jueves, 10 de marzo de 2022

La decepción constante de los maestros occidentales.


 Anteriormente he criticado la lentitud y el pésimo método que han usado los budistas occidentales para propagar el budismo en occidente. Básicamente y en resumen, mi punto de vista consiste en que los budistas occidentales están demasiado influenciados por las culturas orientales y como consecuencia, están usando técnicas orientales para consolidar el Dharma en pueblos occidentales, estrategia que ha probado su inutilidad hasta el cansancio. El Dharma llegó a occidente, al alcance del público en general hace ya más de setenta años, y aún no es más que un ínfimo grupo exclusivo con presencia en la mentalidad popular por virtud de los medios y las redes sociales, no de su difusión y práctica. Ya tenemos el arquetipo del budista. Pero el budismo todavía no termina de aparecer.

La cultura oriental y la cultura occidental son demasiado diferentes. En su esencia, en su raíz, en su historia, en todo. Son culturas que en términos históricos, se acaban de conocer. En Asia estas técnicas pasivas de enseñanza sí funcionan porque el oriental sí posee un marco histórico, cultural y tradicional que le brinda un sustento para desarrollar una práctica profunda y real con posibilidades de ser realizada de por vida. Prácticamente tiene el jardín fertilizado, arado, el agua lista, y las herramientas a la mano. El antecedente cultural le brinda la posibilidad de iniciar la marcha, incluso cuando dicho antecedente no sea budista. Puede ser sintoísta, taoísta, confusionista o cualquier creencia animista de los pueblos de Asia.   

En contraste, el antecedente del occidental para comprender una doctrina como la budista consiste en el mejor de los casos en nada. Absolutamente nada. Y este es el mejor panorama. Cuando hay algo, lo que hay son ideas fantasiosas, exageradas y supersticiosas que romantizan el budismo y a los monjes hasta el absurdo. Lo que le abre la puerta a una gran cantidad de estafadores y abusadores sobre los cuáles hemos prevenido en este blog desde su inicio. Es por esta razón que establecer un templo aquí usando los mismos parámetros de enseñanza que se usan en oriente es una estupidez probada y comprobada. El maestro termina con un pequeño puñado de seguidores que se convierten en sus dependientes emocionales. Pollitos huérfanos que encuentran a su mamá gallina. Y que colaboran en la logística para tramitar el intermitente desfile de buscadores que entran y salen del grupo sin comprender ni practicar nada a fondo.  

La pasividad, el sosiego, la paciencia, la profundidad, la poesía, no son herramientas útiles para que nosotros aprendamos la práctica budista. La cultura occidental no solo no brinda ningún entrenamiento para ver o abordar la vida espiritual como se aborda en oriente, sino que nos entrena para lo contrario. Para recibir en lugar de generar. Para ganar en lugar de madurar. En pocas palabras para comprar cosas, incluyendo la espiritualidad. La verdad es que desde el punto de vista espiritual, somos tan brutos como mulas. Torpes hasta lo indecible. Por eso nuestro instinto de búsqueda es tan infantil y nuestra mente suele aferrarse con fuerza y desesperación a todo lo que identifiquemos como sagrado o valioso, sin tener la madurez para interpretarlo debidamente o darle un uso práctico en nuestra vida. Los rituales y las ceremonias son los árboles que nos tapan el bosque.

Tenemos instinto de perro. Me disculpo con los fanáticos de los perros, pero con instinto de perro me refiero a uno estado mental dependiente, ansioso, sumiso, débil. Paradójicamente, sin dientes. Creo que la actitud más apropiada o por interpretarlo con más practicidad, la actitud más adecuada para aprender y practicar el budismo, es la actitud del gato. Es decir, una predisposición más atenta, menos ansiosa, más independiente (de la figura mental del maestro, no tanto del maestro en sí), y con cierto grado de irreverencia. Un poco de perspicacia para diferenciar las costumbres arcaicas e inútiles de lo realmente práctico y sagrado. De nuevo me disculpo con los amantes de los perros pero sí, creo que somos tan tontos como ellos. Y obviamente soy un hombre de gatos. Que le vamos a hacer…

En mi opinión, el budismo en occidente debería enseñarse de forma occidental. Y aunque la expresión “forma occidental” evoque imágenes consumistas, salvajes e ignorantes, no es eso a lo que me refiero. No me refiero a las características negativas de nuestra cultura que tanto odian y combaten los veinteañeros socialistas desde los computadores comprados por sus padres con dinero capitalista. Me refiero a los códigos culturales y las formas de comunicación. Nosotros necesitamos ser mucho más dialécticos porque no tenemos ningún antecedente útil para introducirnos al budismo. El Buda se la pasó hablando, predicando, explicando, debatiendo y enseñando por más de 45 años seguidos. Invitar a un grupo de personas que no saben literalmente nada de budismo a un salón para que se sienten cuarenta minutos sobre un cojín, y después lanzarles unas cuantas palabras metafóricas al aire para luego despedirlos pensando que aprendieron algo o que se van en paz, es algo totalmente estúpido. Eso simplemente no funciona aquí.

Las personas que llegan a un templo y se quedan en este después de una sesión tan insípida como la descrita, son personas que ya han pasado buena parte de su tiempo estudiando, averiguando y recogiendo información. Y por lo tanto ya tienen una idea así sea pálida de qué demonios fueron a hacer allí. Para un simple parroquiano, tal ejercicio no fue más que una ridícula pérdida de tiempo. Y tiene razón al pensar así.

Esta es simplemente una idea superficial de un tema que tiene mucha más tela por cortar. La forma en la cual los occidentales aprendemos mejor el budismo y lo aplicamos en nuestra vida de forma más práctica, a la occidental por así decirlo, es precisamente el espíritu de este blog. Los lectores habituales lo saben bien. Obviamente estamos hablando de intentos de laboratorio. Ensayo y error. Pero por algún lado hay que iniciar. La forma antigua oriental simplemente sirve para orientalistas. Y como ya comenté en anteriores oportunidades, no me interesa ser un chino de segunda, ni un japonés pirata, ni una imitación de tailandés. No somos orientales señores, y ponernos a imitar los asiáticos en todo no nos hace más budistas. De hecho, nos hace ver totalmente ridículos. Hablemos ahora de nuestro punto de interés.

El fracaso de los maestros occidentales.

Otra canción que llevo cantando hace tiempo en este errático y advenedizo blog, como me dijo una vez un lector español, es que los orientales no son la santidad encarnada. Al igual que el resto del mundo, los asiáticos también son presas fáciles de la avaricia por el dinero que traen los turistas espirituales occidentales, por más cabeza rapada, templo y túnica que exhiban. Es sabido de sobra que los monjes de oriente les sueltan títulos monacales originales a cuanto occidental se les cruce por la puerta. Prácticamente cualquier hijo de familia acomodada que tenga recursos para darse el paseo, puede fácilmente escoger una tradición milenaria en cualquier lugar de Asia y obtener todos los pergaminos que necesite en un tiempo ridículamente corto para llegar aquí y montar un local en la zona de nuestra ciudad en la que sí barren y limpian todos los días.

Por un lado, el problema es que son gente que honestamente no está ni cercanamente bien preparada, con lo cual suelen salir con unas estupideces épicas apoyadas únicamente en sus títulos monacales. Por otro lado, llegan como se fueron. Con los mismo vicios y falencias psicológicas que todos nosotros tenemos. Por eso es que suelen dar tanto en el clavo diciéndonos lo que queremos escuchar y aceptando una paga económica proporcional al valor espiritual de lo que enseñan. Exactamente igual que cualquier iglesia de barrio en el que no barren ni limpian nunca. 

Llegan con la dialéctica, con la estética, los libros leídos, las ceremonias aprendidas y los pasitos ensayados. Pero psicológicamente, el equipaje mental que dejaron cuando se subieron al avión, lo recogieron igual de empacado cuando se bajaron del avión. Al principio parecen bien. Logran confundir. Uno los escucha y dice, hombre, por fin un maestro budista al cual preguntarle cosas. Por fin una maestra budista que nos pueda explicar el budismo claramente. Entonces uno se queda en su nicho por un tiempo. El mundo da un par de vueltas más, y estas bellezas de loto se abren en todo su esplendor.

He conocido monjes y monjas: Veganistas, feministas, nacionalistas, pro aborto, pro vida, derechistas, izquierdistas, socialistas, anticapitalistas, animalistas (es decir que los humanos no valemos pan), racistas (porque todo lo que sea blanco es maldad pura), y así, cada ostra hace brillar su perla cuando finalmente se abre plenamente al sol. Cada monjesillo y monjesilla tiene su porra escondida. Hasta que algo pasa, la situación se presta, y uno termina escuchando las mismas estupideces fanáticas, polarizadas y radicales que escucha en cualquier bar del centro o en cualquier protesta callejera. Posteriormente, el espejismo del maestro se rompe y uno ata cabos. En realidad, lo que enseñaba o decía enseñar, no era ni coherente ni útil. Uno simplemente se había tragado el anzuelo y estaba ahí esperando que sus expectativas se hicieran realidad. Pero en realidad no había razones sólidas para esperar nada. Era todo túnicas y cabezas afeitadas. Todavía me pasa amigos. Y mucho.   

Pensé que me había vacunado con el penúltimo. Este, en lugar de todos los ismos mencionados, resultó siendo un negacionista condescendiente. Su respuesta a todo era simplemente que no era nada. Ningún problema era un problema. ¿Una enfermedad? Claro, solo es una enfermedad, igual, de todas maneras te vas a morir así que para qué llorar. ¿Una pérdida? Lo mismo. La flaca nos llega a todos. ¿Depresión? Es un proceso neurológico de desbalance químico, y si es muy serio pues ve a un psiquiatra y medícate, no le hagas feria a eso. Y así… Para el hombre ningún problema que le trajera alguien era un problema real. Puras pendejadas sin importancia. ¿La invasión rusa a Ucrania con crímenes de guerra, amenaza nuclear y colapso económico? Por favor… ridiculeces. Lo mismo que la invasión a Panamá o la crisis de los misiles en Cuba. Todavía sale el sol por la ventana ¿Verdad? Mejor meditemos y listo, todo va a estar bien.

¿Cómo se supone que una persona que está asustada, que viene con dolor, que necesita guía, apoyo y consuelo, va a poder servirse de algo de un imbécil cuya respuesta para todo es simplemente “no sufras” y ya? Es verdad que la visión budista del sufrimiento es interna, no externa. Y que no debemos enterrarnos el segundo dardo del que habla el Buda. El de dolernos a nosotros mismo debido al dolor que ya tenemos. Diferenciar lo que podemos controlar de lo que no y aprender a no provocarnos sufrimiento por ninguno de estos dos aspectos. Pero para poder llegar a eso se necesita entrenamiento. Se necesita práctica. Se necesita una guía competente. ¿Qué guía va a tener uno de un idiota al que cuando le presentas un problema, te baja la moral por no interpretarlo como él lo interpreta y te dice que en realidad no es nada? Seguí a este imbécil de forma intermitente por casi dos años antes de darme cuenta de que era un payaso. Pensé que este era el último, pero no. Todavía venía el mejor.



Hace poco encontré un anuncio de una charla por zoom. Me metí así como por inercia. Por desgano debido a que el zoom de diez veces, solo me funciona una. Y por las experiencias decepcionantes con los monjes occidentales de las que estamos hablando. Para mi sorpresa el zoom funcionó. Y para mi mayor sorpresa, la charla del monje resultó interesante.

El tipo parecía ser el más coherente que me había encontrado. Sentido crítico. Análisis honesto. Uso del lenguaje directo y sin rodeos. Sin anestesia, endulzantes ni colorantes. Ácido y duro de digerir, como me gusta. Estoicismo, psicología, y práctica directa en el mundo real. Debo confesar que por un segundo llegué a pensar, “por los dioses, al fin… este es”. El tipo era duro pero parecía razonable, así que los pocos que asistimos a su charla virtual pedimos su contacto y más información sobre su organización. Él nos mandaría unos documentos al correo y nos dijo que lo buscáramos en Facebook. Con una curiosidad más afilada, me metí a su Facebook para conocer más de sus antecedentes. Lo que vi me hizo reír y decepcionarme al mismo tiempo y a un grado tal que nunca había experimentado en todo mi largo camino de decepciones budistas.

El cabrón era comunista pero nivel maldita sea. Marxista, leninista, estalinista, hueso rojo, guevarista, castrista, chavista, pro Putin (pro invasión rusa obviamente), anticapitalismo norteamericano, feminista con todos los demás apellidos zurdos ya nombrados, pro soviético, anti occidental, imagen de un Buda con capucha (no es chiste, estaba en su muro), y un extendido, vergonzoso y patético etcétera con martillos y hoces por todas partes. Lo más gracioso es que esta gente se hace llamar a sí misma antifascista pero bue… No entendí por qué estaba en una ciudad y no en una maldita guerrilla cocalera en medio del monte del Cauca cruzando una trocha hacia Venezuela con el ejército a la espalda. En fin, de todo hay en la selva del Señor Buda…

Debo confesar que esto fue una descarga de agua helada pero soltada con una excavadora. Con razón su discurso contra los ritualismos, los pensamientos mágicos y las ceremonias vacías me caló tan bien. El tipo era un anti religioso. Recordemos que la religión es el opio del pueblo según aquél gran filósofo de la economía que en su vida trabajó un solo día. Es verdad que hasta que uno no ve realmente de qué está hecha la gente, uno mismo se engaña y los enaltece dejando pasar por alto las señales de lo obvio. El tipo criticaba duramente a las otras comunidades budistas por definirse como comunidades religiosas ante el Estado. Las llamaba despectivamente, iglesias. Y eso, que de entrada es un rechazo frontal a la libertad de culto, a la constitución y a los derechos humanos, me sonó totalmente correcto y normal. El tipo es materialismo dialéctico marxista puro y duro. Y sobre eso montó el esquema de la enseñanza budista. Sabrá él como le hace para malabarear semejante adefesio. No averigüé más. Mi límite de tolerancia a la estupidez se superó en lo que me demoré en ojear su perfil. En fin. Una decepción más pero como esta, he de confesar, ninguna.

Una hora antes yo me creía un tipo listo, adulto, culto. Capaz de diferenciar fácilmente un budista de un payaso. Con el conocimiento y la sabiduría para señalar a otros los caminos equivocados y prevenirlos. Hice el ridículo ante mí mismo. Mientras me creía infalible, me estaba emocionando por haber encontrado al fin un monje con el que sí pudiera hablar, del que sí podía aprender. Como un estúpido adolescente impresionable hirviendo en sus hormonas.

Al día siguiente envió los documentos pactados al correo. Una larga lista de fotos de todos los títulos que había conseguido. En chino obviamente. Y un par de textos escritos por él, en los que reflejaba fielmente el perfil y la posición ideológica que tenía frente al mundo y a la sociedad, y que ya había visto en su lamentable perfil de Facebook, el cual promociona felizmente como si esto fuera RT noticias.   

Me terminé se sentir más solo de lo que estaba, pero aliviado de que las redes sociales me hubieran ahorrado tiempo que se hubiera desperdiciado como lo desperdicié con el señor “no pasa nada”. Aunque a decir verdad, con el nivel de fanatismo que padecía ese señor, no creo que me demorara mucho en salir despavorido.

Ahora bien, hablemos de monjes e ideologías. Es malo o inapropiado que un monje tenga una ideología, una causa social o una plataforma filosófica. No, en modo alguno. El que sea monje no le quita el ser un ser social. ¿A qué viene mi crítica entonces cuando califico como decepcionante a un monje feminista, a una monja veganista, y demás? Vamos a ello.

El Buda nos enseña independencia mental. Independencia psicológica, emocional, y también filosófica de hecho. Incluso nos enseña a ser independientes de la misma filosofía del Dharma en cierto sentido, o al menos esa es una de las metas. Los monjes son unas guías del Dharma para los laicos, ya que por definición son los laicos quienes viven en el mundo y tienen que lidiar con las dinámicas y los elementos nocivos que el mundo tiene. Como he dicho, el problema no es que el monje esté de acuerdo con una ideología. El problema es que el monje se deje secuestrar por dicha ideología. Ese, se supone, es un problema que padece el laico. Y es el laico el que va al monje para que le enseñe cómo liberarse de ese secuestro mental que las ideologías radicales generan. Si el monje mismo está encerrado en esa jaula ¿Cómo se supone que va a ayudar a alguien? ¿Cómo va a enseñarle el camino de la liberación a alguien?

Un monje es un maestro en la senda del camino medio. Aunque pueda tener afinidad con una causa, no debe tener ningún tipo de pasión por ninguna causa ni filosofía. Ni siquiera por el propio Dharma. Un monje o monja con un pensamiento radicalizado como el feminismo de tercera ola que dice que todos los hombres somos violadores natos y que el Estado es patriarcal porque no hay igual número de ingenieros que de ingenieras y demás estupideces, ¿Qué credibilidad va a tener? Tiene el mismo problema que la feminista veinteañera hormonal, y no solo eso, sino que le alimenta y le fortalece ese Asura de guerra que la pobre chica adquirió del mundo y que la pone a romper vitrinas y a incendiar iglesias. ¿Se entiende el punto?

Una cosa es tener una opinión sobre algo. Una posición sobre algo. Pero otra distinta es pertenecer a una ideología y andar defendiendo símbolos y banderas que causan división y disputas metido en una túnica y sentado en un cojín. Es algo ridículo. He escuchado a una monja gringa decir que todos los budistas debemos ser vegetarianos para ser total o realmente budistas y no “parcialmente budistas o budistas a medias”. He escuchado a un monje feminista decir que los hombres debemos pedir perdón de rodillas a las mujeres por atrocidades que personas totalmente ajenas a nosotros cometieron hace generaciones atrás en tierras a las que la mayoría de nosotros jamás vamos a ir. He escuchado a un monje apoyar el aborto con las mismas palabras de una feminista quema iglesias. Y a otro negarlo rotundamente por cuestiones de interpretación del karma y el precepto de no matar y proteger la vida. Y lo más absurdo de esto, es que todos estos monjes defienden sus posturas ideológicas apoyándose en sus estatus de monjes, dando a entender que esa es la “posición oficial del budismo” sobre el tema, por mucho que digan que esa es solo su opinión personal y nada más. Nadie va a pensar que es su opinión y nada más. Es muy jodido hacer eso cuando el que te habla tiene una túnica, un muñeco asiático atrás, la cabeza rapada y cinco universitarios bien pendejos haciéndole reverencia frente a una cámara. Eso amigos, es llamado manipulación por autoridad. Lo siento, pero tu maestro no es ningún maestro. Es un idiota ideologizado como los que salen en redes sociales y de eso no vas a aprender ni gorro (eso fue para el que sabe qué maestro le tocó).

Muy pocos son como el llamémosle, “monje” rojo que me tocó. No suelen ser tan evidentes por no decir otra cosa. Pero desgraciadamente esta es la calidad de los monjes que nos ha tocado. Por no mencionar a aquellos que se han metido en la tradición asiática de un determinado país a un nivel tan profundo que terminan repitiendo las supersticiones y creencias absurdas de los campesinos apartados del país en el que estudiaron.

El punto es, que las doctrinas de identificación como los nacionalismos, las doctrinas políticas, las identificaciones sociales con un grupo específico llámese minoría, tradición o cualquier otro, no tienen ningún sentido en la vida de un monje por la simple razón de que no tienen ningún uso. Estas formas de postura social tienen como resultado una identificación tribal que se va consolidando a medida que las confrontaciones ideológicas van avanzando. Estos son monjes que andan muy metidos en redes sociales y en controversias ideológicas.

Uno de los ejemplos más visibles es el del llamado monje terrorista en Birmania, catalogado así por tomar una postura nacionalista de lucha violenta contra una etnia musulmana en medio de una guerra que ha causado muchos muertos, heridos y desplazados. Este es solo un ejemplo de que estas identificaciones ideológicas no tienen ninguna lógica en cuanto a los votos budistas y en cuanto a la práctica budista en general. Podrás encontrar un artículo completo dedicado a este caso en este blog.

Desde el punto de vista budista, todas estas causas, ideologías, posturas y filosofías, son solo conceptos. Nada más. Y como tales no tienen asidero en la vida real. Es solo el más elemental sentido común como siempre ha sido la visión budista. El nacionalismo, la guerra entre los sexos, el ateísmo contra el teísmo, la izquierda contra la derecha, la ridícula y caduca lucha de clases que ahora se ha trasplantado al feminismo, racialismo, entnicismo, y cuanto factor identitario hay, ya que lo de los ricos contra los pobres simplemente fracasó. Todas estas cosas en realidad, desde la óptica budista, ¡no existen! No hay tal cosa como nación. Las naciones son solo líneas inventadas para diferenciar la composición territorial entre un Estado y otro. ¿Es esto real en un sentido literal? No. Un manzano no crece mejor ni peor por crecer a un lado o a otro de una línea inventada por la burocracia. Y de la misma forma, una persona no es mejor o diferente por la misma razón o por el sexo que tiene o por la raza (otro concepto ilusorio) que represente, o por el estrato social al que pertenezca. Los nacionalismos, los patriotismos y todo lo demás, todo, son una tontería. Y mezclar budismo con nacionalismo no es más que un invento del partido comunista chino para lidiar con las derrotas diplomáticas propinadas por el Dalai Lama. Un chiste que jamás ha funcionado. Y así es con todo.

La causa del feminismo en cuanto a poner a las mujeres a odiar a los hombres solo por lo que tienen o no tienen entre las piernas es ridículo. Todos estos ideales, repito, no son más que conceptos inventados por el hombre. No tienen ningún fundamento en la realidad. Son los nuevos dioses por los cuales la gente se odia y se mata entre sí. Y apoyar estos conceptos desde una posición de autoridad espiritual es un error garrafal y absurdo. Todos estos factores de identificación, son iguales. Todos. Y todos tienen el mismo objetivo. Dividir y confrontar a las personas. El mismo Buda dijo que uno jamás debe participar ni generar un discurso divisorio que genere o alimente confrontación entre otros. Cuando uno de estos “monjes” se pone a echarle flores al feminismo, o al Estado, o a cualquier tribu social, eso es lo que está haciendo. Y de paso nos hace quedar a todos como si fuéramos igual de torpes.

Esto no quiere decir que no exista la injusticia o que no haya que luchar contra la injusticia. Todo lo contrario. El Buda se la pasó combatiendo las condiciones injustas que encontraba en su camino. Este blog es precisamente un intento de luchar contra la injusticia basándose en las Enseñanzas del Buda. La diferencia es el punto de referencia sobre el cual se apoya la lucha. En el mundo laico, el punto de referencia es la identificación con un concepto ilusorio. Ser mujer, o negro, o de izquierda o de tal o cual raza o país. Desde el punto de vista budista, no solo de los monjes sino de todos los budistas, el fundamente es el Dharma. ¿Y cuál es el fundamento del Dharma? Es el más sencillo posible. Tan sencillo que para una persona ávida de guerra, de odio y de rencor, resulta insoportablemente fastidioso y aburrido: Todos somos personas. Todos somos iguales. Eso es todo.

No hay identificación tribal. No existen las feministas, no existen los negros, no existen los pro vida, no existen los comunistas, no existen los derechistas. Nada de ello es real. Solo existen personas atrapadas en jaulas psicológicas atacándose y destrozándose entre sí. Como un horrible circo de bestias salvajes encerradas en una arena. Desde este punto de vista, el Dharma, es que hay que luchar contra la injusticia.

El Dharma enseña que cuando uno ve dos personas o grupos en confrontación, uno no ve al bueno contra el malo. Esa visión a blanco y negro, ese maniqueísmo ridículo, no tiene ninguna cabida en el budismo. Ya deberíamos tener eso claro. Cuando uno ve una confrontación violenta uno ve a una persona ignorante haciéndole daño a otra. Pero el hecho de que esta persona o personas estén equivocadas y cegadas por la ignorancia, no significa que debamos atacarlas y destruirlas como si fueran el mal. Hay que defenderse, eso sí. Y con la fuerza si no hay más opción. Eso es algo que hemos discutido muchas veces en cuanto a diferenciar el ser pacifista de ser pasivo y tolerante con el mal. Pero siempre hay que tener en claro que ellos no son el mal. Ellos padecen y manifiestan el mal. Y si este punto de vista se toma en serio y se practica, simplemente no tendrás fundamentos para odiar a nadie. Literalmente a nadie. Y sin odio, todos estos conceptos de los que hemos hablado se evaporan al instante. Toma el feminismo actual y quítale el odio. ¿Qué te queda? Nada. Quítale el odio al comunismo, su arcaica lucha de clases. ¿Qué te queda? Absolutamente nada. Quítale el odio a cualquier confrontación. El resultado es que te quedará una oportunidad para debatir y llegar a estar más cerca de la verdad con la ayuda de tu contrario. Pero los que vinieron a odiar, a pelear y a destruir, se decepcionarán y dejarán caer al piso esos odiosos trapos a los que llamamos banderas.

Hay un artículo en el blog referente a los Asuras. Los Asuras como estados mentales de personas atrapadas en el odio y la guerra. Su lectura aclarará aún más este punto de vista. Todos tenemos asuras, eso es innegable. Pero el Dharma nos da dos factores que nos diferencian de las demás personas. El conocimiento sobre los Asuras que tenemos y las herramientas para mantenerlos a la vista y bajo control. Un monje budista por definición debería tener maestría en estas dos técnicas. Pero estos monjes a los que nos estamos refiriendo, que no son violentos ni promueven la violencia de forma manifiesta, sí promueven la división de forma indirecta. En realidad son Asuras con imagen de monje. En el fondo de su discurso pasivo, que no es lo mismo que pacífico, encontrarás una carga disimulada de rechazo, algunas veces hasta de odio y desprecio como en el caso de la monja veganista, hacia algunas cosas del mundo que les provocan dolor y hacia aquellos que las promueven.

Este es un factor diferencial en la integridad de un monje. Un discurso pasivo que tome partido a favor de una ideología y por consiguiente una posición en contra de su antítesis apoyándose en el budismo pero con un lenguaje amable y blando, no es el discurso de un monje budista. Simplemente no puede serlo de la misma forma que un vegetariano que come pequeños y disimulados trozos de carne seca no puede ser vegetariano. Es una contradicción lógica y práctica.

Va a sonar arrogante aunque tengo el ego hecho composta, pero honestamente puedo decirles a mis lectores que he contactado a cuanto monje budista he podido desde hace más de ocho años y hasta ahora, no he podido decir que he conocido a una sola persona a la que pueda llamar maestro. Ni siquiera considerarlo budista. Al menos no con seriedad dejando de lado las buenas intenciones. Aclaro que estoy hablando de los monjes con los que he logrado tener contacto y de los cuáles de uno u otro modo, he recibido alguna enseñanza. Además, ocho años en realidad no son nada. Todavía tengo muchas decepciones por delante. Puede que tenga un karma salado y los buenos se me pasan. Puede ser. Pero en mi experiencia y los análisis del material en curso, esta es la conclusión a la que he llegado hasta el momento.

Seguramente sí hay buenos y reales maestros budistas occidentales y me alegro mucho de quién pueda hablar así de su maestro. Pero la crítica va dirigida a que realmente se necesitan maestros budistas. Muchos y de manera urgente. Y la verdad es que lo que tenemos ahora se queda corto en todos los sentidos. En cantidad y en calidad. Sobre todo en calidad.

Por eso de nuevo, aquí les vengo a cantar… Como dice el mismo Buda en el Canon Pali varias veces, no crean que una persona es un monje budista solo porque llega con la cabeza rapada, una túnica y un montón de rollos originales traídos de China o de Japón o del Tíbet. Eso NO ES PRUEBA DE NADA. La conducta, la disciplina y la sabiduría, todo esto acorde perfectamente al Buda Dhamma, son las verdaderas señales de un verdadero maestro. Estamos inundados de ignorantes con túnicas. Mantengámonos alertas en la Recta Visión. Por algo es lo primero que se aprende en el Noble Óctuple Sendero. No desesperemos por un maestro y no caigamos a los pies de lo primero que se nos aparezca. Evaluemos a los monjes basándonos en las Enseñanzas que dejó el Buda ya que según el mismo Buda, éstas son nuestro maestro. No hay más maestro.

Quisiera conocer sus experiencias con aquellos que han tenido o tienen maestro.

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