En
la calle no hay ceremonias. No hay objetos sagrados ni hombres santos ni mujeres
sabias dedicados a brindar sabiduría. En la calle no hay cantos ni imágenes ni
ambientes pacíficos que sean propicios para expandir nuestra consciencia. El
budismo no es una religión de salón. En la ciudad, los templos y salas de
meditación son lugares de resguardo, de refugio. Son trincheras de escape
cuando el agotamiento y la violencia de la vida nos acribillan hasta el punto
de la rendición. Esto es una equivocación y una ilusión.
Los
templos, las salas de meditación, las Sanghas, no son cámaras de aislamiento.
No son herramientas evasoras para liberar la presión. No son escondites
sagrados para darnos un respiro antes de que la fuerza brutal del mundo nos
haga explotar. Los altares no son descanso para desfallecidos. Son lugares de
entrenamiento.
Son
centros de fortalecimiento. No se va ahí a descansar la mente, se va a
entrenarla. No se busca relajarse y desentenderse de todo por un momento como si
fuera un pequeño espa psicológico. Es un campo de práctica, de ejercicio, de
fortalecimiento mental para poder salir a la calle, allá afuera, y enfrentar y vencer a todo lo que se nos
presente como amenaza u obstáculo.
Tomar
el budismo como una válvula de escape es hacer lo mismo que hace la gente con
el licor. Se carga y se maldice de lunes a jueves. El viernes hay una euforia
total porque se beberá hasta caer, el premio después de sufrir tanto estrés. El
sábado se embota la mente con comercios banales que simulan más recompensas. El
domingo es todo un día de lamentación porque mañana es lunes y la vida
miserable empieza otra vez. Ir una vez por semana al templo para recargar baterías
para los otros seis días es igual que renunciar al licor y ser abstemio toda la
semana pero desahogarse bebiendo los viernes.
Las
prácticas del salón de meditación deben llevarse a cabo todos los días, a todas
horas, en todos los lugares. ¿Suena un poco incómodo y agotador? No hay zonas
de confort en el budismo, de hecho la práctica del Dhamma es el enemigo número uno
de las zonas de confort. Incluso el confort que genera el mismo budismo. Los
maestros advierten esto constantemente.
En
la calle tomo un taxi. Llego a mi destino y el taxista me cobra casi el doble
de lo que en verdad debo pagarle. Me niego a pagarle de más. Monta en cólera y
estamos listos para pelear. ¿Qué hacer? ¿Mis horas de charla y meditación en el
grupo budista me prepararon para esto? ¿O sólo me prepararon para sentirme bien
y a gusto en el grupo? Siento rabia. Sé que tengo razón. Conozco la ciudad,
estoy enterado de las tarifas, veo los noticieros, sé que el taxista quiere
estafarme porque no parezco de aquí, tengo aspecto de extranjero. Pero esta es
mi ciudad. ¿Llamo a la policía? ¿Le tiro el dinero justo a los pies y me voy?
Existe
un viejo dicho en la calle. Jamás te metas con conductores de servicio público,
con policías y con prostitutas. Siempre esperan una excusa para explotar y no
miden consecuencias. Las personas que más tienen que lidiar con lo peor de la
sociedad se vuelven peligrosas pero tampoco podemos ser inermes ante la
injusticia.
Alguien
se cuela en la fila del cine. Hay un hombre golpeando a una mujer en una
esquina oscura en la noche. Un hombre joven se abalanza sobre una muchacha para
quitarle su celular. La golpea brutalmente y escapa. ¿Debería socorrer a la
muchacha o perseguir al ladrón y detenerlo? La única manera de detener a un
ladrón es caerle a palos. No son dóciles. ¿Debo meterme en una pelea? ¿Defender
al más débil? ¿Debo alejarme de toda violencia protegiendo mi estabilidad
mental y me integridad física?
Es
fácil llevarle comida a un perro callejero. Curarle una pata. Buscarle un hogar
a unos gatitos desamparados. Los animales son agradecidos. Las personas no.
Aquí han habido casos en los que un indigente llega a una casa pidiendo un
pedazo de pan y un vaso de leche. Cuando la señora le da algo de comer y él se
da cuenta de que está sola, accede a la fuerza a la casa. Golpea brutalmente a
la mujer, la viola, roba todo lo que puede y la deja herida y ultrajada. Todo
por ser de buen corazón. ¿Debo negarle un pan a un drogadicto?
En
los salones de meditación todo está limpio. Todo está en su puesto y la gente
se comporta según un programa no oficial pero definido. Esto en la calle es una
ilusión.
A
menos que viva en una lujosa mansión en la cima de una loma al margen de la
sociedad, ¿Me estoy preparando para vivir en la sociedad? ¿Me estoy preparando
para lo peor que pueda pasar? ¿Si pienso demasiado en ello me volveré paranoico
y despreciaré a la humanidad?
Cuando
estoy meditando pienso ¿Qué me puedo llevar de aquí para poder usarlo afuera?
¿Ser budista es ser pasivo a toda prueba? ¿Negarme a la violencia aun cuando mi
vida está en riesgo? ¿Cuándo la vida de mis familiares está en riesgo? Las
personas salvajes son víctimas de su ignorancia y la ignorancia siempre puede
ser superada, pero, ¿Voy a superar la ignorancia de un tipo que tiene un
revolver en la sien de mi esposa, es adicto y sé que la va a matar porque no
tenemos nada que darle y está en pleno síndrome de abstinencia? ¿Debo dejarla
morir y llamarle a eso karma? ¿Y si tomo la piedra que tengo cerca y lo mato,
no merezco ser budista? Son ejemplos extremos y precisamente ese es el punto.
Estamos preparados solo para afrontar tonterías y el budismo no es un recetario
para tratar nimiedades que ilusamente creemos, es lo único que nos puede pasar.
La
ignorancia es una marea constante que nos levanta y nos baja a todos por igual,
sin distinción de creencia ni de ninguna otra. Hay terrorismo en lugares de
paz. Fanáticos haciéndose explotar. Asesinos en masa con automáticas.
Espectaculares asaltos a bancos. Vulgares ladrones con cuchillos oxidados. Cuando
recibo pacientes que han pasado por experiencias de este tipo y necesitan
tratar los traumas después de la supervivencia, siempre escucho casi la misma
frase: “Jamás pensé que esto me fuera a pasar a mí. Siempre pensé que le
tocaría a otro. No a mí.”
Hay
una hermosa chica que quiere ir a un lugar privado. Se ve demasiado joven. Es
muy hermosa, muy sensual. Es menor de edad. (En algunos países es ilegal solo
con menores de catorce) “Tengo quince. Es legal. Vamos.” Me dice. ¿Aunque sea
legal debería negarme a hacerlo? El Buda dice que el impulso sexual es uno de
las más poderosas fuerzas a vencer. Dice que si hubiera otro impulso con la
misma fuerza del impulso sexual, la iluminación no sería posible. Ella lo
quiere. No hay engaño. Técnicamente nadie saldrá herido. ¿Debería acceder? ¿Debería
negarme? ¿Por qué si y por qué no?
Ser
budista significa ser abstemio. ¿Soy abstemio? ¿Soy un budista que se permite
unos pequeños tragos de vez en cuando pero jamás se permite emborracharse? ¿”Casi
totalmente” es equiparable a “totalmente”? ¿Estoy tomando esto en serio?
Todos
somos diferentes y todos tenemos distintos tipos de personalidad. Nuestras
opiniones y forma de tomar decisiones son diferentes. Nuestra forma de llevar
una vida budista es diferente. Recordemos que una cosa es usar el Dhamma para
mejorar nuestras vidas y otra muy distinta es tomar nuestra vida y re hacerla
toda dentro del Dhamma. Esto es la diferencia con lo que yo he llamado, budismo
para turistas. Tomar el Dhamma como un práctico accesorio que me ayuda, me da
tranquilidad, sentido de identificación y un norte, es fácil. Pero cuando la
vida real golpee a la puerta, los accesorios no servirán para nada. Entonces el
turista se quejará de que el tal Buda es un fraude.
Practicar
el Dhamma no es fácil. Con ello renuncias al licor, y con el licor pierdes
amigos. Renuncias a la oportunidad de ejercer cierto tipo de trabajos y eso es
una decisión que a veces parece absurda. Tienes que renunciar a ciertas
ideologías que fueron muy fuertes en el pasado y con ellas a más gente. Tienes
que cambiar todo el esquema de relación de pareja. Incluso la manera en la que
vives tu vida de familia. Cuando alguien dice que el budismo no ordena nada, no
exige nada y solo enseña cosas buenas y lindas si tener que sacrificar nada,
solo pienso en lo aburrido que debe ser vivir como un turista que no va a
ningún lado. Este artículo está escrito sólo para los que tienen la intención
de hacer del Dhamma su estilo de vida pero no como la frase cliché que utilizan
los vendedores de clases de yoga, sino de manera literal. Tan literal como la
vida lo permita.
El
Buda ha dicho:
No vivas una vida
baja; recuerda y no olvides;
no sigas ideas
equivocadas; no te hundas en el mundo.
Dhammapada verso
167
Es
muy fácil convertir el budismo en una zona de confort. En un espa mental y más
que todo en un ornamento social. Ha veces se puede caer en una profunda
superficialidad por medio del apego a las formas culturales de la tradición. La
ceremonia, el ritual, los objetos, las imágenes y más que todo los líderes. Los
occidentales tenemos la manía de simplificarlo todo bajo la ley del mínimo
esfuerzo. Si yo encuentro un maestro, llámese Dalai Lama, Tich Nhat Han o quien
sea, y decido que esta persona tiene resumida en su sabiduría todo el
conocimiento fundamental del Buda, lo que estoy haciendo es simplificar mi
interpretación del budismo concentrándolo en una sola persona. Esto me ahorra
el esfuerzo de buscar por mí mismo. De cuestionar, de investigar. Incluso de
pensar. Cuando uno tiene un problema, se va corriendo a internet a buscar una
respuesta que el maestro haya dado. Porque prefiero que todo se me dé ya
preparado, hecho, masticado, para que yo
solo tenga que abrir la boca y engullir como un polluelo regordete en un nido.
El Buda rechaza esta actitud. Es difícil darse cuenta de que si uno se recuesta
mucho en una tradición, uno corre el riesgo de convertirse en un paralítico
mental para el cual todas las respuestas ya están dadas por alguien más.
El
Buda ha dicho:
Ten fuego como un
noble caballo tocado por el látigo. Por la fe, por la virtud y la energía, por
la contemplación y la visión profundas, por la sabiduría y la acción adecuada,
vencerás los pesares de la vida.
Dhammapada verso
144
El
objetivo de Apuntes de un budista no es solamente incentivar la investigación
dentro del budismo ni ayudar a los practicantes que están solos a que se animen
a iniciar la vida dentro del Dhamma. Otra gran meta de Apuntes de un budista es
encontrar la manera de tomar las enseñanzas de Buda, sacarlas del salón de
meditación y ponerlas en práctica allá a fuera, en la calle, en la casa, en la
vida real. Dejar esa idea romántica e infantil de un altar sagrado en el que
todo está bien y al que hay que volver para “recargar baterías” porque la vida
es dura y el budismo es la fuente de la paz.
No.
Hay que hacer lo que el Buda dice que hagamos. Poner sus enseñanzas a prueba.
No donde sabemos que las respuestas siempre serán positivas sino donde corremos
el riesgo de que no funcionen. La chica precoz que se insinúa, la pelea con el
taxista, la violencia callejera, un atraco, un accidente. ¿Qué dice el Buda que
hay que hacer? El Buda dice que hay que hacer siempre lo correcto. Siempre. Sin
excusas y sin dudas. ¿Pero cómo saber qué es lo correcto? ¿Cómo saber cuándo
estoy actuando con sentido común y cuándo soy un cobarde? ¿Cómo puedo
distinguir la diferencia entre una situación y otra?
Ni
el Dalai Lama ni el Buda van a estar ahí junto a ti para susurrarte al oído qué
debes hacer. Ni se van a aparecer en un celular o en un vídeo de youtube para
darte la respuesta correcta. La única manera de llegar a esas respuestas es
estudiando y practicando. Y practicando no en un salón, sino en la calle. El Buda
ya dio sus enseñanzas. Ponerlas en práctica o no es cosa tuya. Sólo hay una advertencia.
No hay fórmulas mágicas ni caminos simples y fáciles ni respuestas milagrosas
que se consiguen en retiros caros. Todo ello es una colorida mentira. Y en el fondo lo sabes.
Una
de las ventajas de ser latinoamericano es que estamos muy lejos de una
influencia cultural predominante. Algunos dirán, qué lástima que no hay un
templo de tal o cual tradición, qué lástima que no hay un maestro venido de tal
país. Pero en cambio yo veo en ello una ventaja. Ésta situación nos obliga a
estudiar el budismo sin filtros. Cada tradición tiene una influencia cultural,
regional e histórica. Nosotros, por carecer de ellas, somos menos susceptibles a
sus influencias, de manera que tenemos una oportunidad de ver más fácilmente el
factor común a todas, un budismo más universal, y por decirlo de alguna manera,
más puro en un sentido de simplicidad. A la larga, las tradiciones y las
culturas no son más que ruidos de interferencia que dificultan la comprensión
más práctica de las enseñanzas y nos llevan a otros mundos a los que queremos
escapar. Cielos e infiernos y demás lugares sagrados. Nosotros, en mi opinión,
tenemos la valiosa oportunidad de hacer un nuevo Dhamma ensuciándonos de la
misma tierra que pisamos, en lugar de soñar con lugares fantásticos ideados en
oriente. Esto es, vivir el Dhamma con los pies bien puestos sobre la tierra, y
comprobar sus frutos en la realidad de nuestros días.
Juntar
las manos, sonreír y decir “namaste” es muy fácil. Y te hace creer que eso es
practicar budismo. Pero estar entre las personas en una ciudad, vivir, amar y
correr riesgos no es fácil en sí mismo. Y si a eso le sumas practicar unas
enseñanzas en todas esas situaciones, tal vez se haga menos fácil. Pero en mi inocua
experiencia y en la experiencia de cientos de miles de personas a través de más
de dos mil quinientos años, puedo decirte que en verdad vale la pena. En todos
los sentidos en los que algo puede valer la pena. Las ventajas, las
experiencias, y la sabiduría que acumulas no se comparan con nada en el mundo.
Y la oportunidad de poder ayudar a otros es mucha mejor recompensa que
cualquier promesa divina.