Los
diez mandamientos del cristianismo son como su nombre lo indican, mandamientos.
Órdenes que vienen de una entidad divina por lo cual son tomadas como leyes que
el creyente acepta y a las cuales se somete por fe. Es decir, por la aceptación
de la creencia de que esto es lo correcto. Como por ejemplo, no robar. En el
budismo, éste no es el caso.
Imagine
que hay en el mercado una serie de dispositivos diseñados para el aseo de su
casa. Varios de estos dispositivos vienen con un contrato que incluye premios
de regalos al cliente por fidelidad y una cláusula de permanencia que castiga
al usuario si usa un producto diferente o deja de comprar el producto de la empresa.
El producto es necesario, hay que mantener la casa limpia. Pero las razones por
las cuales se usa el dispositivo no están enfocadas hacia la necesidad de
limpiar la casa sino a beneficiar al fabricante del producto.
Sin
embargo usted encuentra una empresa cuyo producto no busca tanto beneficiar a
los fabricantes sino realmente mantener limpia su casa. Este consiste no tanto
en dispositivos sino en técnicas para limpiar su casa y minimizar la
concentración de mugre, no tiene cláusula de permanencia porque ni siquiera es
necesario ser cliente de la empresa y puede ser usado libremente. El fundamento
de esta empresa es enseñarle las razones por las cuales usted debe limpiar su
casa aparte de lo obvio. Le explica de dónde viene la mugre, cómo deshacerse de
ella, cómo evitar que se acumule y le recomienda una serie de prácticas diarias
para mantener limpio su hogar. Esta empresa no promociona exactamente un
producto sino más bien un servicio. Y le enseña las técnicas de ese servicio
con el objetivo de que sea usted mismo quien se lo brinde. Ésta empresa es el
budismo.
Los
preceptos budistas no son leyes. No son comandos emitidos por una entidad
sobrenatural que deban ser obedecidos según condiciones de castigo o
premiación. Un practicante budista ve los preceptos de Buda, no como una serie
de reglas que debe cumplir, sino como unas herramientas que le ayudarán a
superar el sufrimiento, a tener la mejor calidad de vida posible y a conseguir
la paz completa. A diferencia de las religiones teístas, el fundamento para
seguir los preceptos no está fuera del individuo, sino dentro. Uno no sigue los
preceptos jugando en un comercio de intercambio de hacer cosas buenas para
ganar cosas buenas. Los preceptos deben ser entendidos, comprendidos en su
totalidad. Saber que las razones para seguir los preceptos no vienen de la nada
sino de razones reales, racionales, lógicas y comprobables, de manera que no
se sigue una orden bajo una autoridad vigilante sino que se hace algo porque se
sabe que es bueno y necesario, y se comprende que no hacerlo es simplemente un
error. Además no existe cláusula de permanencia, es decir que ni siquiera es
necesario ser budista para seguir las enseñanzas de Buda. Un cristiano,
musulmán, judío o cualquier creyente de cualquier religión puede practicar las
enseñanzas de Buda.
El
Buda no inventó los preceptos de la nada. Él estudió las conductas de las
personas y agrupó las enseñanzas para beneficio de la humanidad. Las enseñanzas
de Buda no son correctas por ser budistas, son budistas porque son correctas,
de ahí que cualquiera puede practicarlas. Todos los preceptos de Buda son así.
No solo se recomienda no hacer cosas malas considerando sus consecuencias
perjudiciales, sino que impulsa sus contrapartes positivas en función de
combatir las negativas y de fortalecer el buen vivir y la paz entre las
personas.
Robar
es en realidad la fórmula de la pobreza. Es un dinero fácil, sin continuidad,
sin un objetivo real. Fácil viene, fácil se va. Al no ser producido dentro del
funcionamiento activo de la sociedad, las cosas robadas están fuera de la
dinámica social y por lo tanto aíslan al ladrón del funcionamiento de su
sociedad. Los delincuentes se ven en problemas para vender cosas robadas, deben
lavar dineros mal habidos y generan sospecha. Todo el mundo desconfía de una
persona que se deja ver gastando un dinero que no se ha ganado trabajando.
Además
de no robar cuando se presenta la oportunidad, uno debe evitar que otros roben
dentro de lo que esté a su alcance. Denunciar a los funcionarios corruptos,
denunciar los chantajes. Correr la voz cuando hay un ladrón entre los vecinos.
Tener una posición radical contra la delincuencia apoyándose siempre en una
ética sólida. Alejarse de quien roba incluso si es un familiar.
La
fortaleza de la práctica está en su disciplina. Incluso cosas pequeñas. Comerse
un dulce de un supermercado sin haberlo pagado puede parecer una nimiedad. El
supermercado no va a quebrar porque uno se robe una pequeña golosina. Pero no
se trata del supermercado, no se trata del dinero. Ni siquiera se trata de la
ley, todo ello es obvio, no se necesita un mayor análisis de ello. Se trata del
control de las acciones propias, del entrenamiento mental y del fortalecimiento
de la conducta correcta. Es decir, de la fortaleza y el bienestar del propio
practicante. Cuando un practicante logra llevar una práctica ética bien
fundamentada, se abstiene de tomar lo que es ajeno así sea algo irrisorio, con
ello se beneficia a sí mismo y a quienes le rodean.
El
ejemplo de las cosas pequeñas fundamenta las cosas más importantes. Un padre
que se roba una uva mientras hace mercado con su hijo no tendrá mucho que
objetarle si él más tarde se roba un reloj. Las cosas escalan con el pasar del
tiempo y la calidad de la ética de una persona depende de su continuidad en
hacer lo correcto.
Esto
cubre todas las áreas de las relaciones sociales. En nuestros países la gente
no es puntual. Eso es robarle el tiempo a los otros. Los orientales por el
contrario son bastante cumplidores y exigentes con la puntualidad. Esto, además
de traer grandes beneficios en lo económico y en lo social, demuestra el grado
de respeto que las personas tienen por los otros.
Cuando
estudie los preceptos budistas, aplique este grado de comprensión a cada uno de
ellos. La diferencia entre mandato y práctica. Las razones reales de por qué no
debo hacer esto y por qué debo practicar lo contrario más allá de los conceptos
simples de bueno o malo. El Buda ha dicho que no tomen como ciertas todas las
cosas que dijo sólo porque él las dijo. Él recomienda que primero se analice y
se comprenda profundamente su doctrina y se practique con constancia. Una vez
que esto se ha hecho no hay vuelta atrás y los fundamentos para una vida ética
y moralmente correcta se afianzan a lo largo de la vida.
También
es importante tener en cuenta las consecuencias negativas de robar de manera
directa. El ladrón tarde o temprano cosechará el karma de sus acciones. Algunas
veces llega tarde pero a veces llega de inmediato. En mi país, por ejemplo, el
grado de delincuencia apoyada en la corrupción de las instituciones y la
incompetencia de los ejecutores de la ley ha llegado a tal punto que el pueblo
no ve otra salida que tomarse la justicia por mano propia, castigo que puede
ser mucho peor que cualquier sentencia judicial. La consecuencia de la
violencia es la violencia y esto genera una cadena de mal karma que llega a
afectar a toda una sociedad. Mantener una conducta correcta y apartarse de la
violencia es la mejor forma de mantenerse a sí mismo y a la familia a salvo.
Es
cierto que desde el punto de vista cultural, el budismo habla de acumular
méritos haciendo buenas obras. Esto, como comenté en otro apunte, es
fundamental para la propagación del Dhamma por todo el mundo. Pero cuando se
inicia en la práctica uno entiende que el mérito no es una moneda que se
acumule como el dinero. El mérito es la disciplina que va creciendo con la
práctica. El beneficio de seguir los preceptos de Buda no es una recompensa
posterior por haberse portado bien. El beneficio de practicar los preceptos
está en la misma práctica de los preceptos.
Es
como ir al gimnasio. Uno no hace ejercicio en un gimnasio esperando a que el
dueño del lugar vea el esfuerzo que uno hace y un buen día le felicite y le
regale unas zapatillas deportivas muy caras, o le regale un mes de gimnasio
gratis. Uno va al gimnasio para beneficiarse del acto mismo de ejercitarse.
Aquellos que hayan llegado a tener una rutina de ejercicio saben que después de
la etapa inicial uno realmente disfruta de levantar pesas y pedalear en la
bicicleta. Puede que al principio cueste un poco pero al final es algo que se
disfruta y que el cuerpo pide si se deja de hacer. Es lo mismo con los
preceptos. Una vez uno se acostumbra a llevarlos, siente que deja atrás toda la
contaminación que cargaban sus actos y sus pensamientos pasados, y no deja de
ejercitar las conductas correctas. Inicie y mantenga este entrenamiento apoyándose
en las enseñanzas de Buda.
Algunas
veces fallará y precisamente para eso está el Dhamma. No somos perfectos y ese
es nuestro apoyo, nuestro refugio y nuestra arma. No se rinda. Sea ético en un
mundo sin ética. Sea moral en un mundo amoral. Sea correcto en un mundo corrupto
y degradado. La luz brilla más en medio de la oscuridad y esta es nuestra
oportunidad para demostrarle al mundo y a los que vendrán después que nos
negamos a ser parte de la descomposición que nos rodea. El reto es grande y el
camino difícil pero tenemos un instrumento seguro y fuerte para superarlo. Para
seguir el camino del Dhamma hay que ser valiente.
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