Jackson.

Miremos ahora el mal.

Además del mal en sí, el generador de sufrimiento, de dolor y de injusticia, está el mal periférico. La rata débil y oportunista. El firme devoto de la malicia indígena. En términos generales no hay mayor comparación. Para la ley y para la moral ambos son perjudiciales para la sociedad en sus respectivas escalas. Y merecen el mismo rechazo. Para nuestra cultura occidental, malo es el que mal hace. Pero en realidad eso no es todo. El mal no es solamente una acción. También es una inacción. Y esto lo tenemos bien claro en el ejercicio ético del budismo.

Una cita adjudicada al escritor Edmun Burke dice, “Para que triunfe el mal, solo se necesita que los buenos no hagan nada”. Esto es tan acertado que duele. Lo considero el tercer tipo de maldad. La negligencia o cobardía. Es incluso el tipo de maldad más general y desbordado porque es el que más se ve y afecta a la sociedad igual o más que la delincuencia en sí. Es un problema grave. Y esta perspectiva no son solo  quejas anacrónicas de un servidor.

El problema de la negligencia o cobardía para ayudar a otros es tan grave que en Colombia existe una ley penal contra esto. Es un delito que aparece en el código penal como omisión de socorro bajo el artículo 195. Dice que, si una persona no ayuda a otra en una emergencia teniendo la posibilidad de hacerlo y mientras no ponga en riesgo su vida o integridad física, está cometiendo un delito. Tiene una pena que va desde multas que pueden llegar a los 150 salarios mínimos, y tiene desde tres meses a cuatro años de prisión. ¡Cuatro años de prisión por no ayudar cuando podías hacerlo!

Sospecho que también podrían implementar otra ley para prohibir que los morbosos tomen fotos y videos de las tragedias con sus celulares para compartirlas en sus redes sociales irrespetando la dignidad y el sufrimiento ajenos, ley que de hecho ya existe y se aplica en Alemania. No estamos hablando de vicios tercermundistas. Todo el mundo está pasando por el mismo problema.

El Estado colombiano se ha jactado por décadas de tener una de las leyes más extensas y especializadas del continente. En lugar de ser un motivo de orgullo, esto una vergüenza. La gran cantidad de leyes de un país no evidencia su grado de compromiso con el orden y la democracia, sino que es una prueba de la carencia moral de un pueblo y la poca calidad humana de sus ciudadanos. Parafraseando a Jaime Garzón, si entras en una casa y encuentras un letrero que dice “por favor no defecar en la cocina”, sabes que los que viven ahí no son el tipo de personas con las que quieres convivir. Si hay que reemplazar el más básico instinto de humanidad con leyes absurdas como esta de omisión de socorro, para presionar a una conducta moral artificial, podemos decir que todos, líderes y ciudadanos, tenemos una seria deficiencia de valores y que nuestra integridad está podrida, o de plano ya no existe.

Imagine el lector hasta dónde ha llegado la descomposición social y la falta de sentido común de esta sociedad, que hasta la ley se ha visto forzada obligar a sus ciudadanos a que se ayuden entre sí en casos de vida o muerte. Nuestros abuelos eran unos salvajes. Se masacraron entre sí en una brutal y estúpida guerra civil. Pero si vivieran en nuestros días, se horrorizarían de ver la decadencia en la que ha caído la ética que ellos tanto practicaron. Sí, se peleaban a plomo y machete por estúpidos fanatismos políticos. Pero hasta para el más bárbaro de los liberales y conservadores, ayudar a un igual en problemas no solo una obligación moral ni un deber ético, era el más elemental sentido común que dictaba la civilidad y la caridad cristiana.  

En México, el 30 de noviembre del 2019, se iba a realizar un importante concierto de metal llamado el Knotfest. Tocarían bandas importantes como Evanence y Slipknot. Todo comenzó por un pésimo trabajo de logística realizado por una empresa que ya tenía antecedentes de tener problemas con eventos grandes como este. El desastre ocurrió cuando una muchedumbre se impacientó y empezó a traspasar las vallas de seguridad que protegían el escenario. Los miembros de las bandas consideraron el hecho peligroso por lo que decidieron no salir al escenario hasta que la muchedumbre se calmara, y tenían razón. Luego de que pasara el tiempo y las bandas no se presentaran, un grupo de vándalos rompió todas las barreras de seguridad y subió al escenario para destruirlo todo.

Los altoparlantes, las herramientas de trabajo de los músicos, sus instrumentos algunos de los cuales eran muy valiosos no solo económica sino personalmente. El espectáculo fue de destrucción y fuego mientras los músicos veían impotentes como todo lo que habían traído para llevar un buen espectáculo a sus fans era destruido por un pequeño grupo de estúpidos inadaptados. 


Cuando vi las imágenes de la destrucción, lo primero que vino a mi mente fueron las palabras de Edmun Burke. Para que triunfe el mal, solo se necesita que los buenos no hagan nada. En los videos se puede escuchar a personas que les recriminaban y les decían a los vándalos que no hicieran eso. Pero nadie hacía nada. Yo me preguntaba, como es que decenas de personas, literalmente más de cien estaban ahí observando, vieran a veinte subnormales haciendo algo con lo que no estaban de acuerdo, y no movieran un dedo. Solo se quejaban.

Los artistas se disculparon con el público y culparon al puñado de desadaptados. Pero yo hubiera hecho notar la inacción de los que se quedaron ahí mirando. No digo que debieron haberlos linchado o agredido físicamente. Pero sí tenían el poder y la razón para evitar que unos cuantos tontos destruyeran algo útil. Y para entregarlos a la autoridad sin un gran esfuerzo y sin hacerles daño. Ellos seguramente, estaban esperando a que apareciera un “héroe” que hiciera algo que ellos no eran capaces de hacer. O que los dirigiera. En eso se va nuestra vida ante las injusticias, en esperar a que aparezca alguien especial y nos arregle el problema porque nosotros no somos los encargados de eso.

En realidad el público no tuvo la culpa. La mayoría se fueron en paz cuando entendieron que la noche había terminado y de verdad sí tenían razones para estar molestos. La empresa que organizó el evento era un desastre anunciado y a la larga solo eran objetos y cosas materiales que bien que mal se reemplazan y no pasa nada. Si en lugar de destruir una batería y unas guitarras caras estuvieran atacando a una persona, seguramente habría sido distinto y no lo hubieran permitido. De todas maneras, dudo mucho que Corey Taylor vuelva a poner un pie en México para cantar.

Como anuncié al principio, considero, teniendo en cuenta la ética budista, que el concepto de héroe es un error y debería ser eliminado de la memoria social e individual.

El concepto de héroe es una disculpa para no hacer nada. Es una normalización de aceptar lo que está mal. Si alguien hace el mal y yo no hago nada, yo no estoy mal porque no soy un héroe. Hacer el mal es algo común y normal porque siempre hay una justificación, y no hacer nada contra el mal también. Incluso se interpreta como “no meterse en asuntos ajenos”. Eso es de héroes. Y en la vida real los héroes no existen o son anomalías de la naturaleza, o solteros sin perro ni familia que no tienen nada que perder. Yo si tengo algo que perder, por lo tanto no me arriesgo, pues no es mi problema. Esa es la normalidad. Por eso cuando alguien hace algo “heroico”, la gente reacciona ante el anormal con agrado.   

Cuando el gringo dice que quiere “hacer la diferencia”, lo que está diciendo es que quiere hacer “lo correcto”. Hacer lo correcto es algo diferente porque nadie lo hace, y él quiere ser diferente. El otro lado de la expresión es que en realidad es una expresión de egolatría. Hacer la diferencia significa hacer algo tan diferente que todo el mundo lo note. Hago lo correcto, que nadie hace, para que todos lo sepan, me comparen con el resto y me vean haciendo lo que ellos no son capaces de hacer porque no son yo. No son especiales. Valientes o más compasivos o con más sentido de justicia social, no importa, el punto es que yo lo hago y el resto no. Por eso yo hago “la diferencia”. Esta es la definición de héroes que fomentamos en nuestra cultura occidental.

Nosotros también imitamos ese “hacer la diferencia”. Y de la misma manera. Muchos youtubers famosos tienen entre su gran catálogo de videos llamativos, alguno que trata de hacer algo bueno por personas en necesidad. Darle de comer a una persona de la calle, llevar mercado a una familia pobre, celebrarle el cumpleaños a un indigente y varios por el estilo.

La gente ve esos videos y siente satisfacción por ver un buen acto en medio de un mundo tan cruel y a una persona de buen corazón haciendo algo bueno. Pero, si no existiera internet ni youtube, y si no tuvieran dispositivos para grabar estos actos en video y la capacidad para ponerlos donde todo el mundo los viera, ¿Los harían? No quiero ser malicioso, pero francamente lo dudo.

Hay que bajar a los héroes del pedestal. Hay que matar esa concepción estúpida de que reaccionar contra la injusticia y lo incorrecto es una excepción. Eso tiene a nuestras sociedades enfermas. Una sociedad sana es la que no tolera el mal y reacciona alérgicamente contra él. Sin esperar aplausos ni palmaditas en la espalda. El problema es que nos han criado en unas condiciones tan individualistas y bajo el condicionamiento del castigo y premio de una manera tan marcada, como a perros de circo, que la ética en realidad ya no existe. Y cuando aparece es como si se apareciera la virgen en una toalla higiénica. Hay que traer cámaras, periodistas y medayas.

Una ética basada en la recompensa no es ética, es una domesticación mecánica y falsa. Una farsa programada para fallar. Y encaja perfecto con aquello de la malicia indígena porque las buenas acciones se pueden fingir para conseguir las recompensas perrunas de aceptación, halagos y beneficios, cosa que también se ve a menudo. Una persona ética no debería esperar recompensa por hacer el bien, pero sí debería sentirse mal por no hacer el bien o por tolerar el mal. De forma interna y ante sí mismo. No delante de una sociedad juzgadora o premiadora porque entonces terminaría en el mismo juego de recompensas.   

Eso precisamente es lo que enseña la práctica budista. La ética budista no se basa en mandamientos o leyes sagradas con castigos cósmicos ni nada parecido. Los preceptos budistas tienen un fundamento interno, no externo, y siempre van en dos sentidos. Anular las conductas no hábiles y aumentar las conductas hábiles.  Por ejemplo, no matar, y además de esto proteger la vida. No solo se te enseña a no atentar contra la vida de otros seres vivos, sino que se te alienta a que si ves a un ser en peligro o a alguien atentando contra la vida de un ser vivo, lo detengas y protejas la vida que está en peligro. Sin condicionamientos de premio o sanción. En el budismo hacemos el bien por la única razón de que es lo correcto. En otras palabras, podemos decir que acción y objetivo están hechos de la misma materia y no está separados. No como en la ética tradicional en la cual la acción (buena o mala) está separada del resultado (beneficioso o perjudicial), y así se puede jugar con los factores y hacer trampa. Es decir, fingir hacer el bien haciendo el mal, y ganar la recompensa por ello.

En el budismo tal trampa es imposible de hacer porque no hay diferencia entre una cosa y la otra. La acción correcta y su objetivo son la misma cosa en sí, y el fundamento y motivación son internos.

Puedes convertirte en un compañero de habitación muy fastidioso por no dejar que alguien mate una cucaracha con un zapato. Pero si vas a tomar los preceptos debes tomarlos en serio, o no estarás practicando nada.

Cuando alguien hace algo heroico y un testigo de su heroísmo siente deseos de felicitarle y exaltarlo, tal vez lo correcto es detenerlo y preguntarle por qué se quedó ahí mirando en lugar de ayudar. Y explicarle que los actos heroicos y que los héroes, todos ellos, en realidad no existen.

Hacer el bien no es heroico. Hacer el bien es una condición básica para vivir en sociedad. No debe ser alimentado con premios al ego, debe ser inculcado como una lucha natural en todas las personas. Debe ser normalizado. Lo que se debe anormalizar es el mal y la complicidad con el mal al tolerarlo sin hacer nada. Sería lo correcto entonces invertir estos factores.

No hay héroes budistas porque el budista no reclama galardones. Porque no existen galardones por hacer el bien. Si lo piensas bien, tal idea es incluso absurda. Es como si te premiaran y te aplaudieran por caminar con los pies en lugar de con las manos. No hay héroes. Hay personas con sentido común.

Gente con una sólida base moral. Con un fuerte sentido de la ética. Con una estructura mental inclinada hacia lo correcto dada ya sea por la familia, por una tradición o incluso por la sola naturaleza sin mayor instrucción.

Cuando tu atestiguas el mal, y te concentras en observar lo que sientes, notarás que una pequeña y lejana parte de ti se está quejando y te está pidiendo que hagas algo. No existe humano sobre la tierra que no tenga esto. Este instinto básico es primitivo y es lo que las doctrinas éticas y religiosas fortalecen como código social, tanto en las familias como en las instituciones. Esta es la fuente primitiva de lo que llamamos valores.

A menudo en situaciones así, el primero en reaccionar es el cristiano. El cristiano que sí ha sido instruido en una moral y una ética verdadera y fuerte. El cristiano que suelo llamar, verdadero cristiano. El verdadero musulmán, el judío, el budista. El ateo que aprendió y adopto los buenos valores de su padre y de su madre sin importar en qué creyeran ellos. Ese fundamento de compromiso con hacer lo correcto se ha convertido en un fantasma. Y cuando aparece, la gente vitorea y aplaude de manera estúpida como focas de acuario.

En el budismo, la ética y la moral hacen parte de una disciplina que se incluye en toda la práctica y que muchas veces apenas se toca o se ignora totalmente porque la ética y la disciplina no generan buenas ventas. Solo se suele promocionar el budismo en términos de meditación, relajación, buenas prácticas compasivas, vegetarianismo y sonreír como turista ebrio. Poco o nada del budismo actual se relaciona con trabajo y dedicación. Por lo tanto, es importante que el lector sepa fuera de toda duda, que si está recibiendo una Enseñanza budista y ésta no contiene por ningún lado una disciplina ética y una estructura de comportamiento moral, a usted lo están engañando. No existe budismo sin tales elementos.   

Para terminar, aprendamos de los maestros. Saquemos las Enseñanzas de su hermosa y linda presentación conceptual y ensuciemos nuestras manos con ellas en el mundo real. Para eso es propicio que conozcas y practiques las enseñanzas de los grandes maestros.

Estos son los 14 preceptos del budismo comprometido del maestro Tich Nhat Hanh. Estos 14 preceptos enseñados por el maestro Hanh, son una muy buena guía de ética budista que podemos aplicar en nuestra sociedad. No son unas tablas de ley que hay que realizar sagradamente a riesgo de un castigo eterno. Son solo un camino práctico para ejercitar nuestro compromiso con los todos los seres, incluyéndonos. Apréndelos y compártelos agradeciendo al maestro Han y al Gran Maestro, de quien vienen todas nuestras Enseñanzas.

Los 14 preceptos del maestro Tich Nhat Hanh

1.    No seas idólatra ni te ates a ninguna doctrina, teoría o ideología, incluso las budistas. Todos los sistemas de pensamiento son guías, no son la verdad absoluta.

2.    No creas que el conocimiento que tienes ahora es absoluto, inmutable. Evita ser de mentalidad estrecha y atarte a puntos de vista presentes. Aprende y practica el desapego de tus putos de vista para estas abierto a recibir los puntos de vista de los demás. Se encuentra en y no en el conocimiento conceptual. Prepárate para aprender a través de todo, a observar en ti mismo y en el mundo en todo momento.

3.    No fuerces a los demás, ni siquiera a los niños, por ningún medio en absoluto, a adoptar tus puntos de vista, ya sea por autoridad, amenaza, dinero, propaganda o incluso educación. Sin embargo, por medio del diálogo compasivo, ayuda a los demás a renunciar al fanatismo y a la estrechez.

4.     No evites el contacto ni cierres tus ojos al sufrimiento. No pierdas la conciencia de la existencia del sufrimiento en la vida y en el mundo. Encuentra maneras de estar con aquellos que sufren por todos los medios. Incluyendo el contacto personal y las visitas, imágenes y sonidos. Por tales medios despierta en ti mismo y en los demás la realidad del sufrimiento en el mundo.

5.     No acumules riquezas mientras millones están hambrientos. No tomes como objetivo de tu vida la fama, el provecho, la riqueza o el placer sensual. Vive simplemente y comparte el tiempo, la energía y los recursos materiales con los que estén en necesidad.

6.     No mantengas ira u odio. Tan pronto como surjan la ira o el odio practica la meditación sobre la compasión para comprender profundamente a las personas que han causado ira u odio. Aprende a ver a los otros seres con los ojos de la compasión.

7.     No te pierdas en la dispersión ni en el ambiente que te rodea. Aprende a practicar la respiración para recuperar la compostura del cuerpo y de la mente, para practicar la atención y para desarrollar la concentración y la comprensión.

8.     No pronuncies palabras que puedan crear discordia y causar ruptura en la comunidad. Has todos los esfuerzos para reconciliar y resolver todos los conflictos, aunque sean pequeños.

9.    No digas cosas falsas por interés personal o para impresionar a los demás. No pronuncies palabras que causen desviación u odio. No difundas noticias que no sabes si son ciertas. No critiques ni condenes cosas de las que no estás seguro. Habla siempre verdadera y constructivamente. Ten el valor de hablar sobre situaciones de injusticia, aun cuando hacerlo pueda amenazar tu propia seguridad.

10. No uses a la comunidad budista para ganancia o provecho personal, no transformes tu comunidad en un partido político. Una comunidad religiosa debe, sin embargo, tomar una actitud clara contra la opresión y la injusticia, y debe esforzarse por cambiar la situación sin engancharse en conflictos partidarios.

11. No vivas con una vocación que sea dañina para los humanos y la naturaleza. No inviertas en compañías que priven a los demás su oportunidad de vivir. Elige una vocación que te ayude a realizar tu ideal de compasión.

12. No mates. No permitas que otros maten. Encuentra los medios posibles para proteger la vida y prevenir la guerra.

13. No poseas nada que debería pertenecer a los demás. Respeta la propiedad de los demás pero evita que los demás se enriquezcan con el sufrimiento humano o el sufrimiento de otros seres.

14. No maltrates a tu cuerpo. Aprende a manejarlo con respeto. No veas a tu cuerpo simplemente como un instrumento. Preserva las energías vitales (sexual, respiración, espíritu) para la realización del camino. La expresión sexual no debería ocurrir sin amor y compromiso. En las relaciones sexuales, se consciente del sufrimiento futuro que pueda causarse. Para preservar la felicidad de los demás, respeta los derechos y compromisos de los demás. Se plenamente consciente de la responsabilidad de traer nuevas vidas al mundo. Medita sobre el mundo al que estás trayendo nuevos seres.

 

No creas que yo siento que sigo todos y cada uno de estos preceptos perfectamente. Sé que fallo de muchas maneras. Ninguno de nosotros puede cumplir plenamente cualquiera de ellos. Sin embargo, debo trabajar hacia esa meta. Esa es mi meta. Ninguna palabra puede reemplazar a la práctica, solo la práctica puede hacer a las palabras.

El dedo que señala a la luna no es a luna.

Tich Nhat Hanh

Nota: Antes de sentirte un guerrero de la justicia social, recuerda que denunciar estupideces y hacer huelgas imaginarias en redes sociales NO es luchar contra la injusticia. Todo lo que se ha comentado aquí hace referencia al mundo real o a un impacto directo en el mundo real. Las firmas, los me gusta y los compartidos no son acciones verdaderas y por lo tanto no hacen parte de la práctica budista. Ni de ninguna práctica en absoluto.

Estudia y practica los preceptos budistas sin hacer competencia con nadie ni hacerte notar por ello. Solo escucha esa voz lejana que grita dentro de ti cuando ves una acción injusta. Con inteligencia y sentido común. Y recuerda, no importa lo que hagas ni lo importante que creas que fueron tus acciones. Tú no eres un héroe. Los héroes, no existen…

 



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viernes, 31 de julio de 2020

La dificultad de encontrar compañeros en la práctica

 

Antes del confinamiento, incluso años antes, intenté contactar los grupos budistas que detecté en mi ciudad. Un par de ellos no duraron mucho. Uno tibetano se volvió lo que podríamos decir algo hermético. Inaccesible. Al parecer es un grupo bastante familiar entre ellos y no conseguí forma de contactarlos directamente. El último con el que tuve contacto fue del año antes de la pandemia. Incluso unos meses antes. Era de tradición Chan y sus organizadores habían ido a China, contaban con el linaje de un gran maestro, venían certificados, con su propia fundación, en fin, toda la venia y los carteles nuevos.

Parecía que al fin había encontrado un verdadero grupo budista, aunque con dificultades, parecía gente que realmente estaba en el Dharma. Desafortunadamente no pude comprobarlo. La cuestión era la siguiente. Ellos hacían una serie de eventos gratis al aire libre. Meditación, chi kung, tai chi, qi gong... Artes chinas en resumen. También tuve la oportunidad de ir a una de las conferencias de su maestro. Me dejaron ir pagando la mitad del precio de la entrada porque en realidad en ese momento no tenía los medios.

Seré honesto. El hombre no me convenció. No digo que no sea monje o que no sea budista. Puede que sí lo sea, pero lo que brindó en la charla no me dio ningún fundamento para saber si lo era o no. Comprendo que iniciar una comunidad budista en una cultura y en una ciudad como ésta es particularmente difícil. Hay que ir despacio. Hablarle a la gente en su propio idioma. Ok, algunas tonterías sacadas de la cultura popular y las películas gringas terminan usándose como introducción al tema real. Válido. No podemos estar más lejos de oriente. El asunto es que ellos ya llevaban una buena cantidad de tiempo haciendo reuniones y cursos, y hubo cosas que no me cuadraron.

Primero, en el grupo de la conferencia del maestro, los discípulos budistas (supongo yo que lo eran porque nunca los conocí), es decir, los que ya estaban en la práctica, eran los dos o tres muchachos de logística. Los que llevaban y traían las cosas; y el anfitrión que coordinaba todo incluyendo la traída y estadía del monje y su hermano, junto con el cual daba todas aquellas clases de artes chinas.

Los asistentes a la charla éramos como ocho o nueve. Un par habían cancelado a última hora. Lo particular es que todos los asistentes a la charla, que tenía entendido ya eran gente de vieja data en el grupo y ya habían iniciado el proceso, todos eran cristianos. Todos eran católicos o creyentes. Lo supe cuando realizamos esa dinámica para conocernos. Entonces me preguntaba yo por qué a esas alturas del proceso había gente que todavía se llamaba a sí misma cristiana y pagaba para escuchar a un monje budista.

Recapitulando ahora, tal vez fue por eso que no pude sentirle el acento budista a la charla del hombre. A pesar del tiempo invertido, ninguno ahí estaba preparado para entender una práctica budista como tal. Una mujer llevaba no sé cuántas charlas pagadas con este hombre para llegar y decir que aun creía que “cristo es la luz del mundo”. ¿Qué está haciendo aquí entonces?, me pregunté.

También hablé con un señor que al verme tan seguro en mis posiciones me planteó su dilema de que aún era católico y su familia también, y de cómo debería hacer para conciliar una cosa con la otra sin que su esposa y sus hijos se le esponjen. Me desconcertó un poco. Le dije que solo podía hablarle de budismo. A pesar de haber nacido y crecido en una cultura católica, debo confesar que jamás me encontré ante tal dilema. Nunca fui realmente cristiano en el sentido profundo de la expresión, así que nunca tuve ningún conflicto real de ese tipo.

El anfitrión del grupo siempre fue muy amable. Conocía bien la doctrina y ejercía un buen liderazgo con su grupo. Sin embargo, siempre tuve como un vacío que siempre esperaba llenar en las reuniones en el parque los domingos en las mañanas, o en las charlas que ofrecían. Pero al igual que con su maestro, nunca se llegaba al punto. Nunca trabajábamos las enseñanzas. Ni siquiera nos acercábamos a ellas.

Este año tenía como objetivo tomar ese grupo en serio, pero las últimas charlas y las conversaciones en el grupo de whatsapp me aclararon la situación. Intenté entrar de lleno en el núcleo de las actividades del grupo hasta que al fin entendí la dinámica del mismo.

Las enseñanzas de budismo reales eran pagas. Eran solo para personas que tuvieran el dinero para cancelar el curso. Todas las otras cosas gratis que hacían, las meditaciones, las sesiones de chi kung, i chin o como se diga, todas esas cosas chinas, no eran más que actividades periféricas para acercar a su público a su servicio real, que eran los cursos de budismo con el maestro flojongo.  Enseñanzas que no pude escuchar porque, obviamente, nunca tuve el dinero para pagar.

Incluso el administrador, con quien por cierto tuve un muy buen trato, me dijo muy amablemente que debía sacarme de uno de los grupos de whatsapp porque ese era el de los cursos y ahí solo estaba la gente que pagaba. Quedaba el otro grupo de whatsapp en el que promocionaban las actividades gratis y las pagas, y ahí si me podía quedar. Finalmente me salí de ese también.

Esa situación me dejó un poco contrariado, sin embargo, entiendo perfectamente las circunstancias y lo difícil que es iniciar una comunidad budista por estas latitudes. Para iniciar una comunidad budista se necesita dinero. De eso no hay duda. Sí o sí se necesita la colaboración económica de varios para iniciar y mantener un proyecto de ese tipo. Además, la traída de un moje requiere gastos directos. Pasajes de avión, estadía, comida, etc. La manutención de la persona debe salir del bolsillo de la comunidad durante su visita. Eso no solo es normal, sino que es simple lógica. No puede ser de otra forma.

Sin embargo, la forma en la cual se intentaba levantar ese grupo no se me hacía del todo coherente. Primero porque no eran honestos. Nunca, en ningún momento aclararon que todas las actividades gratis que tenían eran cuestiones chinas que no tenían nada que ver con el budismo. Que se le anexan bien culturalmente, claro, vaya y venga, pero de budismo no tenían nada. Si a mí me dicen “ven a un grupo de budismo”, espero que me hablen de budismo. No de tau chi ni de chop suy ni nada de esas cosas tradicionales. La cultura China no me interesa en lo absoluto. Y tampoco aclararon que para poder acceder a las enseñanzas budistas verdaderas que tenía el grupo, uno debía tener una capacidad de pago mínima.

En realidad no era tan caro. No se necesitaba ser super rico. Pero tampoco era barato. Es decir, había que tener al menos un par de salarios mínimos para poder asistir. De entrada con eso muchos quedábamos afuera. Y aun así, cuando me permitieron pagar solo la mitad de la entrada a la charla con el maestro, este tampoco habló gran cosa de budismo. Se metió con la metafísica, con ese cientifismo sesentero que busca congraciar en algún punto poético la fe teísta con una mística oriental plastificada. En resumen, de budismo no habló ni papa. En todo el tiempo que estuve tratando de estar con ellos no escuché nada sobre las Cuatro Nobles Verdades ni el Noble Óctuple Sendero, no el Sutra tal o cual ni la Enseñanza tal ni nada. A lo mucho un par de anécdotas de la biografía del Buda, alguna frase célebre de algún maestro chino, y una explicación nebulosa de lo que es la Iluminación. Al final sentí que me estaban tratando como a un turista, y particularmente para mí, eso es bastante ofensivo.

Intenté comentarle el caso a un monje zen de México. Pero al parecer no tuve la facilidad de comunicación para hacerme entender claramente. El monje insistía en que un grupo budista necesita dinero y que los asistentes debían pagar por ello. Y a pesar de que le intenté explicar que entendía eso y que estaba totalmente de acuerdo con él, la forma en la que intentaban fundamentar este grupo no me parecía correcta. El monje no me entendió. Al parecer quedé como un tacaño.

Haciendo un comentario paralelo y ajeno al caso, en estos momentos me acabo de dar cuenta de que mi química con los monjes budistas con los que he tenido contacto nunca ha sido buena. He tenido contacto con cuatro, y hasta ahora con ninguno de ellos me he entendido bien. En fin, cosas de carácter o comunicación.

Volviendo al grupo, creo que ya comenté su principal problema. La falta de honestidad en lo que ofrecen y en cómo lo ofrecen. Pero también hay otro. Creo que esa no es la manera correcta de iniciar un grupo budista. Creo que la formación de un grupo budista debe requerir dinero. Eso ya quedó claro. Pero aun así, creo que el Dharma debe ser gratis. Me explico:

Las cosas por las que paga la comunidad deben ser las cosas materiales. El arriendo de un local, la manutención del monje, los transportes, los materiales o libros que hay que traer del extranjero, algunos servicios que otros miembros de la comunidad pueden proveer como hacer comidas o brindar implementos. Pero las charlas deberían ser sin costo. Creo que a los visitantes e interesados se les debería pedir una donación voluntaria. Y a los miembros permanentes sí se les debería poner una cuota mensual fija. Pero acorde a su capacidad adquisitiva porque si lo ponemos apuntando a un sector socioeconómico en particular, como en este caso y en varios, pues ya vamos a terminar pagando una millonada por pasar un retiro en unas cabañas lujosas junto al mar. Ya hablé de este tema un el apunte llamado “Budismo de burbuja” que puedes encontrar en este blog.

Restringir las enseñanzas budistas solo a los que pagan me parece que es engañar al público. ¿Por qué iba yo a pagar por un servicio del cual no tengo idea de cómo es? Dicen: es un monje budista, enseña budismo. Pero no sentí la autoridad ni la sabiduría de un monje en sus palabras. Y de budismo no vi nada. Es como si a uno le trajeran un servicio nuevo que jamás se ha visto por aquí, pero que para saber de qué se trata, primero hay que firmar un contrato de pago y una cláusula de permanencia. Y después es que se entera uno de que se trata todo. No me pareció coherente.

El Buda dice que uno no debe aceptar que una persona es un monje simplemente porque se rape la cabeza, vista una túnica y se haga llamar a sí mismo maestro. Primero hay que comprobar su coherencia con las Enseñanzas y su ética. Aquí explotan la mística de la ropa. Esta rapado, anda en pijama china y tiene tres tipos llamándole maestro. Por lo tanto, debe ser un maestro. Según la Enseñanza esos no son criterios claros. Pero al parecer funciona bien para cristianos. Tal vez por eso no pude captar la idea, supongo…

Ese hermetismo con las Enseñanzas budistas es desde todo punto de vista una estupidez. Como si uno no pudiera conseguir toda la doctrina básica por internet. Tal vez se confunden porque lo que de verdad busca uno en un grupo y un maestro, no lo tienen. Por eso hacen al revés. Paga primero y mira después. Porque si ofrecen lo que tienen y después cobran, tal vez no les paguen lo que esperan. La gente suele pagar más por expectativas que por realidades. A final de cuentas esa es una muy buena estrategia de mercadeo así que seguramente les va a ir bien.

En fin, lo frustrante es que todo hubiera sido perfecto para enfrentar esta crisis mundial de aislamiento social. El poder hacer parte de una comunidad de practicantes cercana hubiera sido la mejor bendición en tiempos tan difíciles como estos. Y el que no se haya podido dar pues decepciona.

Muchas veces se dice en internet que hay una gran Sangha global en línea y que puedes ser parte de una comunidad virtual si no tienes una física a la cual asistir. Heces de elefante. Es mentira. No existe tal cosa como Sangha global o virtual. Esto por internet no funciona. Por este medio se puede encontrar información, respuestas a preguntas importantes, técnicas y en fin, mucha información valiosa. Pero el verdadero efecto de un grupo de practicantes, jamás. Todos esos intentos terminan en un carnaval de megalómanos tratando de demostrar quién sabe más, quien es más budisto y quien levita a más centímetros por encima de sus cojines japoneses. Una tonta pérdida de tiempo.

Entonces me surge la pregunta ¿Por qué es tan difícil encontrar personas con las que se pueda realizar una práctica afín? Es más, ni siquiera eso. ¿Por qué es tan difícil encontrar una persona con la cual se pueda simplemente hablar sobre el Dharma como se habla de fútbol o de películas? La gente en internet, o se la pasa buscando un maestro (lo cual es bastante fastidioso), o queriendo hacérselas de maestro ellos mismos (lo cual es tres veces más fastidioso). Una simple conversación es una cuestión escasa. Increíble, no entiendo por qué. Con tanta gente supuestamente metida en el tema, no hay manera de encontrar con quien compartir. La naturaleza humana es algo bien extraño.

El Buda dice que si no hay nadie con quien ir por el camino, es mejor ir por el camino solo. No debemos permitir que la sensación de aislamiento generada por la pandemia nos haga adherirnos a grupos que no son confiables.

Recuerden tener entre sus actividades pandémicas un apartado para proteger y fortalecer su salud mental. Un saludo y bendiciones.

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