En
este artículo hablaremos de la cuestión del racismo y de cómo podemos analizar
este tema desde el punto de vista budista.
Debido
a la horrible muerte de George Floyd a manos de un policía en Estados Unidos,
se ha generado una fuerte ola de protestas antirracistas en varias capitales
del mundo. El movimiento black lives matter, las vidas negras importan, ha
tomado la vocería de estas protestas y generado las marchas en contra del
racismo. Paralelamente han surgido más videos en los que personas negras son
asesinadas por policías blancos en el mismo país, lo que ha hecho más
persistentes las protestas.
Desde
el punto de vista budista, la posición a adoptar debe ser en
contra del racismo. Sin embargo, la posición antirracista desde el budismo no
es la misma que la de los marchantes en Estados Unidos o de mucha gente en
general que gestiona las protestas desde las redes sociales.
Para
empezar, consideremos con más detalle la definición de racismo. Según la RAE,
racismo se define como la “exacerbación del sentido racial de un grupo étnico
que suele motivar la discriminación o persecución de otro u otros con los que
convive”. De este concepto podemos deducir que la discriminación en términos
prácticos es el rechazo de un individuo o individuos por razón de una condición
inherente, sea esta raza, sexo, nacionalidad, etc.
Se
puede decir que Blak lives matter es un movimiento esencialmente antiracista, pero en realidad adolece del mismo mal que intenta combatir.
Durante las
protestas se hizo muy conocido un video de una mujer negra de un barrio negro de Chicago que les recriminaba
a los manifestantes del Black lives matter por la inconsistencia de sus protestas.
La mujer decía que a los promotores de esas marchas en realidad no les importan
las vidas de los negros porque solo se interesan en los casos documentados en
los cuales una persona negra es víctima de un policía blanco. No más. La mujer
decía, en Chicago hay muchas vidas negras que se pierden cada día, pero esas
vidas negras no les importan a ustedes, porque se trata de un negro matando a
otro negro y en ese caso no hay problema. Entonces dicen, alguna deuda tenía,
o, eso es cuestión de negros, entre ellos se entienden.
La
mujer tiene un punto e indudablemente no se le puede decir que no tiene razón. Ahora,
el punto es, según este análisis y el propio comportamiento de los
manifestantes en redes sociales, que en realidad lo que mueve a Black live
matter no es tanto la indignación por el asesinato de personas negras por ser
negras, sino luchar contra los policías blancos racistas que matan personas negras.
Eso enfatiza más el problema y disminuye el espectro de atención del público ya
que el racismo abarca mucho más terreno que el de los policías blancos racistas. El
objetivo no es tanto salvar las vidas negras, o no en primer lugar realmente
(lo cual es la queja de la mujer de Chicago a los manifestantes), sino atacar a los
hombres blancos que son policías, y a otras personas blancas que efectivamente
son racistas. Una cosa no necesariamente va con la otra y de ahí la indignación
de la mujer ante los manifestantes. Es decir, el verdadero objetivo del
movimiento no es luchar contra el racismo en sí mismo sino usar los muertos
negros de la policía para capitalizar un rechazo social contra todos los
policías blancos y gran parte de la población general.
No
todo el mundo es consciente de esto y mucha gente en realidad sí tiene un
verdadero sentido antirracista. Pero la mayoría de los convocantes son movidos
más por el odio hacia una raza que a la defensa de otra raza. Y ambas
perspectivas, desde este punto de vista, están equivocadas.
Hablemos
específicamente del racismo en Estados Unidos para distinguirlo de las formas
de racismo presentes en nuestros países ya que esta problemática no tiene las
mismas características en todo el mundo. Tomaremos el racismo estadounidense,
uno de los más explícitos y cultualmente arraigados, para ver más fácilmente
sus raíces y poder así comprenderlo, prevenirlo y erradicarlo de nuestra mente
y nuestras culturas.
El
racismo es un problema real y Estados Unidos lo ha padecido desde su fundación, su guerra
civil y la actualidad. Pero lo que estamos queriendo decir aquí es que este
problema que es real y antiguo, el racismo, no tiene asidero en la realidad.
Esas personas, los racistas, han estado y están equivocadas. Y tratar de combatirlos
usando los mismos códigos culturales que ellos usan, es decir la idea de razas,
es darles la mano para continuar el problema. Es seguirles hablando en los
términos que ellos quieren escuchar.
No
se les está combatiendo. En realidad lo que se les está diciendo es: Sí, ustedes sí tienen
razón. Tal división sí existe. La humanidad sí está dividida por colores. Pero ustedes están en el lado de los malos y
nosotros estamos en el lado de los buenos. Así que podemos hacer una buena
guerra como Dios manda ya que ambos estamos de acuerdo en los planteamientos.
Entonces
los racistas piensan: Ahí está, tenemos la razón. Nuestra visión del mundo sí es la correcta. La humanidad se divide en razas de colores y
tenemos que proteger nuestra raza como lo hicieron nuestros ancestros cuando
llegaron a estas tierras y conquistaron y colonizaron y bla bla bla, toda esa
basura histórica que tanto aman los racistas.
Ahora,
la trágica historia de los blancos esclavizando negros ha dejado una idea de
injusticia perpetua en un mundo impermanente y cambiante. Las injusticias de los blancos
contra los negros sí fueron una realidad histórica y son un motivo de desprecio y rechazo.
Pero mucha gente ahora tiene esta idea absurda de que se debe hacer justicia histórica
hoy, ahora mismo, hoy en día, por las vejaciones que cometieron generaciones
pasadas contra personas que existen en el presente. Y eso implica un tipo de
venganza histórica contra los blancos de ahora, todos ellos. Asumiendo
automáticamente que cualquier blanco que no odie ser blanco es un racista o al
menos, un cómplice silencioso del racismo por no entrar en la trifulca. La premisa no manifiesta es: Si un policía blanco mata a un hombre negro, todas las personas blancas son históricamente culpables. Y eso
es tonto.
No
se puede juzgar a una persona por su raza porque sus ancestros vivieron en una
época donde el racismo era legal. Si eso fuera justicia, hoy en día tendríamos
que odiar a todos los alemanes y tratarlos como basura por lo que sus abuelos
les hicieron a tantas minorías étnicas en la segunda guerra mundial. Un total
disparate.
A
estas alturas y en pleno siglo XXI, es absurdo mantener esa ridícula costumbre
supersticiosa de que los descendientes deben pagar por los pecados de sus
antecesores, aun sin preguntarse primero qué piensan o qué sienten sobre el tema.
Ser blanco y no ser anti blanco es ser racista, según ellos. Esta idea es una
absoluta tontería que se suele predicar en los grupos supuestamente
antirracistas.
Sí
hay personas blancas que están de acuerdo con los pensamientos racistas de sus
antecesores. Pero estas personas en la actualidad ya no son una mayoría
representativa de Estados Unidos ni de ningún país. Son una minoría triste y marginada compuesta de
ancianos encerrados en habitaciones poco visitadas o fincas apartadas de
familias endogámicas mal adaptadas a la sociedad como los integrantes del ku
klux klan o grupos de supremacistas blancos cuyas marchas en algún pueblo
agrícola de Estados Unidos no llega jamás a juntar ni cien personas. Son una
especie que aún persiste, pero está en decadencia. No importa qué tanta
cantidad de gente lleguen a juntar en un lugar. Jamás llegarán a representar
una mayoría ni siquiera en un pueblo pequeño.
La
sociedad ya no es racista. Derek Chauvin, el asesino de George Floyd está en
prisión enfrentando un serio caso de homicidio. Sin duda el hecho de que el
crimen haya sido grabado en primer plano hace imposible que eluda su
responsabilidad y la de los demás policías. Pero la ley no le está favoreciendo
por ser blanco, y deberá enfrentar las consecuencias de sus actos. El sistema no lo felicitará ni lo premiará por ello. Lo castigará sin importar que sea blanco.
Recordemos
que estamos hablando de Estados Unidos, y que el racismo de ese país no es el
mismo que en todos los demás países. Sí es cierto que los cuerpos policiales de Estados Unidos tienen una arraigada inclinación hacia el racismo especialmente en algunas ciudades específicas. Pero el sistema bajo el cual
funciona la policía ya no es racista. Hay policías negros, latinos, asiáticos, árabes y prácticamente de cualquier
raza. Y a pesar de que la cultura racista norteamericana aún está enquistada en
sus instituciones, el sistema ya no puede tolerar dichas inclinaciones. Es
decir que este es un problema con el que los norteamericanos tendrán que lidiar
durante mucho más tiempo, y no tanto porque el problema persista, sino porque
la manera en la cual lo están combatiendo es la manera equivocada.
Los
estadounidenses padecen de un mal crónico y congénito. Tienen la desafortunada
costumbre de andarse clasificando entre sí todo el tiempo. En casi cuatrocientos
años de haber llegado de Europa hasta la actualidad, los habitantes del norte
no han parado de etiquetarse y encuadrarse socialmente de alguna manera. Y este
modo de pensar, esta clasificación mental automática, es el caldo de cultivo
para que las discriminaciones de varios tipos sigan emergiendo y generando
odio.
El
sentido de pertenencia o instinto tribal, un instinto de supervivencia tan básico y
necesario para nuestros ancestros prehistóricos, no ha permitido que los
estadounidenses vivan en paz unos con otros. En una paz real.
Cuando
arrestaron a Derek Chauvin, el director del centro penitenciario al que lo llevaron cometió el
ingenuo error de ordenar que los trabajadores negros del pabellón donde sería
recluido el ex policía, fueran retirados del lugar y esperaran en otra planta
mientras otros funcionarios blancos dirigían al reo. Los trabajadores
obviamente lo notaron y se quejaron. En menos de una hora, el funcionario se
dio cuenta de lo que se le venía encima y dio reversa a la orden.
Su
explicación fue que, al ver las protestas y las tensiones raciales tan
exacerbadas, temió que algunos de sus trabajadores negros fuera superados por su
indignación y pudiera surgir algún tipo de problema entre el reo y los
funcionarios. Esto puso en duda la disciplina y profesionalismo de los guardias
negros y obviamente, y con razón, éstos se ofendieron y presentaron denuncia
formal. El director en realidad no es racista ni prejuicioso, pero los patrones
culturales de su sociedad le hicieron temer una situación que midió mal y
tratando de evitar una confrontación, que en realidad estaba solo en su mente,
se creó a sí mismo un problema real.
La
categorización por colores, y esto es lo más absurdo, que ni siquiera es en
realidad por razas sino por colores, es lo que tiene a la sociedad
estadounidense tan atrasada en este tema.
Hace
poco vi en un noticiero estadounidense una encuesta ciudadana sobre el nivel de
popularidad del presidente de ese país. Lo que vi, que tal vez para el lector
no signifique gran cosa, a mí me llamó la atención. Seguramente lo había pasado por
alto muchas veces pero mi percepción ya ha cambiado con el tiempo y algunas
cosas que antes se me hacían parte del paisaje ahora me sorprenden.
Ellos
clasifican a los encuestado según sus colores. El tanto por cien de los blancos
piensa esto. El otro tanto por cien de los negros piensa esto. Y el tal por
cien de los latinos piensa esto. Queda faltando la opinión de los asiáticos y
otras dos o tres tipos de personas.
Yo
vi esto y pensé ¿En serio dividen la opinión pública según su raza? ¿Y cómo
esperan que no haya racismo si hasta las encuestas vienen divididas en colores?
Es una total estupidez.
El
estadounidense promedio me contestará, no es por razas, es por culturas, porque
la cultura latina y la negra, y los blancos son distintos por esto y aquello.
Que unos son inmigrantes y tienen condiciones de vida distintas, que los negros
fueron esclavizados y bueno. Ellos entienden sus clasificaciones. Para mi sigue
sin tener sentido y sigue siendo un factor de racismo absurdo. Pero para ellos este absurdo es invisible porque es algo cotidiano. Así de arraigada está la cultura del racismo en Estados
Unidos. Hasta el punto en el que la división por razas de la población es algo
normal en un asunto tan común como la opinión pública sobre la política
del país. Como si la constitución estuviera dividida en secciones por razas. Un total disparate.
La
constante clasificación y subclasificación que hacen las personas entre si y
sobre sí mismas es tan frecuente y mentalmente tan profunda, que suele surgir
incluso donde no la había antes, en culturas donde el modo norteamericano no
era habitual. Por ejemplo, ahora existe una clasificación para mexicanos que viven en Estados Unidos legalmente. Que es distinta a la de los mexicanos que nacieron allí. Y estas
dos a su vez, son distintas de la de los mexicanos que llegaron y están allá de forma
ilegal. Son tres clasificaciones para dividir en tres categorías a personas que
vienen del mismo país y comparten la misma cultura. Cada clasificación tiene
sus propios códigos, palabras particulares y formas de encajar en el mundo. Y hasta se desprecian entre sí por esas clasificaciones. Eso
los mexicanos no lo tenían. Son lo que llaman, modos gringos.
De
esa forma de ver el mundo es que surge la protesta con la consigna Black lives
matter. Esta es, a mi parecer según las Enseñanzas del Buda, una perspectiva
incorrecta de abordar el problema del racismo. Y también de allí surge la afirmación de algunos opinadores de los medios de que Black lives matter es un movimiento divisorio y racista. Un movimiento anti blancos que usa los muertos negros de situaciones únicas y particulares para justificar el odio hacia los blancos de clase media y alta estadounidense.
Desde el budismo, el movimiento Black lives matter,
las vidas negras importan, no tiene sentido. Y no lo tiene porque en realidad
no existe tal cosa como “vidas negras”. O vidas blancas, o vidas marrones o amarillas
o latinas, etc. Las vidas no tienen color. Tal idea en sí es absurda. Las vidas
no tienen color porque en realidad lo que normalmente conocemos como “razas”,
no existe. No hay tal cosa como razas dentro de la especie humana. Tal concepto
es una elaboración cultural e histórica.
Sí,
hay diferencias entre los pueblos. Pero estas diferencias son factores étnicos y culturales construidos a través del tiempo
y que, a final de cuentas, no tienen el suficiente peso social, ni académico,
ni científico, para decir que pueden ser usadas para diferenciar a una persona
de otra. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, cada pueblo crea sus
propias tradiciones y formas culturales según sus condiciones geográficas y su historia, y es
imposible que dos pueblos tengan la misma historia. Y desde el punto de vista
biológico, las razas no existen.
El
estudio de la biología y los avances en la genética han podido determinar que
todo lo que conocemos como género humano viene de un mismo ancestro común.
Las diferencias físicas que interpretamos como razas, en realidad son adaptaciones de
la misma especie a distintas condiciones ambientales a las que cada pueblo ha
debido someterse y adaptarse a través de las generaciones. Las diferencias en el color de
la piel se deben simplemente a la intensidad de exposición al sol que una línea
de generaciones establecidas en zonas ecuatoriales ha recibido a lo largo del
tiempo. Las diferencias de talla y peso se deben a condiciones atmosféricas y
diferentes alturas desde el nivel del mar en la que cada civilización se desarrolla. Y
así, cada cosa que vemos como diferente, son simplemente condiciones que se
deben a causas adaptativas del desarrollo de la especie humana. Pero las
personas al encontrar estas diferencias, las malinterpretan a una distancia tan
infantil como si se tratara de especies distintas, lo cual no tiene ninguna
relación con la realidad.
Si
tal diferencia biológica entre las razas existiera, fenómenos de la naturaleza
como una pandemia mortal afectaría a una parte de la población, mientras que otra
sería inmune. O dos individuos de diferentes razas que procrean tendrían como
resultado un individuo desventajado biológicamente y estéril. Incapaz de
reproducirse debido a que no pertenece a ninguna de las dos especies que lo
procrearon. Es lo que pasa con el ligre. Mitad león, mitad tigre, pero ninguno
de los dos y totalmente desadaptado a cualquier medio natural e incapacitado biológicamente para continuar linaje.
Las
razas, como criterio de diferenciación biológica, no existen. Y por lo tanto, la división entre razas no tiene sentido porque no hay varias razas. Hay una sola raza. La raza humana. Es
más, hemos llegado a un punto en la historia en el que el concepto de etnias
tampoco es duradero.
Básicamente
todas las tribus del mundo ya se han encontrado y esto tiene como consecuencia
inevitable que algunas, seguramente las más antiguas, desaparezcan. Y no desaparecerán
por ser aplastadas inmisericordemente bajo el peso violento de los pueblos más
tecnológicos. Desaparecerán simplemente por la necesidad de adaptarse a un
mundo en el que el sistema de divisiones tribales simplemente dejará de
existir. Veamos un ejemplo.
Hay
mucha gente que teme la desaparición de grupos étnicos del Amazonas. No estamos
hablando de la deforestación de bosques, que sí es un problema serio y si acaba
con comunidades. Eso es verdad, pero es un tema distinto. Estamos hablando aquí
desde el punto de vista de las ciencias sociales. Hay clanes indígenas que
están desapareciendo porque la civilización occidental les ha alcanzado dentro
de la selva y se han visto obligados a interactuar con el resto del mundo.
Han
conocido el dinero, el licor, la tecnología, el progreso o lo que llaman
progreso. En fin, el mundo exterior con todos su vicios y virtudes. Estos
pueblos, lentamente se van abriendo y se van adaptando al modo de vida
occidental, y lentamente van dejando atrás al pueblo que durante miles de años
habitó en paz en las entrañas de la selva.
Ahora
son católicos. Últimamente también se están volviendo evangélicos. Visten jeans
y camisetas. Se vuelven hinchas de equipos de fútbol europeos. Hablan español. Hacen bailes rituales con tapa rabo, maquillaje y
plumas solo para los turistas extranjeros en épocas de vacaciones. Estudian
carreras profesionales, hacen política, representan a sus comunidades en
defensa de sus costumbres ancestrales y del medio ambiente. Pero esas costumbres ancestrales son
solo eso. Costumbres. Y tarde o temprano dejarán de ser por la lenta inercia
de la vida en una comunidad global.
Las
etnias indígenas absolutamente aisladas son muy pocas en el mundo. Se pueden
contar con los dedos. Y no durarán mucho por razones naturales.
A
los descendientes de los pueblos ancestrales sólo les quedará la herencia étnica
del pueblo del que descienden. Y como ya hemos comentado, tal diferencia, la
física, la que llaman raza, en realidad no representa mayor importancia porque
no es una razón para diferenciarlos de otros. Y puede parecer que estemos
menospreciando aquí la riqueza de la herencia ancestral pero no es el caso. Al
contrario. La literatura y las ciencias sociales son los guardianes perfectos
para que ese conocimiento se conserve y no se pierda. Pero ha de ser conservado
y protegido por la ciencia, porque sus portadores originarios se perderán para
siempre. Eso es inevitable y también es natural. La impermanecia no es un
malhechor destructor de mundos. Es simplemente una ley de la naturaleza.
Ahora,
querer conservar una identidad por herencia racial, por identificación étnica
con un pasado, no es para nada algo malo, pero
debe tener un límite. Si se cruza la línea entre la razón y la pasión, puede
convertirse en un elemento hostil y creador de divisiones. Entonces pasaría lo
mismo que estamos viendo en Estados Unidos.
Yo soy especial y diferente porque
yo tengo esta sangre y esta raza. Y si no respetas eso, vamos a tener
problemas. Ese es el peligro que siempre conlleva dividirnos por
clasificaciones. Más aun cuando dichas clasificaciones, son solo ilusiones del ego.
Cuando
vi el video de la muerte de George Floyd, que lo vi por casualidad porque salió
en el noticiero y no sabía que se trataba de una muerte (suelo evitar ese tipo
de videos), me indigné muchísimo. Me hirvió la sangre. Me sentí muy ofendido y deseé
con el corazón que la justicia hiciera su parte y ese hombre en uniforme pagara
por lo que había hecho. Pero no me indigné porque Derek Chauvin fuera blanco y
George Floyd fuera negro. Me indigne porque era una persona matando a otra
persona. Me indigne porque un hombre investido con una autoridad legal y social
y cuyo propósito se supone que es proteger y servir, le hacía el mal a otro
hombre que estaba en estado de indefensión, hasta matarlo. Sólo por eso. Que
Chauvin y Floyd fueran blancos o negros o verdes o azules en rayas, me tuvo
absolutamente sin cuidado.
Sí,
entiendo que se supone que Chauvin es racista y asesinó a Floyd porque era
negro, lo cual de hecho no se ha confirmado. Lo que se sabe es que Chauvin era
un abusador, un matón de barrio y una persona violenta. Pero digamos que
efectivamente es racista. Bien, aun así, me niego a ver las cosas como él las
ve. En blanco y negro. Supongamos que Derek Chauvin fuera, más allá de toda
duda, racista y mató a esta persona por ser negra. Bien, ahora hagamos una
comparación.
También
pudo haber matado a George Floyd por razones personales y porque le
caía mal. O por un negocio que salió mal. Por cualquier otra cosa que no fuera
racismo. Ahí hay una trampa.
La
trampa consiste en que el racismo te dice que debes odiar más a Chauvin porque
es racista. Y que si los móviles del homicidio no fueran las razas, también
sentirías rechazo, pero no odio ni furia como la que sientes contra un racista.
Contra un asesino o delincuente común sientes rechazo social y razonas
tranquilamente que debe ser castigado. Pero contra un racista sientes una
ofensa personal. Un rechazo mil veces mayor. Y le deseas un castigo muchísimo peor
que al asesino común. Y lo deseas cuando el crimen es
exactamente el mismo para los dos (ahí está la trampa). Es la misma queja de la muchacha negra de Chicago a
los marchantes. No hay parcialidad ni objetividad. Y lo que claman como justicia, es en
realidad resentimiento social, revanchismo de masas y la más barata y vulgar
venganza callejera.
Si
la razón por la cual te enfurece tanto ese homicidio es porque el tema es el
racismo, y sabes que no te indignarías tanto si el asunto fuera cualquier otra
cosa lejos de ese tema, tienes un problema de percepción. Si la razón por la
cual sales a marchar en medio de una pandemia es porque que el asesino es un
blanco y la víctima negra, y sabes que no hubieras salido a la calle si el policía también hubiera
sido negro o si la víctima hubiera sido blanca, entonces estás viendo las cosas igual a como las ve Derek Chauvin. Estás
atrapado en la misma ilusión que él. Y eso abre la posibilidad a que actúes
igual que él.
Imagina
el siguiente caso hipotético: Un video de noticiero.
Hay
un policía blanco en el piso sangrando y un hombre negro vestido de civil de
pie junto a él, dándole golpes con una varilla de hierro. Abajo un titular que
dice “policía racista recibe su merecido”. Si tu mente automáticamente compara
esa imagen y ese titular con el video de la muerte de George Floyd, y sientes
satisfacción y sensación de justicia, lamento decirte que estás atorado en el
mismo mundo que el racista, y que por lo tanto, tú también eres un racista. No
eres mejor que Derek Chauvin por más que marches, alces pancartas y grites
¡Black lives matter! en el centro de una plaza cuando deberías estar en casa
evitando una pandemia mundial.
¿Comprendes
el problema?
Por
eso no se debe reaccionar con las tripas, es decir con la pasión, ni dejarse
calentar la mente con un mensaje violento ni con indignación artificial copiada y pegada mil veces en las redes sociales. Hay
que recordar que el principal objetivo de los medios noticiosos del planeta no
es informar. Es vender. Y el racismo como cualquier otro taboo vende muchísimos anuncios a una velocidad instantánea. Indignarse y quejarse en redes sociales es ser el idiota
útil de los grupos de odio.
El
Buda dice que el odio no se combate con odio, sino con amor.
Desde
este punto de vista como ya comentamos, las razas no existen. Por lo tanto, el
problema en sí no es más que una absurda ilusión. Pero eso es para nosotros.
Para los propagadores de odio, que aún están atrapados en esa ilusión, la
realidad es otra.
Así
que como primera medida debemos aclarar que debemos abordar el problema
afrontando al racista, no al racismo. Es como decir que usted se encuentra en
una institución de psiquiatría en la que hay diversos pacientes en estado de
psicosis, separados de la realidad. Usted se encuentra con un paciente que dice
ser Napoleón. Usted no trata con la idea de que este hombre es el emperador de
Francia. Es decir, o va a tomar sus desvaríos como si fueran reales. No llama a la embajada francesa ni teme que vengan soldados franceses a
liberarlo. Esa es la ilusión del paciente, no la suya. Su problema sería, en
este caso, lidiar con el hombre que cree ser Napoleón, dejándole el asunto de su
ilusión solo a él. Así es con el racista.
El
racista cree que hay razas, y que es diferente por razón de ellas. En su mundo
las cosas son así. Para tratar con este tipo de personas
no es inteligente convertirse en su antagonista porque como ya hemos dicho, eso
le da la razón. Le hace creer que su ilusión es real y que usted también está
en ella. Entraríamos a un concurso llamado “qué raza es la mejor”. Un juego
estúpido que ya debimos haber superado hace mucho. Lo que hay que hacer con el
racista, es más aburrido de lo que los guerreros virtuales de la
justicia social quisieran hacer. No contradecir su locura. Exactamente igual que al loco del
psiquiátrico. Sí, claro, eres Napoleón, lo que tú digas… Si claro, eres blanco,
los negros son distintos a ti y tú eres mejor que ellos por la poca melanina
que tienes en la piel, lo que tú digas, hombre superior… Y dejas al psicótico
en su mundo de estupideces.
Darle
importancia a su psicosis es legitimarla y darle importancia. Es darle
poder al loco.
No
todos los racistas son delincuentes peligrosos o asesinos. Y los que lo son,
debe ser juzgados como todos los demás delincuentes ya que la justicia debe ser
imparcial. Creo que el peligro del racismo debe ser atacado desde su raíz, la
ideología, y no desde sus consecuencias, los crímenes. Los crímenes han de ser juzgados como crímenes sin importar que idea estúpida haya tenido el criminal para cometerlos. Un homicidio es un homicidio. Y
las ideologías deberían ser atacadas con la ciencia y el conocimiento, evitando
el surgimiento de futuros criminales.
Debemos
entender que, en principio, un racista debe dejarse abandonado. Es decir, ser
rechazado ideológicamente mostrándole las fallas de su doctrina. Y ser entendido
como lo que es. Una persona con un problema psicológico que le impide
interpretar la realidad en la que vive. No hay que confrontarlo. Si admite
escuchar unas palabras, puede que se le pueda ayudar. Pero si no es así, ese es
un kamma fuera de nuestro alcance, ya que son sus propias decisiones y posiciones personales. Y nadie más que él tiene autoridad sobre tales cosas.
Lo
que sí hay que hacer es llamar a los más jóvenes y mostrarles qué es un racista. Cómo piensa, de qué está hecha su doctrina, y explicarle detalladamente por qué
el racista es una persona con un problema mental que la aleja de la realidad. Explicarle
también por qué la definición de razas en la discusión sobre racismo, no es la
misma que en la realidad. Y cuál es la verdadera naturaleza de lo que llaman razas.
Así es que se combate el racismo. Exponiéndolo y mostrándolo como lo que es.
Algo ridículo y absurdo que no tiene ningún sentido. Entonces las personas que
están propensas a unirse a estas ideologías, huirán de ellas como si fuera una
enfermedad, como de hecho lo son. Una enfermedad mental. Y esos grupos se
acabarán solos en algún bar de mala muerte. Así es que se combate la
ignorancia. Con sabiduría, no con violencia y más ignorancia. Y así es como se combate el odio. Con amor. Como nos lo enseña nuestro Gran Maestro.
Antes de morir, el Buda ordenó que el Dhamma no fuera limitado a una sola lengua. Es
decir, decidió que La Enseñanza no se identificara con una sola cultura o una
sola nación. La consecuencia de esto es que el Dhamma se volvió universal.
Muchas veces se ha explicado que uno puede ser cristiano, judío, musulmán o
ateo, y aun así practicar las Enseñanzas del Maestro. El Buda así lo quiso.
La
práctica del budismo enseña en principio no tanto a adquirir nuevos conceptos,
sino a tener claro la gran importancia de borrar de nuestra mente varios
conceptos dañinos que ya tenemos. Cuando practicas el Dhamma, borras de tu
mente la noción de razas, tras de lo cual dicha discusión pierde todo sentido.
Las nociones de patriotismo y nacionalidad no desaparecen, pero pierden peso y
no llegan a ser lo suficientemente importantes como para compararte con otro ser humano. El ejercicio de entender la naturaleza del género
humano tiene como consecuencia que todos esos concursos y competencias de “cuál
país es mejor, cuál raza es mejor, cuál religión es mejor, cual cultura es
mejor” y todas esas clasificaciones por el estilo, carezcan de sentido y se
limiten a la función práctica para la cual sí son factores positivos. Para preservar la cultura y la tradición.
Estos
criterios de identificación tribal, nación, patria, incluso familia, son
positivos cuando se ejercen en función de unión. De congregar y proteger a las
personas. Identificarse con un grupo no es negativo. Lo peligroso es cuando te
identificas tanto con un grupo y sus emblemas que primero empiezas a pensar que
tu grupo es mejor que todos los demás, y luego empiezas a creer que tienes un
antagonista contra el cual combatir para proteger a los tuyos. Entonces
empiezan los ismos y las guerras por cosas que ni siquiera existen.
Enfoquémonos
en el mundo real. En el aquí y el ahora. En el propio inicio de un mundo
globalizado en el que allá afuera, en la calle, tu nacionalidad o color de piel
no hace mayor diferencia más que en tu mente. Obviamente no podemos decir lo
mismo en países que viven bajo un régimen teocrático o dictatorial en los
cuales estos conceptos de identificación son la base de la doctrina
autoritaria. Esos ya son también otros mundos en decadencia. Pero en lugares
donde ser o no ser, es una cuestión de decisión propia, la mejor elección es no
ser nada. No identificarse con algo tan ridículo como la idea de una raza
independiente o una nacionalidad sagrada o una religión absoluta.
En
este mundo hay personas que se matan por llevar una camiseta de un club de
fútbol. La diferencia entre morir por pertenecer a la barra de un equipo de
fútbol o a una raza, es ninguna. La misma estupidez.
Entendamos
que para la gente del común, tales conceptos sí existen y que su conducta se ata
a dichos conceptos. Pero erradiquemos tales conceptos de nuestra mente y no nos
dejaremos arrastrar por ellos cuando el odio intente atacarnos. Cuando
alguien nos insulta por nuestra nacionalidad o nos ofende por nuestra cultura o se burla de nosotros por el país del que venimos.
El
budismo nos hace ver a las personas como lo que son. Personas. Ni más ni menos.
Todos tenemos el potencial de la iluminación y las diferencias conceptuales
entre nosotros son ilusiones que se apagan a la más mínima confrontación con la
realidad y la naturaleza.
La
sociedad estadounidense en este sentido es un gran ejemplo de lo que no se debe
hacer. Y eso debe mantenernos alerta porque nuestros vecinos del norte nos influyen
poderosamente en nuestras culturas y formas de interactuar a través
del consumo de su cultura popular. Copiamos muchas cosas de ellos y la mayoría
no son buenas. No es una declaración elegante, pero es la verdad.
De
nuevo, hay que decir que si descartamos el concepto de naciones, podemos mirar
hacia el norte y simplemente decir que hay personas que se equivocan y personas
que aciertan. Y tratar de poner atención a los aciertos para aprender a
realizarlos, y a las equivocaciones para evitar repetirlas. Y así con todos los
pueblos del mundo.
También
se me hace absurdo que en una oportunidad tan grande como esta, época de
pandemia que amenaza a toda la humanidad, no se aprovechen las ventajas de esta
crisis. En mi ingenuidad pensé que las personas se iban a unir más. Como en las
películas cuando llegan los aliens a matarnos a todos y todos los ejércitos del
mundo se convierten en una sola fuerza de defensa. El género humano unido. Qué bonito. Pero no ha sido así. Ahora
tenemos nuevos concursos estúpidos: Qué país lo está haciendo mejor, qué país
lo está haciendo peor, dónde está la gente más indisciplinada, donde están los
más inteligentes, la culpa es de los chinos, el que saque la vacuna primero
será el salvador del mundo, y demás competencias idiotas. Nos falta mucho por
aprender.
Estudiar
las Enseñanzas del Buda no va a arreglar el mundo. Pero si puede evitar que repitamos errores que hacen al
mundo peor. El Dhamma nos enseña dos cosas. Abstenernos de hacer el mal y
esforzarnos por hacer el bien. En lo que está en nuestras fuerzas. Poco a poco,
con humildad y paciencia.
Si
podemos evitar que alguien abandone la lucha de las razas y aborde el problema
desde una óptica diferente, tal vez podamos contribuir un poco a la paz.
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