miércoles, 1 de febrero de 2017

4to Precepto. Abstenerse de la mentira.

El budismo hace mucho, muchísimo énfasis en el uso de la palabra. La palabra es una manifestación de la ética y de la educación. Es la prueba del control de la mente y la principal forma de relacionarnos con el mundo. Este apunte intenta resumir en  lo posible este extenso tema, haciendo énfasis en los aspectos más esenciales y prácticos para los budistas laicos.

En el libro Los diez pilares del budismo de Sangharakshita, se explican diez preceptos budistas que los miembros de la Orden Budista Occidental (Wester Buddhist Order) reciben en el momento de su ordenación como miembros de la Sangha. En estos diez preceptos está la esencia de los cinco preceptos laicos pero detallados de manera más específica y de mejor comprensión para la práctica de los occidentales. De esos diez preceptos, cuatro son específicamente dedicados a la palabra como forma de practicar en Dhamma en la vida diaria.

Estos cuatro preceptos son: abstenerse de hablar con falsedad, abstenerse de hablar con rudeza, abstenerse de hablar de banalidades y abstenerse de difamar.

Estos cuatro correctos usos de la palabra que se realizan dentro del cuarto precepto budista para laicos tienen la fuerza para cambiar desde las raíces fuertes comportamientos negativos que tenemos con nosotros mismos y con nuestro medio social/familiar y para convertir estos malos hábitos en puntos fuertes que nos traerán muchos beneficios en lo personal y social.

Me comprometo a seguir la senda que consiste en dejar de mentir. Al pronunciar palabras veraces, purifico mi habla.

No mentir suena fácil, pero usar correctamente la palabra es difícil. Tomar este precepto implica cambiar muchos comportamientos que son costumbre porque la palabra siempre refleja el comportamiento y viceversa. Cuando uno miente, por lo general lo hace para impedir que la otra persona sepa que hicimos algo de lo cual nos avergonzamos o para que podamos hacer algo que sabemos que está mal. Por consiguiente, para dejar de mentir es necesario dejar de hacer acciones vergonzosas, de otro modo no seremos más que cínicos o personas sin vergüenza. 

Mentir es como construir una represa. Es impedir que ciertos pensamientos se muevan, conozcan la luz y se exterioricen. Al mentir guardamos contaminantes en la mente. Decir la verdad es limpiar. El esfuerzo de decir la verdad genera un impacto muy profundo en el subconsciente. Al principio se puede sentir vulnerabilidad ya que si uno no está acostumbrado a hablar con veracidad, sentirá que se expone a los demás cuando empieza a hacerlo. Pero a través de las palabras se empiezan a limpiar las acciones ya que de cierta manera las palabras también son acciones.

Otra gran ventaja se decir siempre la verdad es la valía que la propia palabra toma. Poco a poco se va demostrando que uno es una persona honesta y esto es muy beneficioso para las relaciones sociales, familiares, personales y para los negocios. La veracidad de tu palabra te hace una persona de confiar y eso facilita el buen trato con la gente. Entre más tiempo se practique el decir la verdad más valor y peso tiene la propia palabra y menos necesidad hay de firmar convenios, tratados o letras de garantía para honrar los compromisos. El dinero de un mentiroso no vale nada. La palabra de una persona honesta vale mucho más que el oro. Esto es comprobable en los negocios.

Me comprometo a seguir la senda que consiste en abstenerse de hablar con rudeza. Al pronunciar palabras afables y gentiles purifico mi habla.

Esta es una mala costumbre poderosamente arraigada en la mente, y ahora más que nunca. Actualmente se emiten programas de televisión en los cuales se permite el lenguaje soez, vulgar y ofensivo. Anteriormente esto no se permitía. La cultura de consumo, las películas y hasta algunos géneros musicales que llaman urbanos, hacen uso de palabras vulgares. Todo esto hace que sea culturalmente aceptado y casi natural el uso de estas palabras. La consecuencia de esto es que cuando uno va por la calle y pasa junto a niños jugando los escucha decir expresiones, insultos y palabras de pesado calibre que van dejando su huella y su semilla en la mente.

Abandonar las maldiciones y vulgaridades es difícil. No se hace de un día para otro. Al igual que no mentir y decir la verdad, requiere tiempo y práctica. Reemplazar estas palabras por formas de expresarse afables y gentiles tiene un efecto muy positivo en quien habla y en quien recibe las palabras. Algunos pueden pensar que hablar con gentileza evitando palabras vulgares es una manía anacrónica y obsoleta de la época de los abuelos, pero la cortesía y el uso elegante de las palabras hacen resaltar la cultura y la educación de quien habla. Cuando uno escucha a una persona expresarse con un lenguaje sucio y soez, uno se hace una idea de lo que tiene en la cabeza y de lo que es su proceder. En el caso contrario es lo mismo.

En mi ciudad hay un refrán que me parece excelente, muy cierto y muy efectivo. “la buena educación no pelea con nadie.” Este refrán se usa cuando hay confrontación entre dos personas con peligro de que surja una pelea. Significa que si nos ponemos a hablar bien y con decencia, seguramente evitaremos problemas mayores, pero si nos ponemos a insultar y a hablar con rabia, seguramente alguien saldrá herido. Es muy práctico en lugares donde se consume mucho licor, como acá.

El lenguaje soez es muy usado para denigrar a la mujer. Muchas vulgaridades son usadas para agredir a las mujeres de manera sexual. Hasta las propias mujeres se han acostumbrado a hablar así, y también a comportarse así por la propia fuerza de la etiquetación. Así se esté frente a una mujer que es prostituta, usar palabras limpias hace que el trato y la dignidad de la persona no sean denigrantes.

Las personas que carecen del control de su palabra suelen disparar su opiniones sin tomar en cuenta el contexto y con las palabras más agudas posibles. Una de las más comunes formas de egolatría. Esto pasa todos los días en los foros de budismo. Una excelente manera de luchar frontalmente contra el veneno del propio ego, y por tanto muy algo difícil de hacer, es no dar su opinión, a menos que se la pidan. Para personas con el ego sobre alimentado tal ejercicio es como pedirles que dejen de respirar. Este modo de hablar con gentileza y amabilidad, absteniéndose del lenguaje sucio y compartiendo su opinión cuando se le pide es propio de personas humildes y sabias. Esta es la manera en la que hablan los maestros.

No puedo decir que cumplo limpiamente con todos los preceptos. A veces cuando me golpeo un dedo del pie contra un mueble suelto una palabrota. Pero enseguida tomo consciencia de ello y rectifico. Eso es la práctica diaria.

Me comprometo a seguir la senda que consiste en abstenerme de hablar de banalidades. Al pronunciar palabras útiles, purifico mi habla.

Este precepto está estrechamente relacionado con lo que entra a nuestra mente. Hay un dicho muy certero que dice, de la abundancia del corazón habla la boca. Lo que hablamos refleja lo que llevamos dentro. Hablar de banalidades no significa simplemente hablar de cosas sin importancia, sino hablar de cosas ociosas en el mal sentido de la palabra. El reflejo del habla banal se ve en los medios. La cumbre de este veneno son los programas de chismes. Estos programas son totalmente desagradables. Los periódicos rosa, las noticias sobre celebridades, la superficialidad extrema, el exceso de consumismo o la excesiva tendencia a fantasear y hablar de lo que no podemos poseer. Todas esas cosas vacías de sentido útil ocupan la mente y el habla de las personas todo el tiempo. Estos temas embotan la mente. Atontan a la persona y la incitan a querer evadir su realidad. El habla banal es precisamente la fábrica de los pensamientos automáticos negativos que combatimos en la meditación. Por eso es una fuente de veneno tan importante cuando parece algo de tan poca importancia.

Es necesario cerrar esa fábrica. Cerrar las puertas a esos contaminantes mentales que llenan la mente de placeres ilusorios y pegajosos. Esto significa que debemos poner un guarda muy exigente a la puerta de nuestra mente cada vez que encendemos el televisor, entramos a internet o leemos algo. El pensamiento crítico es la verdadera libertad mental en el sentido de que es uno mismo quien decide qué entra y qué no entra a la mente. El dejar de hablar sobre banalidades y hablar de cosas realmente beneficiosas tiene una relación muy poderosa con el precepto del consumo consciente.

Me comprometo a seguir la senda que consiste en abstenerme de difamar. Al hablar de manera armoniosa, purifico mi mente.

El chisme es un mal muy arraigado en nuestros pueblos. Hablar mal de una persona que no está presente es cargar pólvora para una pronta guerra. La difamación es un teléfono roto. Independientemente de que tales cosas sean o no ciertas, hablar a espaldas de los demás crea las condiciones para que explote la discordia. Por eso la contraparte de este mal es el habla armoniosa. Esto no significa que hay que hablar bonito, significa que hay que usar la palabra con el objetivo de crear puentes, fortalecer relaciones. Difamar es destruir relaciones y crear recelo entre dos personas o grupos. Un cuento budista ejemplifica este precepto de manera clara y útil para su aplicación en la vida diaria.

Un joven monje que camina por el pueblo escucha a dos personas que están difamando a su maestro, diciendo cosas horribles de él y de su Sangha. Indignado, llega corriendo donde su maestro que está meditando y con mucha ansiedad le anuncia que tiene algo importante qué decirle.

El maestro lo detiene y le dice. Antes de decirme aquello, respóndeme. ¿Lo que vienes a decirme, es cierto? –No maestro, no lo es. -¿Lo que vienes a decirme, es útil? -No maestro, no lo es. -¿Lo que vienes a decirme, es bueno? –No maestro, no lo es. –Si lo que vienes a decirme no es cierto, no es útil, y no es bueno, ¿Para qué vas a decírmelo? El monje guardó silencio mientras el maestro volvía a su meditación. Luego él también se sentó junto a su maestro a meditar.

Estas tres cosas son las que me esfuerzo por recordar cada vez que voy a decirle algo a alguien. Antes de hablar me pregunto, lo que voy a decir ¿Es verdad, es útil y es bueno? Si la respuesta no es afirmativa a las tres preguntas, lo mejor es no decirlo. Esto elimina las mentiras piadosas, las opiniones que generan discordia, y las incomodidades. Los estadounidenses tienen un dicho que dice, el infierno está lleno de buenas intenciones. Pienso que aplicando estas tres reglas al hablar, dejaremos de mandar buenas intenciones al infierno.

En conclusión, hablar siempre con veracidad no significa que uno va a decir la verdad absoluta y en todo momento a cualquier pregunta como si le hubieran inyectado un suero de la verdad. Hablar con la verdad significa que uno va a estar siempre consciente de lo que dice, de cuándo lo dice y de la manera en la que lo dice. Lo cual lleva al practicante a encontrar la elegante y poderosa arma del silencio. Cuando se me pregunta algo cuya respuesta sé que no hará bien o que simplemente no me corresponde decirla porque hace parte de la intimidad de otra persona o de la mía, no necesito mentir. Simplemente explico de la mejor manera posible que por razones que son ciertas y convenientes, he decidido no responder a ello, y si fuere necesario, no hablar de ello. Personalmente considero para mi vida, mi práctica y el buen trato con las personas que el silencio es tan importante como el mismo buen uso de la palabra.

Para una mejor comprensión del estudio y la práctica de los preceptos para laicos, recomiendo leer el libro Los diez pilares del budismo de Sangharakshita. 


2 comentarios:

  1. Cierto, pero: ¿sería necesario mentir para salvar a alguien que es perseguido?, ¿para quitarle a alguien una locura de la cabeza?para... usando la palabra, la oratoria se podría convencer... Si no lo haces para tu beneficio ni para dañar puede que una mentirijilla no sea tan mala... ¿no crees?.
    Estupendo descubrirse. Agradecimiento.

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  2. Claro. El fundamento de las enseñanzas siempre es el sentido común. La capacidad propia de decisión en función de la libertad. No te vas a hacer esclavo de un precepto porque entonces se te convierte en una regla de la que te puedes hacer esclavo. Luego se te puede volver una ley divina y te pueden hasta matar por eso o te puedes tu mismo encarcelar en un postulado por perderle el objetivo real. Claro que si. Por ejemplo, yo no creo en dios, pero si me encuentro en situación de asistir a una persona en sus últimos momentos de vida, que tiene miedo, que es creyente y me pregunta si el cielo existe y que dios lo estará esperando dentro de un momento, obviamente le voy a decir que sí existe. No hay necesidad de hacerle daño en esa situación. Es lógica. Claro que sin sentido común hasta la lógica se puede torcer y te aparecen los legalista o fanáticos. Gracias por leer el blog. Un gran saludo.

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