Los zoológicos son esos lugares mágicos a los que vamos a ver animales hermosos, imponentes y lindos, mientras estos disfrutan de una vida de comodidades y satisfacción ya que no tienen que cazar, buscar o recolectar su alimento porque todo lo tienen a la mano, reciben toda la atención de los humanos alrededor, y su bienestar y su salud están garantizados. Son lugares sagrados y hermosos a donde todos debemos ir y llevar a nuestros hijos. ¿Verdad que sí?
Pues no. La verdad es que no.
No me considero animalista según lo que el movimiento con tal nombre significa actualmente (creo que han secuestrado el término). No soy vegano ni ambientalista militante. Y a pesar de que no pongo a los animales por encima ni por debajo de los humanos, tampoco me considero antiespecista. No me identifico con ninguno de estos grupos. De hecho, suelo burlarme de sus radicalismos y ridiculizar sus absurdas exageraciones y neurosis casi patológicas en algunos casos, exponiéndolas a la luz del más elemental sentido común. En fin, podemos ir dejando claro que llorar porque alguien compra una pechuga de pollo en un supermercado simplemente no es lo mío.
Dejando esto claro, analicemos la cuestión de los zoológicos tratando de mantener una perspectiva objetiva y racional, incluso más allá de una perspectiva religiosa cualquiera que esta sea.
El zoológico de mi ciudad está muy cerca de mi casa. Tengo un sobrino pequeño así que cuando empezó a caminar lo llevamos varias veces al zoológico. Es un paseo tradicionalmente familiar. El zoológico es un referente principal para los niños.
Hace años que no visitaba ese lugar y después de que llegó mi sobrino fuimos varias veces. Desde siempre he tenido una posición crítica frente a los zoológicos. Tal vez por eso no volví a ese en tanto tiempo. Pero al ir varias veces en el último par de años mi perspectiva cambió. Nunca me gustaron los zoológicos, pero los toleraba. Mi pensamiento era que esos animales ya no tenían otro lugar en el mundo para estar ya que en cualquier otro lugar el medio los destruiría, así que me resigné a que ese era su lugar, desafortunadamente.
Ahora, cuando tengo una formación más sólida en muchas cosas, veo el zoológico de otra manera. No tanto por nuevos conceptos e ideas que haya adquirido, sino por la forma de observar distinta.
Durante esas visitas observé a los animales. Dejé de simplemente mirarlos y admirarlos. Admirar sus cualidades físicas como las plumas de colores, los pelajes, las grandes garras y demás atributos. En un momento no me di cuenta de lo que estaba haciendo y me fijé en el animal más allá de su pelaje. La forma en la que mira. Cómo se comporta. Cómo nos ve desde ahí. Como se mueve dentro de la jaula. He visto animales normales tanto en televisión como en persona, y podemos decir que lo que vemos en los zoológicos ya no son animales sino sombras de animales. Carne y pelaje. Sus instintos están anestesiados y hasta su química se ha alterado.
Todos los seres se adaptan a lo que la vida les pone en frente, más aún cuando no tienen otra opción. Pero adaptarse no significa vivir. Esas últimas visitas al zoológico me dejaron una sensación muy desagradable. Muy chocante e indignante. Y hasta culpa sentí aun cuando no creo que tal sentimiento sea coherente, competente ni oportuno en la crítica social.
Los simios, sin importar cuantos años están ahí, siempre intentan salir. Cuando alguien se queda demasiado tiempo frente a su jaula, siempre aparece alguno que salta hacia la reja, se prende de ella y la agita con sus brazos. A veces haciendo escándalo, a veces en total silencio. A veces con mucha fuerza, a veces simplemente se cuelgan ahí. Pero siempre hay como un intento como de ver una oportunidad cuando una persona nueva se para ahí por más de treinta segundos.
Los grandes felinos casi no se mueven, a pesar que naturalmente no son activos durante el día. Pero también los he visto con su máxima energía y su conducta siempre es la misma. Empiezan a caminar. Caminan de un extremo a otro de la celda frenéticamente. Cuando están así miran hacia el piso sin importar qué tanta gente esté frente a ellos y que tanto ruido haya en el ambiente. Están quemando energía. Como no miran a nadie, a veces pareciera que se imaginan a sí mismos acechando a una presa, o simplemente caminando en línea recta girando rápidamente cuando la jaula se acaba. Pueden durar horas así. Es algo raro de ver.
Aparte de los simios, muy pocos animales nos miran a los ojos y nos sostienen la mirada. Puede que ya esté medio loco, pero cuando lo hacen, hablan. No es igual la mirada de un tigrillo que te encuentras de repente junto a una carretera rumbo a la cierra nevada, que la mirada de un tigrillo del zoológico. Así ambos estén dormitando en la tarde. No sé bien en qué consiste tal diferencia, pero me pareció como contemplar la distancia que hay entre la calma y el cansancio. Ambos estados son taciturnos y hay quietud, pero en uno hay tranquilidad y en el otro parece haber una resignación a medias.
Finalmente me di cuenta de en dónde había estado. Los zoológicos no son parques. La palabra “parque” es un eufemismo bastante grosero para aplicarlo a un zoológico. Aquí son todavía mejores. Le llaman “jardín zoológico”. Igual que a esos barrios de invasión en los que las personas viven en condiciones horribles pero a los que les ponen nombres idílicos como “Pinar del río”. Qué bonito suena. Cualquier que haya ido a ese barrio, sabe que Pinar del río es un portal al infierno.
Los zoológicos no son parques y tampoco son jardines. Los zoológicos son prisiones. Ni más, ni menos. Son cárceles de alta seguridad en los que se pagan penas de por vida. No es símil, no es metáfora, no es alegoría. Piense en la definición y en el funcionamiento de la palabra prisión. Compárelo con el funcionamiento de un zoológico. Ahora piense en el concepto de cadena perpetua, y compare la vida de un criminal condenado a cadena perpetua con el día a día de un residente de un zoológico. Repito, no es metáfora. La diferencia es nula. De hecho, el reo de la prisión suele salir de su celda, caminar en otros lugares e interactuar con otros reos. Al menos eso tienen.
Cuando caí en cuenta de eso, mi percepción pasó de la incomodidad con los zoológicos, a la indignación con los zoológicos.
Hace muchos años, el elefante del zoológico, que se llama tantor, un día golpeó el muro de su espacio hasta que la pared se venció y cayó destruida al piso. Los del zoológico dijeron que lo hizo porque estaba en celo. Tantor se asomó a la calle pero no se fue. No había nadie afuera cuando ocurrió. Ningún peatón o conductor salió herido. Solo había cemento por todas partes. Una cría, o un animal recién llegado, sin duda se habría escapado. Quién sabe qué pensó tantor que había al otro lado del gran muro, o qué pensó cuando el muro cayó. Supongo que se asustó. Sin embargo, a pesar de que no se salió, no es ilógico suponer que quería irse.
Por muy bien mantenido que esté un animal en ese cautiverio, personalmente creo que no existe un animal en un zoológico que no quisiera irse de allí. Ningún instinto natural ha evolucionado hasta hoy para desarrollarse en un zoológico. Ninguno. El encierro es un estado antinatural.
Algunas personas que fuero criadas por padres muy duros, por decirlo de alguna manera, o bajo pautas de crianza un poco rudimentarias por así decirlo, llegan a adultos y dicen que no les fue tan mal. Que fue una buena crianza, y que criar a sus hijos de la misma manera está bien. Para ellos, si no hubo necesidad de hospitales, cárceles ni cementerios, el trabajo estuvo bien hecho sin importar el final. Esto no es verdad. El hecho de que nadie haya muerto no significa que haya sido un buen trabajo, o que repetirlo sea una buena idea. Un animal se puede ver muy bien allí. Y sin embargo, mantenerlo ahí con el único objetivo de ser exhibido para que personas que no sabe qué es lo que están presenciando los vean por unos segundos y sigan de largo, no es algo bueno solo porque el animal come y duerme todos los días.
Por cierto, lo de las crianzas peculiares tampoco crea adultos sin secuelas. Siempre las hay y son bastante serias.
Hay que adoptar una posición de rechazo ante los zoológicos, igual a como se hizo contra el uso de animales en los circos, cosa que sí funcionó. No hay razón para pensar que en un futuro no pueda funcionar con los zoológicos.
Que los circos pudieron seguir funcionando sin animales y los zoológicos no pueden… sí, es verdad. Y ese es el punto. Los zoológicos no deberían modificarse. Los zoológicos deben desaparecer. Igual que los animales en los circos, los animales usados en la industria turística como los elefantes de paseo en Tailandia o los delfines y orcas en los acuarios, las corridas de toros y las peleas de gallos en nuestros pueblos, etc.
Los zoológicos deben dejar de existir. Sin importar cuánto dinero y medios se inviertan en esos animales, el zoológico es una fuente de sufrimiento. He insisto en que la razón de ser de estas entidades es estúpida. Exhibirlos para que unas personas que no saben lo que están viendo los miren por unos segundos, y luego sigan a la siguiente celda, es una razón profundamente estúpida para retener a un ser vivo en una celda por toda su vida.
Es realmente extraño que la gente vea a los animales en el zoológico y piense que están bien. Como si no tuvieran capacidad de sensaciones ni una comprensión mínima del sentir de la libertad.
Pregúntese, si en vez de ver a un simio colgado de una reja, usted viera a un perro ahí encerrado, ¿Lo vería de igual manera? Un perro que usted sabe que se quedará ahí para siempre, en el mismo lugar, hasta que se muera, ¿Le parecería que está en un buen lugar?
Todas las sociedades tienen animales sagrados. Nuestros animales sagrados son los perros, los gatos y los caballos. Los animales sagrados no se comen, no se cazan, y cuando se maltratan o se matan la sociedad reacciona. Matarlos es, desde el punto de vista de nuestra sociedad, un sacrilegio y es casi tan malo como matar a una persona. Matar a un perro, a un gato o a un caballo en nuestra sociedad es un acto muy ofensivo que genera un gran malestar social. Es como matar a una vaca en la India. Imagínese que en lugar de tener a todos esos animales exóticos y bonitos retenidos en el zoológico, alguien llegara y encerrara en esas celdas a nuestros perros y nuestros gatos. ¿Los vería igual a como se ve a un tigrillo de monte? ¿Usted solo vería hermosos pelajes y lindas orejitas? No. A nuestros animales sagrados no les vemos solamente el pelaje, las patas, las orejas y la cola. A nuestros animales sagrados los vemos más allá de sus cualidades físicas y su aspecto. Podemos ver más allá de sus ojos. A ellos sí les percibimos el sentir y el dolor. Estamos atentos a su ansiedad y a su estrés. Al bienestar de su sus mentes y sus emociones, y nos interesa que sean felices. Es extraño que para el resto de los animales esto no ocurra, y nos importe un rábano tales observaciones.
Una exhibición permanente de perros y gatos encerrados en hábitats de concreto sellados con vidrio de los que no salen literalmente en ningún momento, sería un verdadero escándalo. ¿Acaso los simios, los leones y los elefantes no tienen nada por dentro? ¿Son diferentes a nuestros animales sagrados? Podemos pensar y opinar que no. Pero en realidad sentimos que así es. Sentimos que detrás de ese cuero esos ojos no hay nada y que todo está bien. Por eso no sentimos nada al pasar por un zoológico, pero a algunos nos da cierto escozor en el corazón cuando vemos cachorros en jaulas a las puertas de las tiendas de mascotas (otro negocio repugnante). Y todos nos indignamos y protestamos frente a imágenes de una persona maltratando o matando a un perro, a un gato o a un caballo. Eso sí no es tolerable. Sale en los noticieros, explotan las redes sociales, y actúan las autoridades. ¿No es eso una doble moral?
La diferencia es simple. Para nosotros, todos los animales son sagrados. Incluso los que nos comemos. Por eso mostramos un respeto y estamos pendientes a la manera en la cual se crían y cómo se realiza su sacrificio para nuestro consumo.
Antes de rasgarte las vestiduras por aceptar el consumo de carne lee el artículo sobre “veganismo y vegetarianismo en el budismo”, y luego si rásgate las vestiduras, porque si le vas al veganismo, inevitablemente lo harás, solo que ahora conociendo nuestro punto de vista.
El zoológico siempre implica algún grado de hipocresía. Trabaja mintiendo a cerca del bienestar de sus animales y fingiendo que el encierro permanente es algo bueno para ellos. Cuando empezó la pandemia, el zoológico de la ciudad empezó a hacer su propaganda de auxilio. A los dos meses de la cuarentena, el zoológico salió por los noticieros diciendo que no tenían dinero para seguir funcionando y que no habría como alimentar a los animales dentro de dos semanas. Cuatro meses pasaron sin que una sola entrada se vendiera y los animales siguen ahí. Mentiras como ésta se seguirán divulgando en los medios para seguir explotando el cautiverio de esos animales.
Ahora que el aislamiento obligatorio ha pasado, el zoológico ha salido en los medios diciendo que los trabajadores de la salud entrarán gratis. Usarán a los héroes contra la pandemia como gancho comercial para seguir explotando el cautiverio de esos animales, que extrañamente no se murieron de hambre. Obviamente recibieron auxilios del gobierno o de entidades internacionales, o incluso puede que se hayan endeudado. Pero eso no justifica ni el cautiverio ni la hipocresía ni el marketing solapado con los médicos y enfermeras de la ciudad.
Podría extenderme aquí hasta llegar a lo más diabético y lacrimoso, pero la mayoría tendremos un acuerdo común sobre lo injusto que es tratar a los animales de esa manera por razones tan estúpidas, a falta de otra palabra más adecuada. El punto central de este apunte no es qué pensar sobre los zoológicos, sino qué hacer. Vamos a ello.
Básicamente debemos hacer dos cosas. Primero no financiar los zoológicos. No ir al zoológico y no apoyar causas que soporten los zoológicos. Y segundo, desincentivar el apoyo al zoológico. Desalentar a la gente a que lleve a sus hijos al zoológico. Entender que si les enseñamos a nuestros hijos que los zoológicos son algo normal o algo bueno, más animales van a ser traídos a estas cárceles, y los zoológicos no se van a acabar.
Si el zoológico deja de recibir dinero y se encuentra incapaz de seguir manteniendo esos animales, los animales no van a morir de hambre. Eso es una mentira sucia y un vulgar chantaje emocional para que la ciudadanía salga corriendo a “salvar” a las criaturas. Inevitablemente esos animales tendrán que ser sacados de la ciudad y llevados a otro lugar en el que se mantengan de forma distinta.
Hay otro concepto distinto al zoológico. Es el parque de conservación. Son zonas naturales apartadas en las que los animales son llevados y mantenidos para ser recuperados y habilitados o rehabilitados para su liberación en su medio natural. Y si no pueden ser liberados porque su adaptación es simplemente imposible, de todas maneras se encontrarán en un espacio abierto y natural. No encerrados en una celda de concreto decorada con pinturas ridículas del valle del Serengueti.
En el formato del parque de conservación, a pesar de que hay un límite cercado dentro del cual están los animales, estos sí están en contacto con la naturaleza. Tienen mucha más libertad de movimiento, y el objetivo no es la simple exhibición, sino la recuperación de los animales para su libertad.
La industria del cautiverio de animales jamás va a apoyar la construcción de un parque de conservación por la cuestión del dinero. Se necesita mucho terreno verde en lugar de pequeñas celdas de concreto. A diferencia de los cuidadores que mantienen el zoológico y uno o dos veterinarios en rotación, un parque de conservación necesita personas más especializadas que trabajen con los animales ya que la habilitación y rehabilitación es más cara y el objetivo no es conservarlos sino trabajar para sacarlos de allí y regresarlos a la naturaleza. La idea del zoológico es mantener los animales ahí para que produzcan. No tiene mucha gracia mantenerlos para liberarlos. Además, requeriría un gasto extra para los visitantes porque el lugar debe estar lejos de los centros urbanos. El zoológico lleva los animales a la ciudad, a las personas. El parque de conservación obliga a las personas a ir a los animales. Para el empresario, el hecho de que el cliente tenga que desplazarse fuera de la ciudad eso es un factor negativo para sus finanzas.
De todas maneras, cualquiera que sea el destino de estos animales, al cerrar el zoológico se les enviaría a un lugar mejor que una celda de concreto y vidrio en la que están. Hubo una vez un narcotraficante que convirtió una finca en un lugar así, tipo parque de conservación. Cuando lo mataron, confiscaron todos los animales y los enviaron a zoológicos en todo el país. Pero los hipopótamos se escaparon hacia la naturaleza. Todavía hay hipopótamos libres provocando uno que otro daño y haciendo hipopotamitos felices por ahí como si nada. Si un narco pudo hacer un lugar más o menos respetable ¿Por qué no podría hacerlo el Estado?
Es incómodo, no voy a mentir, la gente no te mira bonito, pero es necesario tratar de explicar las razones por las cuales la gente no debe llevar a sus hijos a los zoológicos y enseñarles a los niños por qué no deben ir a los zoológicos y a tener un criterio propio ante el tema.
Este es un blog incómodo. Si te gusta, debes ser una persona incómoda. No tanto como la histriónica indigesta de Greta Thumber, pero si lo suficiente como para aguarle el plan a la familia cuando están pensando en ir a ver animales felices en el “jardín zoológico”. Tal vez no podamos acabar con los zoológicos ahora. Pero podemos difundir la realidad de lo que están hechos. Y podemos sembrar la semilla para que los que vienen se priven de financiarlos y los dejen morir de inanición.
Los zoológicos y los acuarios no son más que otro tipo de circos. Son la forma más convencional de maltrato animal de por vida. Una sociedad respetable e íntegra no lleva a sus hijos a ver prisioneros por diversión.
Éstas son tres simples acciones que puedes adoptar como hábito para ayudar a estos animales.
No
vayas al zoológico. Desalienta a otros de ir al zoológico. Difunde información
sobre los zoológicos.