El
budismo hace mucho, muchísimo énfasis en el uso de la palabra. La palabra es
una manifestación de la ética y de la educación. Es la prueba del control de la
mente y la principal forma de relacionarnos con el mundo. Este apunte intenta
resumir en lo posible este extenso tema,
haciendo énfasis en los aspectos más esenciales y prácticos para los budistas
laicos.
En
el libro Los diez pilares del budismo de
Sangharakshita, se explican diez preceptos budistas que los miembros de la
Orden Budista Occidental (Wester Buddhist Order) reciben en el momento de su
ordenación como miembros de la Sangha. En estos diez preceptos está la esencia
de los cinco preceptos laicos pero detallados de manera más específica y de
mejor comprensión para la práctica de los occidentales. De esos diez preceptos,
cuatro son específicamente dedicados a la palabra como forma de practicar en
Dhamma en la vida diaria.
Estos
cuatro preceptos son: abstenerse de hablar con falsedad, abstenerse de hablar
con rudeza, abstenerse de hablar de banalidades y abstenerse de difamar.
Estos
cuatro correctos usos de la palabra que se realizan dentro del cuarto precepto budista
para laicos tienen la fuerza para cambiar desde las raíces fuertes
comportamientos negativos que tenemos con nosotros mismos y con nuestro medio
social/familiar y para convertir estos malos hábitos en puntos fuertes que nos
traerán muchos beneficios en lo personal y social.
Me comprometo a
seguir la senda que consiste en dejar de mentir. Al pronunciar palabras
veraces, purifico mi habla.
No
mentir suena fácil, pero usar correctamente la palabra es difícil. Tomar este
precepto implica cambiar muchos comportamientos que son costumbre porque la
palabra siempre refleja el comportamiento y viceversa. Cuando uno miente, por
lo general lo hace para impedir que la otra persona sepa que hicimos algo de lo
cual nos avergonzamos o para que podamos hacer algo que sabemos que está mal.
Por consiguiente, para dejar de mentir es necesario dejar de hacer acciones
vergonzosas, de otro modo no seremos más que cínicos o personas sin
vergüenza.
Mentir
es como construir una represa. Es impedir que ciertos pensamientos se muevan, conozcan la luz y se exterioricen. Al mentir guardamos contaminantes en
la mente. Decir la verdad es limpiar. El esfuerzo de decir la verdad genera un
impacto muy profundo en el subconsciente. Al principio se puede sentir
vulnerabilidad ya que si uno no está acostumbrado a hablar con veracidad,
sentirá que se expone a los demás cuando empieza a hacerlo. Pero a través de las
palabras se empiezan a limpiar las acciones ya que de cierta manera las
palabras también son acciones.
Otra
gran ventaja se decir siempre la verdad es la valía que la propia palabra toma.
Poco a poco se va demostrando que uno es una persona honesta y esto es muy
beneficioso para las relaciones sociales, familiares, personales y para los
negocios. La veracidad de tu palabra te hace una persona de confiar y eso
facilita el buen trato con la gente. Entre más tiempo se practique el decir la
verdad más valor y peso tiene la propia palabra y menos necesidad hay de firmar
convenios, tratados o letras de garantía para honrar los compromisos. El dinero
de un mentiroso no vale nada. La palabra de una persona honesta vale mucho más
que el oro. Esto es comprobable en los negocios.
Me comprometo a
seguir la senda que consiste en abstenerse de hablar con rudeza. Al pronunciar palabras
afables y gentiles purifico mi habla.
Esta
es una mala costumbre poderosamente arraigada en la mente, y ahora más que
nunca. Actualmente se emiten programas de televisión en los cuales se permite
el lenguaje soez, vulgar y ofensivo. Anteriormente esto no se permitía. La
cultura de consumo, las películas y hasta algunos géneros musicales que llaman
urbanos, hacen uso de palabras vulgares. Todo esto hace que sea culturalmente
aceptado y casi natural el uso de estas palabras. La consecuencia de esto es
que cuando uno va por la calle y pasa junto a niños jugando los escucha decir
expresiones, insultos y palabras de pesado calibre que van dejando su huella y
su semilla en la mente.
Abandonar
las maldiciones y vulgaridades es difícil. No se hace de un día para otro. Al
igual que no mentir y decir la verdad, requiere tiempo y práctica. Reemplazar
estas palabras por formas de expresarse afables y gentiles tiene un efecto muy
positivo en quien habla y en quien recibe las palabras. Algunos pueden pensar
que hablar con gentileza evitando palabras vulgares es una manía anacrónica y
obsoleta de la época de los abuelos, pero la cortesía y el uso elegante de las
palabras hacen resaltar la cultura y la educación de quien habla. Cuando uno
escucha a una persona expresarse con un lenguaje sucio y soez, uno se hace una
idea de lo que tiene en la cabeza y de lo que es su proceder. En el caso
contrario es lo mismo.
En
mi ciudad hay un refrán que me parece excelente, muy cierto y muy efectivo. “la
buena educación no pelea con nadie.” Este refrán se usa cuando hay
confrontación entre dos personas con peligro de que surja una pelea. Significa
que si nos ponemos a hablar bien y con decencia, seguramente evitaremos
problemas mayores, pero si nos ponemos a insultar y a hablar con rabia,
seguramente alguien saldrá herido. Es muy práctico en lugares donde se consume
mucho licor, como acá.
El
lenguaje soez es muy usado para denigrar a la mujer. Muchas vulgaridades son
usadas para agredir a las mujeres de manera sexual. Hasta las propias mujeres
se han acostumbrado a hablar así, y también a comportarse así por la propia
fuerza de la etiquetación. Así se esté frente a una mujer que es prostituta,
usar palabras limpias hace que el trato y la dignidad de la persona no sean
denigrantes.
Las
personas que carecen del control de su palabra suelen disparar su opiniones sin
tomar en cuenta el contexto y con las palabras más agudas posibles. Una de las
más comunes formas de egolatría. Esto pasa todos los días en los foros de
budismo. Una excelente manera de luchar frontalmente contra el veneno del
propio ego, y por tanto muy algo difícil de hacer, es no dar su opinión, a menos que se la pidan. Para personas
con el ego sobre alimentado tal ejercicio es como pedirles que dejen de
respirar. Este modo de hablar con gentileza y amabilidad, absteniéndose del
lenguaje sucio y compartiendo su opinión cuando se le pide es propio de
personas humildes y sabias. Esta es la manera en la que hablan los maestros.
No
puedo decir que cumplo limpiamente con todos los preceptos. A veces cuando me golpeo
un dedo del pie contra un mueble suelto una palabrota. Pero enseguida tomo consciencia
de ello y rectifico. Eso es la práctica diaria.
Me comprometo a
seguir la senda que consiste en abstenerme de hablar de banalidades. Al
pronunciar palabras útiles, purifico mi habla.
Este
precepto está estrechamente relacionado con lo que entra a nuestra mente. Hay
un dicho muy certero que dice, de la
abundancia del corazón habla la boca. Lo que hablamos refleja lo que
llevamos dentro. Hablar de banalidades no significa simplemente hablar de cosas
sin importancia, sino hablar de cosas ociosas en el mal sentido de la palabra.
El reflejo del habla banal se ve en los medios. La cumbre de este veneno son
los programas de chismes. Estos programas son totalmente desagradables. Los
periódicos rosa, las noticias sobre celebridades, la superficialidad extrema,
el exceso de consumismo o la excesiva tendencia a fantasear y hablar de lo que
no podemos poseer. Todas esas cosas vacías de sentido útil ocupan la mente y el
habla de las personas todo el tiempo. Estos temas embotan la mente. Atontan a la
persona y la incitan a querer evadir su realidad. El habla banal es
precisamente la fábrica de los pensamientos automáticos negativos que
combatimos en la meditación. Por eso es una fuente de veneno tan importante
cuando parece algo de tan poca importancia.
Es
necesario cerrar esa fábrica. Cerrar las puertas a esos contaminantes mentales
que llenan la mente de placeres ilusorios y pegajosos. Esto significa que
debemos poner un guarda muy exigente a la puerta de nuestra mente cada vez que
encendemos el televisor, entramos a internet o leemos algo. El pensamiento
crítico es la verdadera libertad mental en el sentido de que es uno mismo quien
decide qué entra y qué no entra a la mente. El dejar de hablar sobre
banalidades y hablar de cosas realmente beneficiosas tiene una relación muy poderosa
con el precepto del consumo consciente.
Me comprometo a
seguir la senda que consiste en abstenerme de difamar. Al hablar de manera
armoniosa, purifico mi mente.
El
chisme es un mal muy arraigado en nuestros pueblos. Hablar mal de una persona
que no está presente es cargar pólvora para una pronta guerra. La difamación es
un teléfono roto. Independientemente de que tales cosas sean o no ciertas,
hablar a espaldas de los demás crea las condiciones para que explote la
discordia. Por eso la contraparte de este mal es el habla armoniosa. Esto no
significa que hay que hablar bonito, significa que hay que usar la palabra con
el objetivo de crear puentes, fortalecer relaciones. Difamar es destruir
relaciones y crear recelo entre dos personas o grupos. Un cuento budista
ejemplifica este precepto de manera clara y útil para su aplicación en la vida
diaria.
Un
joven monje que camina por el pueblo escucha a dos personas que están difamando
a su maestro, diciendo cosas horribles de él y de su Sangha. Indignado, llega
corriendo donde su maestro que está meditando y con mucha ansiedad le anuncia
que tiene algo importante qué decirle.
El
maestro lo detiene y le dice. Antes de decirme aquello, respóndeme. ¿Lo que vienes
a decirme, es cierto? –No maestro, no lo es. -¿Lo que vienes a decirme, es
útil? -No maestro, no lo es. -¿Lo que vienes a decirme, es bueno? –No maestro,
no lo es. –Si lo que vienes a decirme no es cierto, no es útil, y no es bueno,
¿Para qué vas a decírmelo? El monje guardó silencio mientras el maestro volvía
a su meditación. Luego él también se sentó junto a su maestro a meditar.
Estas
tres cosas son las que me esfuerzo por recordar cada vez que voy a decirle algo
a alguien. Antes de hablar me pregunto, lo que voy a decir ¿Es verdad, es útil
y es bueno? Si la respuesta no es afirmativa a las tres preguntas, lo mejor es
no decirlo. Esto elimina las mentiras piadosas, las opiniones que generan
discordia, y las incomodidades. Los estadounidenses tienen un dicho que dice, el infierno está lleno de buenas
intenciones. Pienso que aplicando estas tres reglas al hablar, dejaremos de
mandar buenas intenciones al infierno.
En
conclusión, hablar siempre con veracidad no significa que uno va a decir la
verdad absoluta y en todo momento a cualquier pregunta como si le hubieran
inyectado un suero de la verdad. Hablar con la verdad significa que uno va a
estar siempre consciente de lo que dice, de cuándo lo dice y de la manera en la
que lo dice. Lo cual lleva al practicante a encontrar la elegante y poderosa
arma del silencio. Cuando se me pregunta algo cuya respuesta sé que no hará
bien o que simplemente no me corresponde decirla porque hace parte de la
intimidad de otra persona o de la mía, no necesito mentir. Simplemente explico
de la mejor manera posible que por razones que son ciertas y convenientes, he
decidido no responder a ello, y si fuere necesario, no hablar de ello.
Personalmente considero para mi vida, mi práctica y el buen trato con las
personas que el silencio es tan importante como el mismo buen uso de la
palabra.
Para
una mejor comprensión del estudio y la práctica de los preceptos para laicos,
recomiendo leer el libro Los diez pilares
del budismo de Sangharakshita.
Cierto, pero: ¿sería necesario mentir para salvar a alguien que es perseguido?, ¿para quitarle a alguien una locura de la cabeza?para... usando la palabra, la oratoria se podría convencer... Si no lo haces para tu beneficio ni para dañar puede que una mentirijilla no sea tan mala... ¿no crees?.
ResponderBorrarEstupendo descubrirse. Agradecimiento.
Claro. El fundamento de las enseñanzas siempre es el sentido común. La capacidad propia de decisión en función de la libertad. No te vas a hacer esclavo de un precepto porque entonces se te convierte en una regla de la que te puedes hacer esclavo. Luego se te puede volver una ley divina y te pueden hasta matar por eso o te puedes tu mismo encarcelar en un postulado por perderle el objetivo real. Claro que si. Por ejemplo, yo no creo en dios, pero si me encuentro en situación de asistir a una persona en sus últimos momentos de vida, que tiene miedo, que es creyente y me pregunta si el cielo existe y que dios lo estará esperando dentro de un momento, obviamente le voy a decir que sí existe. No hay necesidad de hacerle daño en esa situación. Es lógica. Claro que sin sentido común hasta la lógica se puede torcer y te aparecen los legalista o fanáticos. Gracias por leer el blog. Un gran saludo.
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