viernes, 19 de febrero de 2021

LA SEGUNDA NOBLE VERDAD

 LA SEGUNDA NOBLE VERDAD

EL ORIGEN DE DUKKHA

La Noble Verdad del origen del sufrimiento.

He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del origen del sufrimiento: el deseo que produce el continuo llegar a ser, acompañado por la codicia de los placeres, y que encuentra siempre algún nuevo deleite aquí y allá, es la causa del sufrimiento. El deseo puede ser por los placeres sensuales, por la existencia como también por la no existencia.

Dhammacakkappavattana Sutta – Discurso de la puesta en movimiento de la rueda del Dhamma.


 Como ya vimos en la Primera Noble Verdad, Dukkha se puede interpretar como sufrimiento y también como insatisfacción, abarcando todas las formas de insatisfacción de la vida. El Buda explica tres tipos básicos de causas del sufrimiento humano. El deseo de los placeres sensuales, el deseo de la existencia o del ser, y el deseo de la no existencia o el deseo del no ser.

 

El deseo sensual de los placeres es fácil de entender. Se trata del placer de los sentidos. La comodidad, el bienestar físico, y el deleite en las cosas hermosas, agradables y placenteras. Aquí podemos ubicar a los placeres del sexo, de la comida, de la música, de las imágenes hermosas, del tacto, de los olores que evocan sentimientos hermosos y gratamente nostálgicos. Es el tipo de placer que nos llega a través del cuerpo.

El deseo de la existencia hace referencia al deseo de ser y poseer. Es un deseo más relacionado con las formas simbólicas de ser algo más de lo que somos, como el deseo por tener un determinado estatus social, llegar a poseer algún título de importancia, ser reconocido, tener un nombre de peso, tener poder sobre otros. El deseo de trascender a la muerte a través de un nombre, ser recordado en el futuro por el logro obtenido en la vida. El deseo de fama, de atención, de reconocimiento. El deseo de ser, es querer ser algo que se considera valioso, mucho más valioso que el simple hecho de ser y de existir en el mundo de forma natural.

El deseo de no ser, consiste en el deseo de no querer aceptar las condiciones en las que se está. Es el rechazo de lo que se es por insatisfacción con lo que se tiene. Podemos interpretarlo como un deseo de escapar o evadir. De no querer sentir o no querer padecer. No querer sufrir una situación determinada. Esto puede verse en las personas que padecen una enfermedad, una situación desesperada como pobreza o quiebra, un sentimiento asfixiante como los celos, la ira o el dolor de una pérdida. Este es el deseo que en extremo padecen los suicidas, y es lo que los lleva a terminar con su propia existencia. A no ser más.   

Estos tres tipos de deseos también pueden equipararse a los tres venenos que se presentan constantemente en la Enseñanza y que se representan en la rueda del Samsara y en diferentes iconografías con tres animales. La ignorancia, que se relaciona a los deseos sensuales y que se representa con el cerdo. La avidez o avaricia, que se asemeja al deseo de ser, y que se representa como el gallo picoteador. Y la aversión u odio, reflejada en el deseo de no ser y que se representa con la serpiente.

Estos tres tipos de deseos y sus combinaciones, generan una gran variedad de deseos de todo tipo que puede generar distintos tipos de sufrimiento.

Ahora, el problema de la Segunda Noble Verdad, el deseo como origen del sufrimiento, también tiene su dificultad de interpretación para nosotros.

Por lo general se asume rápidamente que el deseo en todas sus formas es generador de sufrimiento, y que la respuesta lógica sería entonces dejar de desearlo todo. Cortando así la corriente de origen del sufrimiento. Pero no es tan simple puesto que querer dedicarse al Dhamma, hacer el bien a los demás, amar a los seres queridos y llegar a la iluminación, también son deseos.

El deseo de ayudar a otros impulsados por la compasión, de amar a la familia y a uno mismo, y todos los actos nobles fundamentados en la integridad, la moral y la ética correcta también son deseos. De ahí la confusión de interpretación, y por consiguiente de la práctica de esta Segunda Noble Verdad.

Nuestro problema con la Segunda Noble Verdad es básicamente un problema lingüístico, ya que usamos una sola palabra, deseo, para todos los móviles de nuestras acciones, independientemente de si los mismos son benéficos o perjudiciales. Esto suele confundir al estudiante, pero es una confusión que no implica mayor dificultad.

Para poder entender bien la Segunda Noble Verdad, muchos practicantes occidentales hemos definido el deseo perjudicial, enseñado por el Buda, con la palabra que es usualmente conocida para ello: Deseo. Cuando hacemos referencia a la práctica budista, a la conducta ética y a las acciones benéficas que son acordes a la Enseñanza y que debemos realizar para avanzar a hacia la iluminación, usamos la expresión: Intención benevolente.

De esta manera tenemos dos expresiones en la jerga budista para diferenciar una cosa de la otra. Tenemos la palabra “deseo”, que significa deseo vulgar, bajo, indebido, no ético y contrario a las Enseñanzas. Básicamente cualquier motivación y acción que vaya en contra de los preceptos budistas. Y tenemos la expresión “intención benevolente”, que hace referencia a nuestra intención de hacer siempre lo correcto, tener un agudo y fuerte sentido del bien, practicar la disciplina ética y moral enseñada por el Buda. Tener como objetivo la iluminación y en resumen llevar una conducta enmarcada dentro de los preceptos budistas y guiada por la brújula moral del Dhamma. De esta manera, no hay confusión.

Esta fórmula simple no es de uso común en la comunidad budista hispanohablante. No es algo que se conozca de forma general y que haga parte de la jerga budista de forma oficial. Simplemente es una forma de expresión práctica, usada por algunos budistas y monjes de habla hispana. Refleja correctamente el punto al que se refieren las Escrituras en los idiomas originales y resuelve con elegancia y sencillez cualquier confusión que podamos tener al respecto. Así que personalmente recomiendo su uso.

De modo que de ahora en adelante, cuando el lector encuentre la palabra “deseo”, sabrá que estamos hablando del factor de la ignorancia. Y cuando encuentre la expresión, “intención benevolente” sabrá que nos estamos refiriendo a la motivación que necesitamos para conseguir los objetivos que buscamos en las Enseñanzas del Buda.

Hablemos con más detenimiento sobre la naturaleza del deseo.

El deseo no es fácil de identificar. Sería un error ver por ejemplo al sexo, o al dinero como deseos vulgares en sí mismos, y determinar que son factores perjudiciales en la vida que hay que erradicar. Este es un punto de vista muy radical, y el radicalismo en todas sus formas conduce a la ignorancia. Recordemos que estamos hablando desde el punto de vista del practicante laico, no desde el punto de vista del renunciante (monje). Por lo tanto, cosas cotidianas como el sexo y el dinero deben ser estimadas en su debido valor. Además, debemos recordar que el sexo y el dinero, como también las demás cosas mundanas, son necesarias para que la comunidad monástica exista. Ya que los monjes son hijos de los laicos y su sustento viene de los laicos. Sin laicos no hay monjes, y sin monjes, no puede haber laicos.

Entonces ¿Cómo estimar correctamente cosas mundanas como el dinero y el sexo?

El factor diferencial que hace que un mismo objeto pueda ser un deseo o una intención benevolente, no depende del objeto en sí, sino de la relación que nosotros tengamos con dicho objeto.

Veámoslo con el sexo. El sexo no es malo. De hecho, como ya dijimos, es necesario y por lo tanto benéfico. Evaluemos cómo podemos ver el sexo según la relación que tengamos con él.

El sexo es desde el punto de vista budista, una expresión del amor en la pareja. Es el inicio de la familia. Además, no se limita solamente a la procreación. También es una forma de placer y de fortalecimiento de la unión marital. Es una forma de placer benéfica para el laico. De ahí podemos deducir también que el placer en sí no es malo ni rechazado en el budismo como también se suele creer. Entendiendo la práctica sexual de esta manera, podemos decir que el sexo es una intención benevolente, ya que tiene como objetivo expresar amor, hacer familia y fortalecer vínculos.

Ahora veámoslo desde otro punto de vista. El sexo como deseo, es decir, como forma de placer meramente física, carente de afecto, sin una medida sana, sin una intimidad emocional con una pareja. Podemos ver el caso de la industria del sexo, la prostitución, la pornografía. Son formas sexuales que destruyen la dignidad de las personas. Además del hecho de que el mundo usa la sexualidad femenina más que todo como gancho publicitario para venderlo todo. El sexo mal encausado puede generar adicción y adoptar una forma destructiva y vergonzosa. Estas son las maneras en las que el sexo se convierte en deseo, y por lo tanto, deben ser evitadas. Lo que se combaten son estas formas de deseo del sexo, no el sexo en sí. Este es el deseo del sexo que debe ser evitado.

Lo mismo pasa con el dinero. El dinero no es malo. Y de hecho, el ser ambicioso tampoco. Lo que pasa es que debemos entender bien la palabra ambición. Hay ambición como deseo y hay ambición como intención benevolente.

La ambición como intención benevolente es la proyección a futuro de tener un nivel de vida satisfactorio. Lo suficientemente estable como para tener algo digno que ofrecer a uno mismo o a una pareja y a unos hijos. Las ambiciones sanas que todo padre desea inculcar en sus hijos. El deseo de poder comprar una casa propia, la capacidad de brindar una buena educación a los hijos, de satisfacer las necesidades de la pareja y también, de darse el lujo de algo especial de vez en cuando como un viaje en familia o un regalo especial para la esposa o para uno mismo. Para todo ello se necesita dinero y es algo que cualquiera puede ambicionar sanamente.

Ahora, el dinero como deseo no necesita mucha explicación. La ambición desmedida, la cultura de consumo exacerbada, el oportunismo voraz. La delincuencia en todas sus formas. Ver el dinero como el logro de todas las metas y querer acumularlo a toda costa y por encima de quien sea. Sabemos de sobra que el deseo del dinero puede ser muy perjudicial. Es un hecho científico que la avaricia y la sed de dinero puede ser tan adictiva y tener un efecto perjudicial en el cerebro como cualquier droga dura.

¿Cómo puedo saber que mi ambición por el dinero es sana y acorde al Dhamma, y no me estoy yendo por el camino del deseo? Puedes identificar tu relación con el dinero debidamente de una forma muy sencilla.

Para una persona con verdadera intención benevolente, el dinero es simplemente un medio para llegar a un fin. Es una condición para conseguir metas. Sólo eso. Para un practicante del Dhamma, el dinero en sí, no significa nada. No es nada. Lo entiende como lo que es. Un símbolo que representa un intercambio relativo de bienes y servicios. Una persona íntegra consigue dinero sabiendo claramente para qué lo quiere. Sabe lo que necesita y por lo tanto, sabe cuánto necesita. La acumulación de dinero no es una preocupación para una persona así. Una cosa es acumular y otra distinta es ahorrar. La persona íntegra no acumula dinero para llenarse de poder, sino que ahorra para el futuro. Por lo general ni siquiera el suyo sino el de sus seres queridos. El estatus y el reconocimiento por el poder del dinero, le son irrelevantes. Incluso le parecerán ridículas.

Para una persona atrapada en el deseo del dinero, el dinero no es un medio para un fin. El dinero es un fin en sí mismo. Y ese es el corazón de su problema, porque su objetivo es acumular tanto dinero como pueda solo por la acumulación en sí. Sin siquiera saber para qué lo quiere. Obviamente piensa en adquirir lujos y atención, cosas que confunde con respeto. Pero en realidad no sabe qué es el dinero ni para qué sirve. Es un pobre ciego guiado por el instinto animal de la satisfacción instantánea.

Una persona que ve el dinero no como medio para conseguir una meta, sino como un fin en sí mismo, ya tiene un pie en el mundo de los delincuentes. Esto es así porque si su único interés es el dinero, está en capacidad de hacer lo que sea por él. Estas son las personas que son fácilmente sobornables. Que acceden fácilmente a tratos indebidos, a esquivar la ley, a tomar el atajo. Cómo el dinero es lo que importa, la ética y la moral son relativas. Incluso hay gente que cree y está convencida de que es alguien correcto y ético, y se guía sólo por el dinero, ya que cualquier circunstancia adversa es una licencia ética para la avaricia.

Este tipo de personas por lo general no saben trabajar o qué es el trabajo. Entienden que el trabajo es una maldición. Algo que debe ser esquivado a toda costa, que no es bueno. Piensan que alguien inteligente es aquel que gana la mayor cantidad de dinero trabajando lo menos posible. Es el tipo de gente que las empresas procuran evitar. Las personas que aman el dinero se rigen por la ley del menor esfuerzo. Y esta es la ley del delincuente.

Con estos dos ejemplos del sexo y el dinero, podemos ver con más claridad que las cosas no son buenas ni malas por sí mismas, sino por el uso que nosotros les demos. Podemos comprender fácilmente, que lo único que debemos hacer para ir en la dirección correcta, es ir por el mundo y aceptar lo que el mundo nos ofrece guiándonos siempre por una verdadera estructura moral y una sólida disciplina ética. Eso es todo. La conducta correcta y el sentido del bien es lo que nos fortalece, nos protege de los peligros del mundo, nos mantiene con bienestar y nos brinda tranquilidad y verdadera felicidad. Solo debemos dejarnos guiar por nuestra doctrina, y estaremos en un lugar seguro. Por eso conocemos a nuestras tres joyas como “refugios”. Porque nos mantienen a salvo. 

Nosotros no somos los únicos que lo hacemos. Una persona cristiana que toma en serio y con disciplina la guía ética de su doctrina, tomará las mismas decisiones que nosotros (si estamos practicando debidamente, por supuesto) en cuando al sexo, el dinero y todo lo demás. Estas personas, que personalmente suelo llamar “verdaderos cristianos”, son personas verdaderamente éticas y de confiar.

Con estos parámetros éticos observados en los ejemplos del sexo y el dinero, podemos evaluar nuestra relación con todo lo demás. El trabajo, el trato con los demás, nuestra conducta en la sociedad, nuestras opiniones, etc. Incluso algo tan aparentemente insigne como el uso de las redes sociales puede ser llevado a cabo de forma incorrecta o de conformidad con las Enseñanzas.

El exceso es un factor básico para diferenciar una relación sana de una relación perjudicial con cualquier cosa. El exceso es la puerta de la adicción. El problema es que es muy difícil detectar cuándo uno está perdiendo la medida correcta de algo, y está empezando a caer en el exceso. Para eso precisamente tenemos un código ético y una disciplina moral. La doctrina nos avisará cuándo nos estamos pasado del límite seguro. Y nos devolverá a la senda correcta cuando la perdemos de vista. No podemos vernos a nosotros mismos cuando hacemos las cosas. Por eso, cuando estamos solos, lo mejor es tener una buena guía espiritual y disciplina en la práctica.

Las Enseñanzas bien estudiadas funcionan como si fueran otra persona junto a ti, guiándote y aconsejándote con sabiduría. Fue por eso que cuando le preguntaron al Buda quién sería su sucesor y quién guiaría a la Sangha después de su partida, Él respondió: Nadie. Las propias Enseñanzas serán su Maestro. 

Tenemos un refugio seguro. Usémoslo cada vez que lo necesitemos. Y lo vamos a necesitar mucho porque somos humanos. Y sin duda fallaremos.

Cuando el Buda nos dice que el origen del sufrimiento es el deseo, el deseo bajo por cosas mundanas, solemos entender que el origen del sufrimiento son las cosas que deseamos. El dinero, el poder, el reconocimiento, etc. Ya hemos visto que esto en realidad no es así. Luego creemos que entonces, como el problema no está en el objeto, entonces está en nosotros, en nuestra mente. Esto también es incorrecto desde un punto de vista más detallado.

Aunque nuestra mente es la que desea, la necesidad en si no es perjudicial, como ya hemos visto. Así que no podemos culpar a nuestra mente por ello, ya que vivir y no necesitar o no querer nada es algo imposible de hacer.

Si el problema no está en el objeto, pero tampoco está en nuestra mente, entonces, ¿Dónde está el problema? ¿Cómo se origina el deseo?

Si el objeto está, pero nosotros no estamos, no puede haber deseo. Si nosotros estamos, pero el objeto no está, no se puede generar el deseo. Para que surja el deseo, debe existir una relación entre el objeto y la mente. Por lo tanto, lo perjudicial no es el objeto ni nuestra mente, sino la relación nociva entre ambos factores. El problema está en nuestra relación con los objetos. En el espacio de interacción que hay entre el objeto y nuestra mente. Estamos hablando del apego.  

El problema es el apego a los objetos que deseamos. El aferramiento mental y emocional a las cosas, las situaciones y las personas. Ahí está el problema. No en las cosas, las situaciones o las personas que nos rodean.

Veamos el ejemplo específico de la adicción a la comida chatarra que genera obesidad mórbida. Por lo general, a las personas que sufren de ésta enfermedad se les recomienda que se alejen de estas comidas lo más que puedan, y se dediquen a comer comidas saludables (y desagradables) para estar sanas. Esto es un error.

Analicémoslo con un experimento imaginario:

Imagine una persona con obesidad mórbida y a otra sin este problema dentro de una habitación. Detrás de ellas hay una mesa sobre la cual hay una hamburguesa gigante de tres carnes, un gran cartón de papas fritas a la francesa y una botella de dos litros de coca cola. La comida que hay sobre la mesa no tiene ningún poder en sí. Es solo un conjunto de elementos que han sido juntados. Las personas que están ahí tampoco tiene el origen del problema en sí misma. No necesitan esa comida para vivir.  

Ahora imagine que ambas personas se dan la vuelta y fijan su mirada en la comida sobre la mesa. Algo empieza a suceder en sus cerebros. Puede que ambas personas sientan antojo de comer la comida chatarra, pero en una de estas personas el deseo ya ha sido creado y en la otra no. La persona que está sana tiene un poder. Puede hacer lo siguiente: Puede acercarse a la mesa, darle un mordisco a la hamburguesa, comer solo una papa, beber solo un sorbo del refresco, y salir de la habitación sin mayor problema. Es decir, puede acercarse a la comida sin que esta le genere ansiedad, confusión, frustración ni nada perjudicial.

La persona con obesidad mórbida no puede hacer eso. No tiene ese poder, porque el vínculo del deseo, el apego que ha creado con la comida chatarra le perjudica a tal nivel que es un problema. Y una tortura el someterse a este experimento.

Decirle a una persona obesa que huya o que se esconda de la comida chatarra (algo ridículo porque está en todas partes), es decirle que se dedique a reprimir su problema. Y la represión es simplemente tapar una grieta que tarde o temprano explotará. De esa manera, escondiéndose del objeto de su deseo, lo que estará haciendo simplemente será ocultar uno de los factores generadores del deseo. Pero su vínculo con el objeto, el apego, quedará intacto en su mente, y resurgirá con más fuerza apenas vuelva a parecer el objeto.

¿Qué debe hacer esta persona entonces?

Lo que debe hacer es cambiar su objetivo. Su objetivo no debe ser evitar la comida chatarra. Su verdadero objetivo será adquirir el poder que tiene la persona que está sana. El poder de acercarse a la mesa sin miedo, sin ansiedad y sin que la comida condiciones su estado de ánimo. No el alejarse de la hamburguesa como si fuera una cobra venenosa amenazando con morderla. Su objetivo no debe ser cambiar de comida. Su objetivo debe ser cambiar su relación con la comida. Destruir la relación de apego y aferramiento que tiene hacia la comida chatarra, y reducirla a una relación común con una simple comida divertida. De la misma forma que lo hace la persona sana. Es decir, extinguir su apego.

De esta manera, al comprender el origen de su deseo y su forma de relacionarse con el mundo, esta persona podrá mejorar su relación con la comida, destruir el apego nocivo que tiene hacia ella, y podrá adoptar un programa de ejercicio y dieta sana, al mismo tiempo que disminuye su ansiedad por la comida perjudicial buscando desarrollar ese poder que una vez tuvo. El de ver la comida chatarra como la veía antes de desarrollar adicción a ella. Es decir, superar el sufrimiento generado por el deseo.

Esto puede ser posible practicando las Enseñanzas del Buda en su totalidad.

La generación actual tiene un problema muy serio con la interpretación del sufrimiento que le enseña el mundo. La incapacidad de enfrentar los obstáculos de la vida, la inmadurez emocional y la debilidad mental, han hecho surgir una gran campaña en redes sociales para que la gente se identifique con sus problemas en lugar de verlos como lo que son y enfrentarlos.

Eso pasó hace algunos años con el caso de Ana y Mía, una campaña de internet que defendía la anorexia y la bulimia como formas de identidad legítima. Esa campaña mató a muchas jóvenes más que todo en Estados Unidos. Y no es la única. Todavía hay formas de reivindicación política de patologías mentales que personas emocional y mentalmente inestables defienden como si fueran derechos, mientras están manejadas por otras personas que buscan generar réditos políticos a costa de la ignorancia y la furia de gente en sufrimiento, generalmente adolescentes. 

Ahora hay gente que les dice a personas en silla de ruedas con posibilidad de rehabilitación, que no accedan a terapia. Que se acepten con la silla y la conviertan en fuente de felicidad y de identidad propia. Hacer ejercicios de fisioterapia para volver a caminar después de un accidente es muy doloroso, muy difícil y muy tardado. Se necesita verdadera fuerza de voluntad y atravesar un gran camino de sufrimiento para poder recuperarse. A los copitos de nieve, esto no les suena muy práctico. Pero quedarse en la silla, tomarle cariño e identificarse como una persona especial por tener una discapacidad (porque ser discapacitado te hace especial y único), es más fácil, trae más atención, genera más empatía y recoge más afecto. Afecto falso. Toda esta ilusión de atención y afecto en realidad es lástima. Esta es la opción de los perdedores.

Esta idea no es nueva. Se ha visto desde hace mucho tiempo con los drogadictos. Los dependientes químicos se aferran a tal punto a las drogas que algunos deciden adoptarlas como una identidad y como parte de sí mismos. Esa es la diferencia entre los que se recuperan y los que no. Los que se recuperan, no se identifican con su adicción y piden ayuda. Los otros tienen vidas decadentes, a menudo largas y dolorosas, finalizadas con una muerte miserable. Las consecuencias de negar las tres formas del deseo como el verdadero origen del sufrimiento son muy caras.  

Una de las cosas que nos impide ver el deseo realmente como es, es que en nuestra debilidad, solemos identificarnos con él. No diferenciamos entre el deseo (vínculo de apego y aferramiento) y la mente. Fusionamos una cosa con la otra y dictamos sentencias de fracaso como “es que yo soy así”. Esto es un error de perspectiva. Uno no es apego, uno tiene un apego. Uno tiene una relación nociva con algo. El alcohólico no es el alcoholismo. Es una persona que padece alcoholismo. Si el alcohólico y el alcoholismo fueran lo mismo y no pudiera separarse una cosa de la otra, al terminar el alcoholismo se moriría el alcohólico. Tendría que dejar de existir.

El apego es algo que afecta la mente pero que no condiciona la fuente de la voluntad de la mente. Si fuera así, no sería posible la iluminación. Por eso afirmaciones como “es que yo ya soy así y no puedo cambiar”, no tienen fundamento. Porque la relación de dependencia obedece al vínculo y al grado de apego que exista entre mente y objeto. Y los vínculos se puede modificar. El apego se puede anular. Esa precisamente es la base y la premisa de toda la práctica budista. La extinción del apego y del aferramiento.

No te identifiques con tu apego. No te identifiques con tu aferramiento. No te identifiques con tu problema. Tú no eres un problema, tú TIENES un problema. Y los problemas se pueden resolver. El Dhamma del Buda es una nuestra forma de resolver nuestros problemas.

Por eso, si tienes serios problemas de sobrepeso y alguien te dice que ser gordo está bien y que debes aceptarte tal y como eres, lo mejor que puedes hacer es mandar a esa persona a donde le termina la cabeza al toro, y alejarte de ella como si apestara a ignorancia. Porque de hecho lo hace. 

Tú no ERES gordo o gorda. Tú ESTÁS gordo o gorda. No suena elegante, pero las Enseñanzas no fueron hechas para proteger tus sentimientos y hacerte sentir bien, sino para ayudarte a superar el sufrimiento y fortalecerte para que tengas una vida sana y plena. Esto es el Dhamma del Buda y aquí no se maquillan las cosas.

Estar gordo es un problema y debes solucionarlo. Las personas que debes escuchar no son esas personas tontas, superficiales e ignorantes que viven en redes sociales diciendo cuanta estupidez se les ocurre como si tuvieran autoridad o conocimiento alguno para guiar a alguien. Las personas que debes escuchar son las que andan en batas blancas y se han gastado mínimo siete años de su vida estudiando el cuerpo y sus males. No estamos hablando de un problema estético ni social, estamos hablando de un problema clínico, médico y psicológico. Estamos hablando de trastornos mentales, baja autoestima, heridas psicológicas, diabetes, cardiopatías, afecciones pulmonares y morir antes de que te salga la primera cana para que te vean en un ataúd en forma de huevo como a Mercedes Sosa. Parecía un kínder sorpresa gigante. Esa no es una forma digna de vivir ni de morir. Repito, no es elegante, pero es la verdad. Si quieres mentiras amables en lugar de verdades incómodas, regresa a escuchar influencers de redes sociales porque aquí estás en el lugar equivocado. El Buda Dhamma no es apto para copitos de nieve.

En pocas palabras, la Verdad del origen del sufrimiento exige que aceptes el problema como es, que reconozcas la naturaleza de tu problema y que lo enfrentes con honestidad ante ti mismo. Sin excusas ni debilidades emocionales. Conviene de sobra no escuchar al mundo en estos temas y escuchar en su lugar al Buda.

La acción de desear o necesitar es algo natural en el ser humano. No hay que negar esa parte de nosotros. El deseo maligno surge cuando no somos lo suficientemente maduros para controlar nuestras emociones, no tenemos un marco de referencia espiritual para guiarnos y por dejar invadir nuestra mente por los excesos, las adicciones y las obsesiones con las que el mundo constantemente nos bombardea. No permitas que las multinacionales y las estrategias de mercadeo se metan en tu cabeza. Se consciente de la existencia del apego. Se cauto, crítico y despierto. Estudia y practica las Enseñanzas, y estarás en un refugio seguro.  

El Señor Buda dice:

Solo uno mismo puede ser el señor de uno mismo. ¿Qué otro, desde afuera, podría ser su señor? Cuando señor y sirviente son uno, entonces hay verdadero progreso y autoposesión.

Dhammapada – verso 160.

Este mundo se ha vuelto demasiado cómodo. Se está convirtiendo en una zona de confort gigantesca para muchas personas. Como el aroma dulce de una planta carnívora que atrae a las moscas. Comprende y recuerda esto. La comodidad es merecida después del buen trabajo. La facilidad es adquirida después de conseguir la maestría en algo. Pero la comodidad y la facilidad gratuitas son una trampa y una gran fuente de sufrimiento. No caigas en ello. Identifica el origen del sufrimiento, el deseo más agradable, fácil y cómodo. Y desprécialo como si te estuvieran ofreciendo un pedazo de estiércol caliente y humeante en un hermoso plato de oro y plata.

El problema no son los peligros del mundo. El problema es que aceptamos y amamos los peligros del mundo por ser débiles e ignorantes. Estudia y practica las Enseñanzas del Buda, y la debilidad y la ignorancia no podrán atraparte ni enfermarte. 

Después de ver cuál es nuestro problema y cuál es el origen de nuestro problema, el Buda nos da una excelente noticia sobre el futuro de nuestra condición. En el siguiente artículo hablaremos sobre la Tercera Noble Verdad. El anuncio del fin del sufrimiento.


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